En la etapa de la post-guerra, pensado ante la amenaza de la expansión de la Unión Soviética se emprendió la conformación de un bloque de defensa común que pueda actuar conjuntamente en ambas partes del Atlántico. Así comprometer en una misma línea de defensa a Estados Unidos y países aliados de Europa, fue el contexto que premiaba para dar natalidad a la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Creada en un momento de la historia de la humanidad cuando el escenario global era bipolar.
Esto es el pasado, y hoy es otro el orden global del presente y donde ni siquiera existen aproximaciones o señales que puedan pensar en una retrospectiva con ese mapamundi de dos bloques predominantes en el planeta.
Proyección silenciosa
La OTAN, como organización política y militar, cuenta con dos brazos de acción que son la diplomacia en el ejercicio del lobby, y su capacidad como fuerza militar.
En materia política, el ejercicio de la diplomacia de los representantes de la OTAN es algo que no ocupa espacio en los medios de comunicación en Latinoamérica, por lo tanto la comprensión para la mayoría de los ciudadanos de esta región es desde una determinada perspectiva que no goza de muchas voces que intenten interpretar su dinámica, y existiendo además dificultades para hallar vinculaciones directas con la geopolítica doméstica. Muchos especialistas de habla hispana dan un rol secundario a la OTAN cuando confeccionan sus teorías políticas o ni siquiera llegan a dar mención. La palabra OTAN no suena en la prensa hispana, cuando se trata de una organización que extiende un ejército de fuerzas internacionales y construye un esquema militar para una parte del planeta, buscando un paraguas para aquellos “aliados” que acompañan iniciativas de militarización en múltiples lugares.
Buscar claves, hallar un diagnóstico
Si consideramos que en el presente predomina una hegemónica fuerza militar de los Estados Unidos, la superpotencia que pasa a integrar cualquier alianza entre países, situará a aquellos estados que estén fuera de tal alianza siempre en desequilibrio. Siendo más, aquellos estados que ni se planteen sumarse a una “alianza”, se verán fuera de un esquema internacional que constituye el mayor poderío militar en el planeta y del cual pasan a estar excluidos. Sus ciudadanos y sus recursos, no gozarán de similar protección.
Aquellos que en proporción son inferiores y expresan voluntad de integrarse a una “alianza”, sabrán obtener beneficios pero naturalmente carecen de un poderío para orientar el rumbo político de una “alianza”. Muchos interrogantes se disparan aquí, mucho podemos ensayar en casos, ejemplos, hipótesis o circunstancias.
Los razonamientos más lógicos y aplicando el sentido común hacia lo que podemos aspirar para la seguridad del mundo, se contraponen contra el emprendimiento de una alianza que no transita una vía multipolar. Se trata de un esquema para “un polo” y esto es el pasado.
OTAN y la vía que no conduce al equilibrio
La participación entonces de una superpotencia en una alianza, la exclusión de estados en esa alianza son elementos que no contribuyen a la equidad.
Desde el compromiso en la “Carta de las Naciones Unidas”, en el que todos los pueblos del planeta dan vida y legitimidad a una institución multilateral como la ONU, adhieren a tener un órgano único para la confección de la seguridad y defensa como es el Consejo de Seguridad, con párrafo aparte para su pretendida restructuración.
Aquí aparecen inquietudes sobre la OTAN y su rol, que se contrapone con su intento de expansión a brindar “seguridad” a los países miembros del “bloque” o “alianza”, pero ¿El resto de los ciudadanos del planeta? ¿Tienen que convocarse a armar otro bloque para establecer estrategias de seguridad para sus territorios? Alimentar la fuerza militar de la OTAN superpone a la ONU. Siendo que esta encomienda misiones a “otros organismos” como la OCDE, OTAN, y otros. Así creamos un “proveedor” único de la seguridad, a sabiendas que la OTAN cuenta instrumentos con las competencias disponibles y los recursos para actuar como “fuerza de paz”.
Un mundo seguro, pero para todos
La comunidad internacional destina enormes esfuerzos para combatir flagelos que afectan a toda la población en materia de seguridad, terrorismo, crimen organizado, redes de narcotráfico, piratería, etc. Velar por los derechos universales de todos los habitantes del planeta es un desafío que debería confeccionarse al margen de fronteras, aliados o excluidos. En los “Objetivos del Milenio” o en todos los compromisos asumidos por todas las naciones del mundo, no hay espacio para ningún tipo de exclusión ni diferencial para brindar a algunos, un paraguas institucional por fuera de las Naciones Unidas. Iniciativas complementarias son abiertas para las cuestiones regionales, pero la tendencia en el concierto internacional de naciones es transitar por la vía multilateral para enfrentar los desafíos del presente.
Podemos apelar muchas teorías para enriquecer argumentos, pero es visible que al potenciar la seguridad de una parte del planeta, estamos generando la desprotección de otros y aún más, si esto se realiza paralelamente al marco institucional por el cual el mundo ha adoptado su forma para existir con armonía y equilibrio.