De guerrillero a estadista, siempre el 'Pepe' del pueblo

Eva Golinger

La primera vez que conocí a José Mujica fue un día antes de su toma de posesión como jefe de estado de Uruguay el 1 de marzo de 2010. Había acompañado al presidente Hugo Chávez en su viaje a Montevideo para asistir al evento histórico. Uruguay vivió una dictadura brutal hasta mediados de los años ochenta y ahora iba a ser gobernado por uno de los torturados y perseguidos de ese régimen dictatorial. Mujica, mejor conocido como el 'Pepe', pasó casi 15 años en la cárcel durante la dictadura, mucho de ese tiempo en condiciones inhumanas, sin ver la luz del día y sometido a incontables brutalidades. Durante uno de los enfrentamientos con las autoridades, el 'Pepe' recibió varios disparos en su estómago.

Ahora este viejo guerrillero del movimiento izquierdista tupamaro, quien había vencido todos los obstáculos, derrotando enemigos poderosos y adversarios peligrosos, llegó a los más altos niveles del poder político de su país. Cuando lo vi por primera vez en Montevideo en 2010, nada de esa historia tan fuerte y potente era obvio a primera vista.



Con el presidente Chávez llegamos en horas de la noche a Montevideo, provenientes de Caracas. Nos trasladamos a un hotel en Carrasco, no muy lejos del aeropuerto en una zona residencial llena de árboles verdes y abundantes. El hotel, la Casa Belmont, parecía una casa vieja de esas oligarcas, con mucho mármol y cortinas floreadas. Mientras nos instalamos en las habitaciones, poco después de nuestra llegada nos avisaron que venía el presidente electo y su esposa al hotel para reunirse con Chávez.

Yo, sorprendida, preguntaba cómo era eso, ¿que venía el nuevo presidente del país en el cual nos encontramos hasta nuestro hotel para verse con su amigo Chávez? Sí, me decían, él es muy sencillo, no le importan mucho esas cosas protocolares. Y así fue. Llegó el 'Pepe' con Lucia, su esposa y compañera de lucha, como dos abuelos llegando a visitar a los nietos.

Se sentaron con Chávez en unos sillones como viejos amigos a hablar un rato hasta que ya la noche no daba más y era hora de irse. Estaban casi solitos, sin mayor seguridad o entorno, mientras la guardia presidencial venezolana y toda nuestra delegación desbordaba el hotel. Se fueron como vinieron, tranquilos y pocos, como si fuera cualquier día normal. Horas después, durante la mañana siguiente, el 'Pepe' se convertiría en jefe de Estado del país por el cual tanto luchó y tanto prometió liberarlo de la miseria, la desigualdad y la injusticia.

No volví a encontrarme personalmente con el 'Pepe' hasta más de 4 años después. En ese tiempo, se había convertido en un líder latinoamericano de trascendencia internacional, conocido por la claridad de su discurso, su franqueza y su sencillez.

Durante meses solicité realizar una grabación con el presidente Mujica para RT como parte de la serie, 'Un día con...', donde paso un día con un jefe de estado u otra personalidad de interés para mostrar su lado más real y humano a la audiencia internacional. Finalmente me invitaron a estar unos días en Montevideo para entrevistar al 'Pepe' y seguir sus pasos durante su día laboral.



Llegué a verlo primero en medio de una reunión del Consejo de Ministros, que había comenzado cerca de las 9 de la mañana. Estaba dentro de la Torre Ejecutiva, sede de la Presidencia de la República Oriental del Uruguay. Es un edificio moderno y bastante imponente, ubicado en la Plaza Independencia en el centro de Montevideo. Me habían advertido que nunca antes habían permitido a periodistas entrar en el Consejo de Ministros para grabar, pero nos estaban haciendo una excepción.

Lo pillé al entrar con mi camarógrafo y, no queriendo interrumpirlo, solo le di un sutil saludo con la mano al estilo militar. Me respondió de la misma manera, con una pequeña sonrisa que me invitaba a hacer mi trabajo y tomar imágenes de la sala. Estaba con sus ministros y equipo administrativo. El ambiente era informal, hasta relajado, y sencillo. No había exceso de gente, ni de objetos. Tenía la sensación de que era una reunión muy privada entre colaboradores. Nos quedamos unos momentos como testigos secretos de la reunión, y salimos. Un tiempo después, entró un mesonero con café y miré rápidamente por la puerta antes de que se cerrara. Vi al 'Pepe' sentado en otro puesto, ahora con solo tres compañeros más, hablando muy cerca y en voz baja, como en sus tiempos de guerrillero planificando la próxima acción.

Cuando terminó la reunión, el 'Pepe' salió hacia su despacho al lado y me invitó a entrar. "¿Eres cubana?" me preguntó. "No", le dije, "soy gringa-venezolana, pero revolucionaria". Se reía. "¿Gringa-venezolana? Imagínate".  Volvió a sentarse en su escritorio a firmar papeles, mientras le hablaba. Finalmente me invitó a acompañarlo a una actividad con sindicalistas al final de la tarde. Antes, le dije, lo iba a ver en su chacra, su casa en el campo donde vive con su esposa. Me miró firme y me dio el visto bueno, levantando su pulgar.

