Los críticos de la política exterior de Washington tienen un dicho: "No importa quién está en la Casa Blanca —republicano o demócrata—, la política exterior no cambia". Es una política de Estado. Las invasiones, bombardeos, injerencias, intervenciones y agresiones de Estados Unidos contra otras naciones han ocurrido con presidentes demócratas y republicanos, sin notar mucha diferencia en su estilo o sus acciones bélicas.
Confieso que he compartido esa opinión en años anteriores. Sin embargo, las diferencias entre el Gobierno de Donald Trump y el de Barack Obama cuando se trata de la política sobre Cuba, por ejemplo, son inmensas y chocantes.
Considerando que el exvicepresidente de Obama, Joe Biden, actual candidato demócrata a la presidencia estadounidense, comparte la misma visión hacia Cuba que el exmandatario, se puede concluir que en este caso habrá diferencias contundentes si gana Trump o si gana Biden en las elecciones del 3 de noviembre.
Obama logró el avance más importante en la relación de Estados Unidos con Cuba, desde el inicio del bloqueo en 1960. Aunque no fue suficiente, porque no logró levantar el bloqueo y normalizar por completo las relaciones entre ambas naciones, parecía estar en ese camino cuando terminó su segundo mandato, a comienzos del 2017.
La elección de Trump fue un fuerte revés para la relación con Cuba. Su administración literalmente eliminó todos los avances implementados por Obama. Primero, utilizando la excusa de un evento extraño experimentado por funcionarios estadounidenses en La Habana (que aún no ha sido ni confirmado ni explicado), retiró a la mayoría del personal diplomático de la Embajada en Cuba, y expulsó a las contrapartes cubanas de su legación en Washington.
Poco después, Trump restringió los viajes comerciales a Cuba desde Estados Unidos, que Obama había ampliado, eliminado vuelos a ciudades fuera de La Habana en la isla, y luego suspendiendo casi todas las frecuencias aéreas entre ambas naciones que no fueron tipo charter.
La libertad de viaje a Cuba para los ciudadanos estadounidenses fue eliminada. Solo se permitía viajar a la isla con una licencia autorizada por el Departamento del Tesoro, bajo ciertas categorías estrictas. Básicamente, Trump canceló todo lo que había hecho Obama, aun cuando esas medidas promovidas por el expresidente eran altamente populares en Estados Unidos.
Durante su gestión, Trump ha seguido destruyendo la relación diplomática y comercial con Cuba, que fue iniciada por Obama. Además de su constante retórica hostil hacia La Habana, remanente de la Guerra Fría, su gobierno ha prohibido la entrada de ron cubano y habanos a Estados Unidos.
Del mismo modo, ha prohibido la estadía en hoteles en Cuba que pertenecen al gobierno cubano —todos los hoteles son estatales o de empresas mixtas entre el Estado cubano y empresas multinacionales— para los ciudadanos estadounidenses que logren viajar a la isla con una licencia.
Recientemente, el gobierno de Trump prohibió el envío de dólares desde Estados Unidos vía Western Union u otras empresas que están asociadas con el Estado cubano.
La firma Fincimex, controlada por el cuerpo militar cubano, funciona como la entidad en la isla que procesa el dinero recibido vía Western Union y otras empresas similares. Miles de millones de dólares en remesas son enviadas desde Estados Unidos a ciudadanos cubanos, principalmente de sus familiares, y representa una parte significativa de la economía del país caribeño. Esta restricción de la Casa Blanca es un golpe muy fuerte a las vidas de millones de personas que literalmente sobreviven con ese dinero.
El objetivo pronunciado del Gobierno de Trump ha sido el de restringir el flujo de dólares al Estado cubano, aun cuando esas medidas afecten y limiten las libertades de los estadounidenses, y el beneficio financiero para las empresas en Estados Unidos. Y aún cuando hagan sufrir a la población del país antillano.
