Apagar la destrucción o incinerarnos: ¿qué hacemos con la Amazonía?
"Esto no solamente es un bosque que se está quemando. Es casi un cementerio. Porque lo único que puedes ver es la muerte". Rosana Villar, de Greenpeace, sobre los incendios masivos en la Amazonía de Brasil. Agosto 2019.
El presidente francés, Emmanuel Macron, lo declaró en un tuit: "nuestra casa se está quemando". La Amazonía se está quemando y no se puede recuperar. Solo este año hubo más de 74.000 incendios en Brasil, y 40.000 en la zona amazónica, según el Instituto Nacional de Brasil para la Investigación Espacial. Es un incremento de 85 % con respecto al año pasado, según las autoridades brasileñas.
El daño hecho a la selva amazónica es irreversible. Y la responsabilidad humana es innegable. El gobierno de Jair Bolsonaro ha dado luz verde a la destrucción amazónica, en nombre del "desarrollo" y la "prosperidad". Pero, ¿qué prosperidad habrá sin aire que respirar? ¿Qué vida se puede vivir sin planeta?
La crisis de la deforestación en Brasil ha sido acelerada por Bolsonaro, quien no ha escondido su desprecio por las comunidades indígenas y los defensores del ambiente. El gigante suramericano es uno de los países más peligrosos para los activistas ambientales. Según la organización Global Witness, en 2018 al menos 20 defensores del ambiente fueron asesinados, y esa cifra parece estar creciendo con Bolsonaro en la presidencia. El país ya está en el cuarto lugar del mundo de asesinatos de activistas del ambiente, la mayoría de los cuales son indígenas defendiendo sus tierras de la explotación promovida por las corporaciones y agroindustrias.
En 1998, Jair Bolsonaro, un ex capitán del ejército de Brasil y diputado de Río de Janeiro de la ultraderecha, fue citado en el periódico Correio Braziliense declarando: "es una pena que el ejército brasileño no ha sido tan eficiente como los americanos, quienes exterminaron a los indios". Más recién, en 2015, Bolsonaro dijo que "las reservas indígenas son un obstáculo a la agro-industria". Y en 2018, en campaña presidencial, el futuro jefe de Estado admitió: "si yo fuese presidente, ya no habrá ni un milímetro más de tierra indígena".
Parece que Bolsonaro está cumpliendo su promesa. Al asumir la presidencia de Brasil el 1 de enero del 2019, Bolsonaro comenzó a debilitar todas las protecciones ambientales del país con el objetivo de abrir la región amazónica al desarrollo económico. Su gobierno ha promovido la deforestación másiva de la Amazonía, causando la erupción de incendios devastadores en la selva que han llamado la atención mundial.
A diferencia de la creciente intensidad y cantidad de huracanes y tormentas a nivel internacional, de las inundaciones y sequías, y de las intensas olas de calor que son atribuidas al cambio climático y al calentamiento global, los incendios en Brasil no fueron causados por el clima. No son incendios salvajes que fueron iniciados por accidente y luego expandieron de manera incontrolable, como ha sucedido en California y en el oeste de Estados Unidos. Los incendios en Brasil y en la Amazonía —que traspasa fronteras e incluye territorios en Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela— fueron provocados por humanos. Son intencionales.
Esa cruda realidad hace la situación aún más incomprensible. ¿En qué cabeza cabe que destruir a la Amazonía sería un paso hacia la prosperidad económica? Menos en un momento de grave y creciente crisis climática a nivel global.
No es solamente la destrucción de una tierra mágica, llena de árboles que han crecido durante siglos, sino también la devastación del hábitat de decenas de miles de especies de animales, insectos, plantas y seres vivos y únicos, que contribuyen al aire que todos respiramos y al agua que necesitamos para vivir.
Mientras se queman los bosques y destruyen toda la vegetación en nombre del 'desarrollo', la tierra pierde su humedad y se seca. Entre más seca sea la tierra, más susceptible es a los incendios. Y sin la humedad de la selva, los sistemas de agua —el ecosistema del continente suramericano— será afectado de manera negativa. No habrá lluvia en el sur. No habrá agua. Y sin agua, no hay desarrollo ni prosperidad, porque no hay vida.
Entonces, ¿qué podemos hacer para revertir esta crisis y neutralizar las políticas destructivas de figuras como Bolsonaro y Donald Trump?
A finales de agosto, una joven de 16 años de Suecia, Greta Thunberg, llegó a la costa estadounidense, después de un viaje de dos semanas por mar desde Europa. Ella viajó en un barco propulsado por la fuerza del viento, que tuvo cero emisiones. Thunberg inició un movimiento en defensa del clima en su país nativo, conocido como Fridays for Future (Viernes por el Futuro), en 2018, con la intención de llamar la atención mundial sobre la creciente crisis climática y la necesidad de actuar desde ya, sin excusas.
La joven se ha convertido en la cara más visible y la voz más prominente en defensa de la Madre Tierra. Al ser invitada a la cumbre climática en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York este septiembre, Greta decidió que llegaría sin contribuir a la contaminación del planeta. Su acción es un ejemplo de lo que uno puede hacer para reducir su huella de carbón. Claro, no todos tenemos la opción de viajar en barco, en lugar de avión o carro, pero podemos intentar con otros cambios en la vida cotidiana que pueden reducir la contaminación, o que contribuyen a mayor consciencia sobre nuestro comportamiento destructivo y la necesidad de cambiarlo.
Greta ha dejado claro que su generación es la que pagará por las acciones destructivas de las anteriores, que aún siguen el en poder y que tienen en sus manos la capacidad de revertir —o reducir— los daños que están causando. Podemos consumir menos. Podemos usar energías renovables. Podemos caminar más y usar menos carros y vehículos que emiten gases y emisiones contaminadoras. Podemos comer más sano —dejar de comer carne producida en fábricas crueles— y podemos votar por políticos pro-ambientales que luchan por nuestro planeta y nuestro futuro.
Greta ha demostrado que una voz se convierte en millones. Esa joven decidió un día que no podía quedarse callada sin hacer nada mientras el planeta se quemaba. Se paró afuera de su escuela e inició una huelga solita. Los viernes por el planeta. Los viernes por el futuro. Un futuro que nos necesita con urgencia.
El horror que muchos sienten cuando ven a la Amazonía en llamas no debería quedarse como una imagen de un instante trágico. Es un llamado a la acción. Es una exigencia a elegir líderes que promueven el interés colectivo, que construyen y no destruyen, que trabajan por un mundo sostenible con humildad y humanidad.
Nuestra casa se está quemando y tenemos dos opciones: apagar la destrucción o incinerarnos.
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