Los niños que sólo conocen la guerra
86,7 millones de niños menores de siete años (esto es más de dos veces la población de Argentina por ejemplo pero sólo de niños) han pasado toda su vida en una zona asediada por un conflicto. Las cifras fueron difundidas por UNICEF y representan que, en todo el mundo, uno de cada once niños de seis años o menos ha pasado en una situación de conflicto la época de su vida más importante para el desarrollo de una persona.
Dos de todos esos niños, Amin e Ibrahim, me hicieron entender algo de todo ese horror. Me topé con ellos en mi viaje a Siria para la Revista Anfibia. Pienso en lo que significa multiplicar la historia de cada uno de esos niños por 86.000.000 y siento la necesidad de compartir sus historias para que juntos comprendamos el nivel de gravedad de la situación. Para que recalentemos el frío de los números de la única manera posible: humanizando la estadística.
Ibrahim
En esa batalla el gobierno controlaba la ciudad, en posición defensiva y disparando hacia fuera de la zona urbana. La responsabilidad por la bomba que impactó sobre Ibrahim pudo haber provenido de un avión caza francés. O ser un misil de los “rebeldes moderados”. O un mortero wahabista del ISIS.
Ibrahim nació y vivía en Homs, a 170 km de Damasco; supo ser la tercera ciudad más importante de Siria. Quien encontró a Ibrahim lo llevó a un puesto sanitario del gobierno. No se permite el ingreso de Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras y no se han brindado argumentos oficiales sobre tal decisión. Por la complejidad del cuadro, Ibrahim fue derivado urgente a Damasco. Le amputaron su pierna derecha. La asistente social no tiene información sobre sus padres: tras el alta fue al orfanato “Dar Al-Aman”. Significa “Casa de la seguridad” aunque en 2013 un cohete cayó sobre el edificio y murieron dos niños.
Amín
Maloula es un pueblo milenario de montaña a 60 km al oeste de Damasco, al que el sol baña todo el año y donde todavía muchos hablan arameo. Para Amin, Aylan, el pequeño sirio fotografiado muerto en una playa de Turquía, es un mártir. Eso le dijo a su mamá cuando le mostró la foto, antes de llevarlo a la escuela. Tiene diez años y cursa quinto grado. Todos los días recibe entrenamiento militar en el colegio.
Hace dos años en Maloula vivían cerca de 2000 personas, Amin y sus cuatro amigos tenían puesta la camiseta del Barcelona mientras pateaban una pelota gastada en el patio de la casa de su abuela. Fue ella quien pegó el grito de alerta apenas escuchó la primera explosión. Todos se escondieron en sus casas, salvo Amin, que corrió a las montañas. Maloula tiene una sola ruta de acceso y el estallido vino de ahí. Un “mártir” jordano jihadista se inmoló mientras conducía un camión cisterna cargado de gasolina cerca de un puesto de control del Ejército. Se desarmó la defensa de la ciudad y los terroristas de ISIS tomaron el control en pocas horas.
Ese 4 de septiembre de 2013 Amín vio de frente a los encapuchados entrar al pueblo, cargados de fusiles. Amín corrió hasta un sector donde las montañas chocan pero dejan una grieta, un pasillo suficientemente amplio, de no más de dos metros de ancho y nueve de altura que termina del otro lado de la ruta, en la que se alza una iglesia ortodoxa griega del año 1000 DC y algunas casas. El padre de la iglesia griega encontró horas después al pequeño acurrucado en un rincón del corredor montañoso. Se quitó su sotana religiosa y, vestido de civil, lo llevó a su casa. Para ese momento los terroristas ya estaban en la calle principal invitando a los habitantes a decir la shadada: la declaración de fé en un único Dios, Alá.
Dos jóvenes se negaron y fueron decapitados, delante de todos. Amín y toda su familia también observaban la escena. Debieron dejar a Cristo de lado, y jurar por Alá para sobrevivir. Durante esos días Amín se aferró a su madre y no salió de su casa en las 150 horas que duraron los combates. Pasaba el tiempo dibujando y durmiendo.