Para Trump, es simplemente una cuestión de políticas electorales. El mandatario necesita el apoyo de la comunidad cubana-americana en el estado de Florida para asegurar su reelección a la presidencia. Por eso ha endurecido su discurso hostil y sus acciones agresivas contra La Habana en los últimos meses.
Por ejemplo, Trump ha celebrado públicamente los fracasos de los grupos anticastristas en Miami, patrocinando eventos para honrar a los 'veteranos' de la invasión fracasada de Bahía de Cochinos en 1961. Su invocación de la "amenaza socialista" para generar apoyo entre esa comunidad ha tenido éxito, según las últimas encuestas electorales. El republicano goza de un apoyo masivo entre los cubanos-americanos en Florida (cerca del 70 % dice que votarían por él en las próximas elecciones).
Trump y su campaña han hecho un inmenso esfuerzo para vincular el socialismo con los demócratas y el candidato presidencial Joe Biden, a pesar de la lejanía que existe realmente entre la plataforma demócrata y las políticas socialistas. Y ese esfuerzo ha sido exitoso entre sus seguidores. La región del sur de la Florida está llena de cubanos-americanos y venezolanos que se autoexiliaron durante los gobiernos de Hugo Chavez y Nicolás Maduro, y que apoyan a Trump por la postura agresiva que ha asumido contra su países de origen.
Más allá de sus objetivos electorales, la política de Trump hacia Cuba podría ser caracterizada por su crueldad. Un explosivo reportaje en el New York Times ha documentado como Trump y su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, debilitaron las defensas sanitarias de América Latina contra el covid-19, como parte de su política contra La Habana. Juntos, los dos presidentes expulsaron a cerca de 10.000 médicos y enfermos cubanos de la región, que tenían años sirviendo a las comunidades más necesitadas en América Latina.
Además de expulsar miles de médicos y enfermeros cubanos de diversas zonas de riesgo en Brasil, Ecuador, Bolivia y El Salvador, justo al inicios de la pandemia del coronavirus, también atacaron al organismo internacional más capacitado para combatir el virus en la región, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), por su participación en el programa médico cubano.
Según el NYT, Trump y Bolsonaro casi forzaron la OPS a la bancarrota en medio de la pandemia, debilitando su capacidad de suministrar servicios médicos esenciales a la región. "En su afán por deshacerse de los médicos cubanos, el gobierno de Trump ha castigado a todos los países del hemisferio y, sin duda, eso ha significado más casos de la covid-19 y más muertes por el virus", dijo Mark L. Schneider, exjefe de planificación estratégica en la OPS.
Solo en Brasil había miles de médicos cubanos cuidando a 60 millones de personas, principalmente en pequeñas comunidades en la zona Amazónica. Pero Bolsonaro los expulsó de la nación sudamericana, sin reemplazarlos, dejando a esos millones de brasileños vulnerables y sin ninguna atención médica.
El Gobierno de Trump sigue presionando a otros países para que expulsen a los médicos cubanos. No le importa el daño que causa a las millones personas, que hoy dependen de esos servidores en medio de una peligrosa pandemia. Su único deseo es hacerle daño a Cuba, al pueblo cubano y su gobierno. Es una falta total de humanismo.
En el último año, el bloqueo estadounidense contra Cuba ha causado pérdidas a la isla por el orden de los 5.570 millones de dólares, según la Cancillería cubana. Por primera vez, el monto total del daño económico rebasó la barrera de los 5.000 millones de dólares, consecuencia del incremento en agresión desde la Casa Blanca.
Tener a un demócrata como Joe Biden en la Casa Blanca no significa un fin de las políticas injerencistas de Estados Unidos en el mundo, ni el fin de las guerras injustas de Washington, pero sin duda tendría un impacto innegable e importante en la relación con Cuba.
Cuba seguirá resistiendo las agresiones de Washington si Trump logra un segundo mandato. Pero su derrota en las urnas sería mucho más sana y favorable para la isla y toda la región latinoamericana. También para Estados Unidos.