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La vida en la "jungla" de Europa

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La vida en la "jungla" de Europa

Desde Calais.

-Viajar no es un placer, es un martirio, dice Shahin.

Hace exactamente un año besó por última vez a su esposa y a sus tres hijos en Kunduz, al noreste de Afganistán, después haber vivido entre bombardeos de Estados Unidos y ataques de los talibanes en igual proporción. Se tomó un bus hasta Asjabad, la capital de Turkmenistán, donde un camión lo trasladó hacia territorio iraní, allí se subió a otro camión con el que atravesó todo el país persa y lo dejó en Turquía. Desde ahí, llegó como pudo a Ayvalik, en la costa turca del mar Egeo, donde lo esperaba un contacto para subirlo al bote que lo cruzaría a tierras griegas. Llegó y cruzó Grecia de punta a punta para subirse a otro bote, esta vez por el Meditarraneo, para desembarcar en las costas de Italia. Tiró su salvavidas en las playas de Brindisi y fue a buscar una oficina de correos, donde esperaría un giro de dinero por parte de su familia para poder llegar al Reino Unido. Para eso, primero, tenía que llegar a la 'jungla'. Cuando finalmente pudo arribar habían pasado cinco meses de tiempo y quince kilos de peso.

-No quiero que mi familia se entere que estoy viviendo en la "jungla", no publiques fotos mías en tu nota, me pide Shahin.

Su familia piensa que está trabajando en Francia a la espera de la visa británica. Pero nunca la tramitó ni allí ni en ningún lado. Entró por la puerta de atrás a Turkmenistán, Irán, Turquía y a la Unión Europea. Lleva 7.400 kilómetros recorridos sin mostrar un papel, un recorrido similar hicieron las otras tres mil personas que acampan en la "jungla".

Para algunas Ongs que trabajan ahí son "refugiados", para otras son "migrantes", para la gente que vive en el centro de Calais (a 5 minutos de la "jungla") son "siberianos". Total, todos vienen de bien lejos, les da igual de dónde. En estos años cerraron muchos comercios en la ciudad y el turismo decayó, el paisaje del lugar cambió. Calais es una ciudad de paso que el GPS sugiere evitar: "Zona peligrosa", advierte.

El diccionario de la Real Academia Española no admite "junglas" en Europa, define la palabra como "un terreno de vegetación muy espesa propio de la India y otros países de Asia y América". Calais está ubicada al norte de Francia, es el punto más cercano a Inglaterra, bañado por el Canal de la Mancha. No hay vegetación espesa sino más bien bancos de arena. La "jungla" fue bautizada así por los medios de comunicación cuando a principios de siglo refugiados de la guerra de Kosovo se empezaron a instalar allí, en los baldíos de un viejo basurero a la vera de la autopista que desciende hacia el Túnel de la Mancha, como el descanso previo a intentar subirse a algún camión que los cruce por esa vía al Reino Unido.

Los kosovares se fueron pero luego llegaron los afganos. Fueron reprimidos y desalojados pero retornaron con más fuerza cuando también se sumaron los sudaneses. Fueron reprimidos y desalojados pero bien entrada la década que corre se sumaron los sirios aunque en poca cantidad en relación a otras migraciones más numerosas que comenzaron a llegar después como la de los eritreos, los somalíes, los pakistaníes y los iraníes fueron reprimidos y desalojados, pero todavía siguen ahí.

Todos los días, dicen los promedios, llegan unos cien habitantes nuevos pero también unos cincuenta abandonan el lugar. Es decir, consiguen cruzar a Inglaterra, porque después de tanto recorrido nadie está dispuesto a volver atrás.

La mayoría tiene alrededor de 30 años pero es posible encontrar jóvenes de menos de 18 años y adultos de casi 50. La mayoría son hombres, las pocas mujeres y niños que están allí duermen en un campamento separado o en Grand Synthe, uno más pequeño a 30 kilómetros, muy alejado de la frontera con Gran Bretaña. Durante el viaje, un gran número de mujeres son víctimas de la violencia, a menudo antes de salir, y no solo por la guerra, sino por la violencia doméstica. Y, después, durante el viaje, hay altos niveles de violencia de género, violaciones y muchos casos de sexo transaccional para pagar a los traficantes.