El camino a su casa pasa por el gran puerto de la ciudad y luego una larga zona industrial. Vive por el otro lado del cerro de Montevideo, donde ya las calles de asfalto se convierten en barro. Es una zona humilde, donde los vecinos siembran su comida y se levantan con el sol. Al llegar a la chacra, no había nada que identificaba que allí en ese lugar vivía el jefe de Estado. Había una pequeña casilla con dos funcionarios de seguridad y un vehículo. Un señor que iba caminando por la vía pasó por enfrente de la casa del 'Pepe' y ni miró, siguió su camino como en cualquier lugar. No había banderas, ni pancartas, ni seguidores esperando a verlo. Un grupo de perros salieron a darnos la bienvenida, y al fondo vi a la perrita consentida de Mujica, Manuela, con sus tres paticas.

Bajamos por el camino de grama y barro a pie hacia la chacra del Pepe. Allí estaba: una pequeña casita de un piso, con un patio lleno de matas, flores, sillones viejos y objetos, y perros y gatos callejeros por todos lados. La puerta de la casa era bajita, casi de mi altura, como si allí viviera un ser mágico. Tocamos y de repente el 'Pepe' abrió la puerta. "¿Cómo anda?" decía, y nos invitó a entrar. Manuela nos seguía los pasos adentro mientras el 'Pepe' comenzaba a buscar sillas para los camarógrafos que me acompañaban. "No te preocupes", le decía, pero él insistía en poner sillas, aunque solo pocas cabían en el íntimo espacio de su sala. Le incomodaba un poco los tres camarógrafos conmigo y hasta mandó a uno que tenía que estar frente a mí a pasar por detrás.

El 'Pepe' había arreglado la fogata y la chacra estaba bien calentica, un maravilloso contraste con el frío de afuera del invierno uruguayo. Aunque yo quería caminar por la casa y sus afueras, me obligó a sentarme. "Primero hablamos", decía. Conversamos un rato, casi una hora, de su vida, su gestión y la situación actual internacional. Era todo un tesoro de sabiduría. Me contó sobre sus encuentros con Mao Tse Tsung en China, y el Ché Guevara en su tierra. Hablamos de su vida de guerrillero y su vida ahora de presidente. "No voy a cambiar mi manera de vivir simplemente porque ahora tengo este cargo", alertaba. "¿Por qué si represento a la mayoría, voy a vivir como la minoría?".

El 'Pepe' renunció a todos los lujos de la presidencia y sigue viviendo en su casa de siempre, con sus vecinos de siempre y las mismas cosas que tenía antes. Tiene su carro Volkswagen, un escarabajo azul claro, guardado en un galpón allí en su terreno. Me lo mostró con orgullo. "Aquí está el carro, a veces lo saco". Le pregunté sobre la bicicleta. En su juventud fue un gran ciclista. "Allí está, al lado de donde tú estabas sentada", pero ya no la usa casi en su viejez. No ve casi cine ni televisión, y me dijo que jamás ve CNN por ser manipulador. Tiene un Ipad, aunque no le gusta usarlo, sabe que es un mal necesario en estos tiempos. "Ni quiero saber de Twitter", me dijo, aunque acepta que es un nuevo lenguaje que hay que dominar en esta generación.

Al 'Pepe' le hubiese gustado tener hijos, pero la vida que llevó no daba para eso. Ahora, después de dejar la presidencia en 2015, me dijo que quería dedicarse a construir una escuela para niños pobres. Durante sus 4 años como presidente, el 'Pepe' ha donado el 90% de su salario a un programa que fundó, Plan Juntos, encargado de construir viviendas para los pobres. "La prioridad son las madres solteras que no tienen nada", explicó. Le pregunté si pensaba que el programa continuaría después de su gestión. "Claro que sí", afirmó, pero cuando pregunté si creía que los próximos presidentes donarían su salario como él había hecho, se reía. "Eso es difícil".


"Presidente, ¿piensas escribir un libro de todas tus experiencias?", le pregunté al finalizar la conversación. Me miró con su mirada inquebrantable. "Yo escribo hablando. Soy un escrito hablador. Algunas cosas se quedan sembradas y otras se van", respondió.

De la chacra lo seguimos en su humilde caravana presidencial. Era solo su carro, un Volkswagen contemporáneo con su amigo conductor, y un carro de seguridad atrás. Íbamos a otra actividad que tenía en el centro de la ciudad. No le abrían los pasos, no había motorizados acompañándolo, ni sirenas para alertar a los otros vehículos que estaba pasando el jefe de Estado. Andaba como cualquier otro carro en la vía. Se paraba en los semáforos como todos. En un momento un peatón pasó por delante de su carro y le hizo parar. Nadie se daba cuenta de que allí en ese carro cualquiera iba el gran 'Pepe'.

Le había preguntado sobre su seguridad y si había amenazas en su contra. "Todos nos vamos de esta vida en algún momento. Si te van a dar, te van a dar. No importa si tienes seguridad, te llegarán". Claro, él estuvo ya cerca de la muerte cuando le dispararon en sus días de guerrillero. Luego los años encarcelados en confinamiento solitario fueron tormentosos. Hoy dice que está feliz de simplemente estar vivo y poder ver el sol de cada día.

"Si hay algo que he aprendido es cómo apreciar a la vida", me comentó. Cuando nos despedimos al final del día, me agarró la cara por el cachete, con el cariño de un sabio abuelo.