Ojalá todos tuviéramos la capacidad de mirar los hechos del pasado con una visión historiográfica
Aunque el tema del que quiero hablar es para muchos un ladrillo que incluso dormiría a los más rancios académicos de la Academia de Historia, es también una cuestión interesante que nació de una conversación que me quedó rondando en la cabeza por algún tiempo y que al final decidí compartir en este espacio.
Esta inquietud surgió a raíz de una acalorada discusión con un compañero de colegio a quien tengo en gran estima y que casualmente esta semana presentó su candidatura para conformar la terna de candidatos a la Fiscalía General de la Nación en Colombia. Es un gran académico y litigante que muchos medios ya han referenciado como uno de los favoritos y a quien le deseo muchos éxitos en esa difícil apuesta.
La conversación que tuvimos giró alrededor de unos hechos históricos latinoamericanos que durante esa álgida conversación manipulamos y tergiversamos al calor del momento y al acomodo de la parcialidad y el fanatismo inconsciente que todos cargamos. De hecho, estoy convencido de que ese es el mismo apasionamiento involuntario que lentamente ha transformado la historia en una caricatura acomodada al antojo de las personas que la narran y analizan.
Mi amigo preguntaba en Facebook si alguien sabía cuál era el sitio donde Santander y otros patriotas obligaron a Bolívar a continuar el paso del Páramo de Los Perros cuando El Libertador quería devolverse por temor. En respuesta a su inquietud, le respondí que me parecía curiosa la forma en que hacía la pregunta ya que en la misma eran muy evidentes los sentimientos de rechazo que mostraba por la figura de Bolívar y le recordé una anécdota similar que mostraba la misma faceta débil de Santander.
Le mencioné que en 1813 fue Bolívar quien obligó a Santander a marchar en La Grita cuando El Hombre de las Leyes prácticamente salió corriendo y se negó a ir a Caracas al inicio de la Campaña Admirable. Le recordé a mi amigo que fue allí donde Bolívar increpó a Santander con su famosa frase de indignación: "¡Marche usted, marche usted para Caracas, porque de lo contrario o lo fusilo a usted o me fusila usted a mí!".
La respuesta de mi amigo fue igual de interesante a su pregunta y reafirmó su posición extremista sobre Bolívar cuando me respondió "(…) la razón no fue de cobardía, como lo fue la de Bolívar en la Cordillera oriental. La razón fue claramente que Santander pensaba que él debía quedarse en la Nueva Granada y no acudir a una loca travesía por Venezuela".
Luego remató su posición afirmando que "Santander debió haber fusilado a Bolívar" e incluso me recordó que algunos autores (cuyos nombres no vale la pena recordar por su cuestionable y reconocida tendencia ultraderechista y radical) han brindado en sus escritos excelentes referencias a esta anécdota.
La realidad nos ha demostrado que el patriotismo latinoamericano no es más que una simple manipulación histórica cuyo objetivo es respaldar pensamientos y visiones mesiánicas, y con el fin último de justificar crímenes horrendos en nombre de cuestionables movimientos políticos caudillistas
Luego de las preguntas y respuestas que iban y venían, ya no me quedé dándole vueltas a los roles de Bolívar y Santander en esos hechos, ni a la pregunta de cuál de los dos era el más cobarde o el más débil. Me quedé pensando en que es inevitable e irresistible usar nuestras creencias y preceptos para clasificar a los personajes relevantes de la historia bajo etiquetas de buenos o malos, como en el caso de nuestra discusión sobre El Libertador y El Hombre de las Leyes.
Ojalá todos tuviéramos la capacidad de mirar los hechos del pasado con una visión historiográfica o al menos bajo la óptica historiológica de Ortega y Gasset, pero desafortunadamente la parcialidad es una falla inherente a la naturaleza humana y es muy fácil caer en esa soberbia, peor aún cuando el arrogante historiador es un científico social parcializado e incapaz de separar la historia de sus creencias.
De hecho, muchos científicos sociales se han transformado poco a poco en tiranos del conocimiento y han justificado políticas opresoras y medidas totalitarias basados en sus opiniones particulares. Han manoseado descaradamente ciencias sociales como historia, la geografía o la antropología –a través de juicios de valor políticos, filosóficos y religiosos– y las han convertido en juguetes para manipular y justificar posiciones fanáticas y extremas que terminan en la comisión de hechos abominables y execrables.
En otras palabras, son académicos que manipulan los hechos con verdades a medias, mientras líderes afines glorifican esa historia acomodada para ganar adeptos y demonizar los hechos contrarios a las ideas del caudillo. De esa forma, logran que las ciencias sociales se conviertan en vulgar propaganda y en los pilares para el apoyo incondicional del voto popular y el asentamiento permanente de las políticas del régimen totalitario.
Incluso, la satanización de la geopolítica en las ciencias sociales se debe precisamente a la manipulación de los hechos geográficos e históricos que realizan los gobiernos totalitarios. Un ejemplo que no necesita mayor presentación fue el de los líderes del régimen nazi, que a través de complicadas estrategias de propaganda, filosofías manipuladas y con el apoyo de las mayorías, cometieron crímenes aberrantes.
Y sin ir más lejos, un claro ejemplo de este tipo de manipulación histórica en la actualidad es el denominado uribismo, un movimiento que tuvo su máxima expresión con la política de Seguridad Democrática del expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez (2002–2010), quien ha basado su corriente de pensamiento en la mezcla amañada de falacias históricas y en manipulaciones filosóficas que han sido secundadas por notables académicos que analizan la historia bajo un lente de extrema derecha.
Es así que bajo la política de seguridad democrática de Uribe Vélez se dio la etapa más oscura y polarizada del largo conflicto armado colombiano. Fue durante este gobierno que se declaró una guerra sin tregua a los rebeldes que dejó tras de sí millones de desplazados, miles de muertos combatientes y miles de víctimas civiles asesinadas por los mismos militares o por escuadrones paramilitares auxiliados por las autoridades. Lo más triste del asunto es que fueron millones las personas que apoyaron esta política con su voto y muchos aún hoy niegan la innumerable evidencia material que señala a los responsables de esos crímenes.
Este es un claro ejemplo de cómo a través de juicios de valor geopolíticos y patrióticos se ha manipulado a las mayorías para justificar verdaderas barbaries ideológicas y es esa la principal razón por la que hay que tener tanto cuidado en el análisis en las ciencias sociales, ya que tarde o temprano habrá otro manipulador inescrupuloso que se apoye en el patriotismo para justificar y embarcarse en una nueva barbarie.
¿Es el patriotismo latinoamericano una justificación o una manipulación histórica? La respuesta a esta pregunta no es tan simple como pudiera parecer. La realidad nos ha demostrado que el patriotismo latinoamericano no es más que una simple manipulación histórica cuyo objetivo es respaldar pensamientos y visiones mesiánicas, y con el fin último de justificar crímenes horrendos en nombre de cuestionables movimientos políticos caudillistas.