Confieso que me ha sido difícil escribir sobre las elecciones en Estados Unidos este año. No es por falta de material, porque de material, hay, y mucho. Hay tanto que uno ni sabe por dónde comenzar. De todos modos, esto no es la excusa de mi bloqueo. Mi ausencia de letras ha sido por razones que no he querido aceptar, o las que he querido procesar con más contemplación y mayor análisis profundo. Lamentablemente, los tiempos de hoy en Estados Unidos han cerrado el espacio a la profundidad. El análisis crítico ha sido exiliado, el mero acto de pensar ha sido sometido al ostracismo.
Escribo este texto en mi voz personal, como mujer estadounidense, y también latinoamericana, y, si me permiten, conocedora de un pedazo de este mundo en toda su complejidad política, social, económica y cultural. En Estados Unidos, enfrentamos un momento de crisis y choque cultural. Años de decadencia social, purulento odio, racismo y xenofobia, y un arraigado machismo han dejado irreversibles divisiones en la sociedad estadounidense. Décadas de basura cultural, superficialidad y escandalosos 'voyeuristas' sin fondo perpetuados por la televisión 'reality' han dejado a los estadounidenses drogados del consumismo excesivo y adictos a la distracción. De ese pozo tóxico nació la candidatura de Donald J. Trump.
No me malinterpreten. Estados Unidos tiene sus fallas, comenzando con el genocidio de los pueblos originarios que habitaron el territorio norteamericano y luego la brutal esclavitud y tortura de los africanos que construyeron los Estados Unidos de América con su mano de obra forzada, su sangre corrida y sus cuerpos violados. Hoy es un país bélico, imperialista, responsable por graves crímenes de guerra y atrocidades en Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Somalia, Vietnam, toda América Latina, etcétera, etcétera.
Pero no todo es malo en el seno del imperio. De hecho, Estados Unidos tiene una súper riqueza cultural en música, cine, el arte, la literatura, la ciencia y tecnología innovadora y avanzada, y una innegable e inspiradora historia y tradición de rebelión y revolución. Desde los vibrantes movimientos de anarquismo y socialismo a principios del siglo XX, el comunismo creciente en los treinta hasta los radicales movimientos revolucionarios en los sesenta y setenta que lucharon por y lograron grandes transformaciones sociales y políticas. Dentro de los Estados Unidos siempre han existido elementos y movimientos vanguardistas en la lucha por la justicia, la igualdad, la diversidad, la expresión humana y los derechos humanos.
Hoy, en el clima electoral actual, toda esa enriquecedora historia de este país parece algo del pasado, sin alcance al presente, invisible para el futuro. Que Estados Unidos haya llegado a este momento, donde tenemos que escoger entre la primera mujer presidenta que lamentablemente representa lo más rancio del sistema estadounidense en toda su gloria imperialista, o un loco bruto misógino racista mentiroso, es deprimente y triste. Lamento admitir que los otros candidatos de partidos 'terceros' -independientes, libertarios, verdes, socialistas- no tienen cabida.
Yo confieso que la idea de una mujer presidenta en Estados Unidos me hace palpitar el corazón. Mi madre ha sido una gran luchadora por los derechos de las mujeres desde mi niñez. Me llevaba a marchas y protestas cuando apenas podía caminar, reclamando los derechos de la igualdad. Viví momentos de inmensa desilusión y tristeza con ella cuando el Congreso estadounidense no ratificó la enmienda constitucional de los derechos de la mujer en los años ochenta. Esos años fueron de mucha tensión e inseguridad para nuestra familia, ella recibía muchas amenazas de los vecinos y los opositores a su trabajo político. Recuerdo que más de una vez vinieron los bomberos para revisar cartas anónimas enviadas a nuestra casa que contenían bombas caseras y otras amenazas a muerte.
Sin duda Hillary Clinton es una mujer preparada para ser presidenta de los Estados Unidos. Tiene la experiencia, la inteligencia, la capacidad y el compromiso para representar y promover los intereses estadounidenses al máximo nivel global. No dudo de su capacidad total para ser la imperialista en jefe. Para el poder estadounidense, ella es la candidata perfecta. Tiene todo el apoyo de Wall Street, el Complejo Militar Industrial, las agencias de inteligencia y la élite mundial. Y eso justamente es el problema. ¿Por qué nuestra primera mujer presidenta tiene que ser más macho, más belicista y más imperialista que todos los hombres que la han precedido? El machismo vuelve a levantar la cabeza en todos los rincones del poder patriarcal.
Por otro lado, pensar en Donald Trump, un ser humano asqueroso, acosador y abusador de mujeres, un hombre que se burla de los discapacitados, las personas con sobrepeso, los veteranos de guerra, los enfermos y los débiles. Un hombre que promueve el odio contra los latinos (o los 'hispanos latinos' como los llama él), los musulmanes, los afroestadounidenses y en general cualquiera que no sea blanco y le adule, pues, es simplemente imposible. El mero hecho de que ese grotesco ser tenga el apoyo de alguien para ser presidente de los Estados Unidos es inimaginable e incomprensible para mí.
Donald Trump es un ignorante payaso que no sabe absolutamente nada de política, diplomacia, o de la complejidad de gobernar en un mundo en turbulencia e inestabilidad, enfrentando las amenazas de guerra infinita y cambios climáticos (la existencia de los cuales él niega). Los sectores que 'apoyan' su candidatura incluyen a los supremacistas blancos (racistas), a los ultraconservadores evangélicos republicanos y a confundidos obreros (blancos) que desafortunadamente (y falsamente) creen que Trump los hará a todos multimillonarios si logra ser presidente. Ni su propio partido lo quiere defender, y muchos republicanos ya han anunciado su apoyo a Hillary Clinton, quien realmente representa los intereses de ambos partidos porque es un solo sistema el que defiende el poder estadounidense.
He ahí el dilema en el que nosotros, los estadounidenses, estamos navegando. ¿Escoger entre la guerra y el salvajismo? A fin de cuentas, Clinton y Trump representan dos caras de la misma moneda. Ella es la presentable; él, el trasero.