En los recintos de la organización francesa La Vie Active hay capacidad para albergar a 400 mujeres, niñas y niños, las cuales tienen acceso a atención sanitaria básica. Sin embargo, a mediados de febrero, la presencia de mujeres, niñas y niños era de la mitad. La Vie Active sabe que todavía hay un número indeterminado de mujeres viviendo en la "jungla" pero no tiene la capacidad humana ni logística de acceder a ellas y poder conocer su situación. Es una verdad a voces que en la "jungla" de Calais hay prostitución y explotación sexual. El Movimiento Democrático de Mujeres (MDM) denunció que en la "jungla" había carteles (que ahora desaparecieron de la simple vista) que vendían "mujeres a 5 euros".

Médicos Sin Fronteras es la principal organización que actúa en la zona junto a otras no gubernamentales como Utopia 56. La ONU y sus agencias como ACNUR y UNICEF no intervienen ya que consideran que la Unión Europea no requiere ayuda humanitaria. Amnesty International, que recibe gran parte de sus fondos del Reino Unido, tampoco se hace presente. La Unión Europea no invierte demasiados esfuerzos porque cree que si acondiciona el lugar se multiplicará la cantidad de migrantes y por eso en febrero pasado intentó quemar el campamento. No pudo completar la tarea y los habitantes de la "jungla" lo volvieron a montar a un costado de donde estaba previamente. Para evitar una escalada de violencia dispuso de unos 124 contenedores con capacidad para treinta personas cada uno, junto con duchas y baños limpios, pero son pocas las personas que van. Para ingresar es necesario inscribirse y eso automáticamente les activa un pedido de asilo a Francia. Según convenciones internacionales si una persona escapa de un conflicto el país encargado de recibirlo y de tramitarle residencia es el primero en el que se toma registro de su presencia.

El campamento es propio de un pueblo nómada. Está pensado para irse y no para instalarse, nadie piensa en construirse una vivienda, todos improvisan tiendas de campaña. Cuando alguien llega, por lo general es acogido por la gente de su comunidad; están notoriamente subdivididas las áreas según la nacionalidad. El recién llegado se ubica en alguna que tenga lugar o se apropia de la de alguno que pudo cruzar a Inglaterra; si no quedan alternativas se construye una propia.

Los sudaneses y los somalíes en general comparten grandes carpas en donde se ubican en grupos de 150 personas; los afganos usan pequeñas de 'camping'; los iraníes arman tiendas 'a la canadiense'; los eritreos se lanzan a la construcción de pequeñas casillas de maderas con estructuras precarias, algo que los sirios en general resuelven mejor, con estructuras más estables y mejor aisladas del frío y la lluvia, con decenas de frazadas cubiertas por varias capas de plástico.

-Ya están en Francia. ¿Por qué no se quedan aquí y ya?, le pregunto a Ibrahim, un licenciado en Marketing de 27 años por la Universidad de Damasco que, en efecto, viene de Siria.

-Porque sabemos hablar inglés y no francés, porque ya tengo conocidos que están en Londres, hay una comunidad esperándome y porque aquí la policía es salvaje, me responde.

Me invita a un té junto al resto de los que vienen de Siria; son menos de treinta. Hasta hace pocos días eran sesenta, menos del 5% del total de habitantes. "Aquí todos dicen que vienen de Siria porque es el conflicto de moda y porque muchos vienen de sitios escapando de la pobreza y otras cosas pero no son refugiados, nosotros lo somos". Pero en efecto todos, por algún motivo, buscan refugio en el Reino Unido y no solamente un visado. Los que vienen de Sudán escapan de un conflicto en el que en la última década han muerto dos millones de niños; seis millones quedaron sin hogar; 12 millones resultaron heridos o discapacitados y hay por lo menos unos 300.000 menores soldados con funciones como combatientes, cocineros, porteadores, mensajeros, espías o por motivos sexuales, según Unicef. Los que llegan desde Somalía provienen de una guerra que se inició en 1991 y que ha causado desestabilización e inestabilidad; el Gobierno perdió el control sustancial del Estado ante las fuerzas rebeldes. Los que llegan de Irán y Pakistán dicen ser perseguidos políticos.

Los gobiernos de Francia e Inglaterra advierten de que puede haber infiltrados de ISIS entre los sirios. Pero como Ibrahim, la mayoría de los que vienen de Siria en la "jungla" dicen haber formado parte del Ejercito Libre de Siria, denominados los "rebeldes": la oposición armada al gobierno de Assad compuesta por civiles como Ibrahim pero también por militares retirados. Los que en el camino perdieron el pasaporte no pueden ir a la Embajada Siria en París a reclamarlo porque salieron del país ilegalmente.