La ocupación fue reprimida en cinco días por el Gobierno. El paso de los jihadistas aún se nota en las iglesias milenarias incendiadas, las ventanas sin vidrio, las cortinas de los locales perforadas por las balas y la escasez de población. Amín y su familia decidieron quedarse, al igual que las monjas ortodoxas griegas vestidas con burka (una prenda que cubre el cuerpo y la cara por completo) del monasterio de Santa Tecla. Sus vidas corrían grave peligro si la ocupación se extendía algunas horas más. El mito que da origen a la patrona de la ciudad es asombrosamente similar al relato de Amín. Santa Tecla de Iconio es considerada la primera mártir de la historia, discípula de San Pablo cuando él predicaba en Damasco. Fue condenada a muerte en diversas ocasiones, y se salvó. El más célebre de sus escapes es toda una leyenda: Tecla estaba acorralada en las montañas de Maalula, escapando de soldados que tenían orden de ejecutarla. Luego de rezar fervorosamente, un rayo cayó sobre la roca, formándose una profunda fisura, por la que pudo escapar. Después volvió a Maalula, convirtiendo a muchos de sus habitantes al cristianismo. Pasó sus días en una cueva, donde ahora está el monasterio.
El gobierno otorgó subsidios para la reconstrucción de la ciudad, reabrió oficinas del Estado, una escuela y unos cientos de locales regresaron. En el colegio, después de aquella experiencia, en ese pueblo todos los alumnos reciben un entrenamiento militar en el que aprenden técnicas básicas de combate, como disparar un arma.
Amin ya no juega al fútbol con los pocos amigos que permanecen en la ciudad. Tampoco usa más la camiseta del Barcelona. Anda todo el día con su uniforme militar.
Efectos cognitivos
Más allá del horror político la presencia de niños en la guerra tiene consecuencias neurológicas que dejan su sello.
Durante los siete primeros años de su vida, el cerebro del niño tiene la posibilidad de activar 1.000 células cerebrales por segundo. Cada una de estas células, llamadas neuronas, tiene la facultad de conectarse con otras 10.000 neuronas a una velocidad de miles de veces por segundo. Las conexiones del cerebro son elementos básicos para el futuro del niño, ya que definen cómo será su salud, su bienestar emocional y su capacidad de aprendizaje.
Los niños que viven en zonas de conflicto están a menudo expuestos a traumas extremos que les exponen al peligro de vivir en una situación de estrés tóxico, un estado que inhibe la conexión de las células del cerebro y que tiene importantes repercusiones que afectarán su desarrollo cognoscitivo, social y físico para el resto de su vida.
“Además de las amenazas físicas inmediatas a las que se tienen que enfrentar los niños durante estas crisis, corren igualmente el riesgo de sufrir secuelas emocionales enraizadas en lo más profundo de ellos mismos”, dijo la responsable de UNICEF para el desarrollo de la primera infancia, Pia Britto.
“Los conflictos privan a los niños de su seguridad, de su familia y de sus amigos, del juego y de la rutina. Y, sin embargo, todos ellos son los elementos de la infancia que ofrecen a los niños las mejores oportunidades posibles de desarrollarse completamente y de aprender de manera eficaz, lo que les permitirá participar en la economía y en la sociedad, y crear comunidades sólidas y seguras”, dijo Pia Britto.
“Esta es la razón por la cual debemos invertir aún más para proporcionar a los niños y a los cuidadores suministros y servicios indispensables, como materiales pedagógicos, apoyo psicosocial y espacios protegidos amigos de la infancia; todo ello puede contribuir a restablecer en pleno conflicto el sentimiento de ser un niño”.
Un niño nace con 223 millones de neuronas activas, pero para que el cerebro alcance su plena capacidad de funcionamiento en la edad adulta, con alrededor de 1.000 millones de neuronas capaces de conectarse entre ellas mismas, es muy importante el desarrollo en la primera infancia. Esto comprende la lactancia materna y la nutrición temprana, la estimulación precoz por parte de los cuidadores, la posibilidad de aprender a una edad temprana y la oportunidad de crecer y de jugar en un entorno seguro y sano. Nada de eso puede suceder normalmente mientras las guerras sigan transcurriendo en las narices de los niños.
@daniwizen
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