El 31 de mayo pasado Donald Trump decidió que impondría aranceles al acero y al aluminio proveniente de sus principales socios comerciales: la Unión Europea, Canadá y México. La disputa comercial que había comenzado con China y otros países ahora se extiende a países con los que Estados Unidos había mantenido lazos comerciales y políticos bastantes amistosos, lo que genera una incertidumbre internacional y hace más ríspidas las relaciones internacionales.
Las reacciones no se hicieron esperar. Emmanuel Macron, presidente de Francia, y Justin Trudeau, primer ministro canadiense, afirmaron que serían educados pero firmes con Washington e impusieron aranceles a varios productos estadounidenses. Macron considera que las diferencias son temporales, insinuando que se deben a las posturas de Trump, y ha calificado los aranceles estadounidenses como ilegales. Incluso ha dicho que esta nueva ola de proteccionismo es similar al nacionalismo económico de la década de 1930 y que eventualmente desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Todo esto en vísperas de la reunión del G7 que se llevará a cabo en Canadá y que pondrá frente a frente al presidente estadounidense con sus homólogos de los países más poderosos, incluyendo a Macron y Trudeau por supuesto.
México, por su parte, se encuentra en medio de la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLCAN) con Estados Unidos. Una negociación que se ha extendido durante meses y que no ha terminado de cristalizarse por las condiciones tan ventajosas que Estados Unidos pretende obtener en varios rubros y que pretenden establecer un acuerdo diferenciado con Canadá y México, quienes se niegan acuerdos por separado y buscan que estos se realicen en negociaciones tripartitas. Además, con la proximidad de las elecciones mexicanas es prácticamente imposible que se llegue a un acuerdo comercial antes de los comicios, por lo que México ha decido responder a Estados Unidos de forma similar a lo hecho por la Unión Europea o Canadá.
Hace un par de días el Gobierno de México decidió imponer cuotas arancelarias de entre el 15% y el 25% a productos estadounidenses como la carne de cerdo, manzanas, arándanos, papas, queso, whisky y por supuesto acero y materiales utilizados en la construcción como láminas, chapas, varillas, tubos y alambrón. En un principio, las cuotas arancelarias extras a la Unión Europea, Canadá y México no representan grandes volúmenes monetarios, pero hacen temer una escalada de las respuestas en estas disputas que eventualmente conduzca a una guerra comercial. Lo mismo que se teme que pueda pasar entre Estados Unidos y China.
En toda esta narrativa hay un problema muy específico y concreto: Donald Trump. El presidente estadounidense está muy lejos de manejarse como un mandatario responsable y demócrata, mucho menos es capaz de ejercer un liderazgo mundial como ya lo han señalado en Francia o Canadá. El propio The New York Times menciona que el problema con Trump es que no se conduce como un presidente sino que se percibe a sí mismo como un rey. El rey de los Estados Unidos y casi por extensión como un monarca universal. En pleno siglo XXI el reto mundial es lidiar con un país con amplio poderío militar y económico pero conducido por un megalómano narcisista.
¿Qué hacer ante esto? Bueno, las primeras acciones y respuestas comerciales de China, la Unión Europea, Canadá y México ya se han hecho sentir de manera respetuosa pero firme. El pueblo estadounidense debe darse cuenta que las decisiones de Trump los perjudican en primer lugar a ellos mismos, ya que pone en predicamentos casi 3 millones de empleos, dicho esto por el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. A nivel empresarial e industrial Estados Unidos es deficitario en acero y lo que produce no le alcanza para satisfacer su demanda interna, que es de 106 millones de toneladas. En 2017, importó 34 millones de toneladas de acero, de las cuales casi 60% provinieron de cinco países: Canadá, Brasil, Corea del Sur, México y Rusia, según datos del Departamento de Comercio de Estados Unidos.
En cuanto a los aranceles impuestos por el Gobierno mexicano, afectan principalmente a estados republicanos como Texas y Arizona, que son lugares donde Trump triunfó y donde han mostrado una gran receptividad a sus discursos. De hecho, la medida no protege a productores nacionales (como lo hace Trump) sino que más bien es una medida política que busca minar la base de apoyo del presidente estadounidense. Si Trump no entiende, esperemos que sus electores lo hagan, pareciera ser el mensaje.
La postura de México ha sido muy clara: mantener acuerdos trilaterales (Canadá, Estados Unidos y México) y no binacionales como lo prefiere Trump y no ceder en puntos clave como la forma en que se resolverían las disputas comerciales o el sector automotriz y el campo. En esto parecen coincidir el actual Gobierno mexicano y los asesores económicos del candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, quien lidera por 20 puntos todas las encuestas presidenciales. Según algunos de sus asesores, López Obrador prefiere no tener TLCAN que llegar a un acuerdo que sea abiertamente perjudicial para México.
Es obvio que estas tensiones afectan a México que ha visto como se deprecia el peso frente al dólar alrededor de un 15% en esta primera mitad del año. Una eventual salida del TLCAN le podría costar a México alrededor de 2 puntos del producto interno bruto (PIB). Pero estos costos iniciales pueden paliarse con nuevos acuerdos comerciales, sobre todo con la región del Pacífico, que será la de mayor flujo comercial en el siglo XXI.
Una guerra comercial no le conviene a nadie. Ni a China, ni a la Unión Europea, ni a Canadá ni a México y por supuesto que no le conviene a Estados Unidos. Los tiempos actuales no son los años de posguerra que permitieron que Estados Unidos se convirtiera tanto en el banco como en el gendarme mundial. Hoy es un mundo multipolar, donde si bien es cierto que Estados Unidos es un actor muy importante, se encuentra lejos de ser el único que pueda imponer sus reglas a placer. Con respeto pero siempre con dignidad y firmeza México debe defender sus intereses y diversificar sus alianzas políticas y comerciales que le permitan construir una relación más equitativa con su vecino del norte.