Aunque Ibrahim es de la capital siria, su familia quedó en Amán (Jordania). Desde allí comenzó su travesía y, por la falta de papeles, ya no puede regresar ni allí ni a Siria. El único país del mundo que no les exige visa a los sirios es Sudán. Muchos sirios que intentaron entrar ilegalmete a diferentes lugares del mundo como Alemania, Australia o incluso Canada fueron deportados a Sudán.

Ibrahim siente que su vida se reduce a cruzar o cruzar; llegó hace una semana a la "jungla", pero solo lo intentó una vez. Sus amigos lo intentan todos los días, casi sin excepción, Abdul, que tiene 29 años y es de Homs, donde tenía una empresa de iluminación, lleva acumulados 115 intentos fallidos en 120 días en la "jungla". Durante cinco días no pudo intentar porque al no saber bien inglés se subió a un camión que lo dejó en Fráncfort, Alemania.

Ir a intentarlo es la rutina del lugar. Van de a miles, en pequeños grupos caminan al menos diez kilómetros hasta algún lugar de la autopista donde no haya rejas ni alambres. Ahí se paran por delante de los vehículos o los camiones. Al año, unos treinta migrantes mueren a causa de accidentes viales o tras descomponerse a la vera de la autopista.

Algunos les ofrecen a los camioneros dinero a cambio de que los meta en la caja del transporte, otros coercionan a los chóferes, se pelean entre migrantes por la ubicación en la ruta a la espera de vehículos. "Hay mafias que te cobran 5.000 euros para cruzarte" pero no te dan garantías. Muchos andan con ese dinero encima: Abdul, por ejemplo, vendió la casa para venirse y ahora la tiene en el bolsillo. Esta semana casi logra pasar, se metió en el acoplado de un camión muy grande, se escabulló entre la mercadería que llevaba pero la policía comenzó a caminar entre las cajas y le pisó los zapatos, para comprobar que se trataba de una persona el agente volvió a pisárselos como quien busca matar una cucaracha con el pie. Ibrahim se mordió el grito pero igual lo descubrieron. Había treinta personas metidas en el acoplado, pero solo descubrieron a veinte. Diez personas ingresaron en la "tierra prometida". Las descubiertas sufrieron la violencia institucional. Garrotazos, gas pimienta y "no te quiero volver a ver aquí".

Algo parecido esa misma noche, pero en otro camión, le pasó a Hossein. Tuvo que irse hasta el hospital general de Calais donde, a pesar de no tener papeles, lo atendieron y le reconstruyeron una de sus orejas, que había sido destrozada por la furia de un policía.

Los caminos viales y los camiones son una pesadilla en la vida de Hossein. En una ruta a las afueras de Teherán su padre no vio venir un camión con acoplado a la salida de una curva. Su madre iba sentada al lado, los dos perdieron esa misma noche la vida. Veinte años después, Hossein, que fue adoptado por amigos de sus padres, se las había rebuscado para ser ingeniero civil y para participar activamente en movimientos políticos universitarios opositores a la política tradicional iraní. Una tarde de verano, hace dos años, al abrir su Facebook recibió una solicitud de amistad de un escocés con quien no tenía amigos en común. Hossein dejó el pedido en espera, cada vez que abría su cuenta se topaba con él y postergaba el momento de investigar o simplemente de sacar eso de ahí. "Hossein, soy tu tío". Un hermano menor de su padre estaba viviendo en Glasgow y le envió dinero y una tarjeta de teléfono con el prefijo 0044 (la mayoría de los habitantes de la "jungla" también tienen numero con prefijo ingles, algunas Ong se encargan de repartirlos). Decidió no esperar los trámites de la visa y jugársela.

Cuando arribó a la "jungla" tuvo que asumir que podría pasar mucho tiempo en un campamento en el que las ratas no le temen a los hombres, donde puede comer luego de hacer largas filas en los puestos que ponen las Ongs y donde tiene prohibido extenderse más de 5 minutos en la ducha, salvo que se madrugue. Porque por la mañana reina un silencio absoluto en la "jungla": los que fracasaron en el intento de cruzar regresan entre las 3 y 4 de la madrugada y se levantan para el mediodía.

Los sábados por la noche no hay mucho tránsito y entonces los eritreos abren su 'night club', los afganos ponen música en sus celulares y muchos descansan.

Antes de intentar cruzar lavan su ropa, se afeitan y hasta se perfuman, cuando abandonan la "jungla" pasan por delante de un grafiti hecho por Bansky que dice en grande "London calling" (Londres llama). Quizás esta noche puedan atender el llamado.

@daniwizen

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