El mandatario quiere someterse a un referendo a mitad de periodo. Sus adversarios aseguran que se trata de una artimaña para reelegirse y otros creen que es un truco para favorecer a los candidatos de su partido en elecciones intermedias. ¿Cuál es el temor real a esa jugada?
La reelección es un tema muy delicado, casi tabú para la sociedad mexicana. Desde el siglo XIX, liberales y conservadores sostuvieron una lucha por el control del país con altibajos para ambos bandos. En medio de esa vorágine Antonio López de Santa Anna ocupó la presidencia en once ocasiones, en las que se autonombró Alteza Serenísima y Dictador Vitalicio, además de perder la mitad del territorio mexicano. El liberal Benito Juárez promulgó las Leyes de Reforma y consolidó a México como una república pero de igual manera se reeligió en el poder varias veces, lo que llevaría a que uno de sus antiguos aliados, Porfirio Díaz, se levantara en armas contra él, teniendo como bandera la no reelección. Después de utilizar la bandera antirreleccionista contra Juárez, Díaz duró más de tres décadas en el poder, lo que derivó en que la revolución mexicana tuviera como detonante la lucha electoral, lo que se resumía en el lema maderista al inicio del conflicto armado: "Sufragio efectivo. No reelección".
Después de la lucha revolucionaria, el tema alrededor de la reelección fue central en la construcción del sistema político mexicano del siglo XX. En 1927, una reforma constitucional permitió la reelección mientras no fuera en el periodo inmediato del mandato. Obregón, quien ya había sido presidente (1920-1924), ganó las elecciones de 1928 para un segundo periodo, pero fue asesinado solamente una semana después por un fanático religioso, o al menos eso es lo que la historia dice. No hubo reelección y en cambio se dio la consolidación del poder de Plutarco Elías Calles, el titiritero que movía los hilos de la política mexicana y gobernó a través de otros personajes hasta que Lázaro Cárdenas lo expulsó del país en 1936.
El siguiente en acariciar el sueño de reelección fue Miguel Alemán, quien desde la mitad de su sexenio estuvo sondeando la posibilidad de reelegirse o al menos de ampliar su mandato. Los expresidentes y generales Cárdenas y Ávila Camacho le dejaron en claro al abogado y primer mandatario civil después de la revolución, que se opondrían con vehemencia a cualquier intento por extender temporalmente su gobierno. De esta manera quedaba asentada una de las piedras angulares del presidencialismo mexicano: el poder del presidente sería ilimitado durante su administración, pero de ninguna manera podría extenderse más allá del periodo para el cual fue elegido originalmente. El todopoderoso presidente debía ceder esa autoridad a quien quisiera (excepto familiares, como otra regla no escrita), pero debía hacerlo puntualmente. Era un monarca sexenal.
El nacionalismo revolucionario priista pretendió ocultar por décadas un sistema lleno de corrupción bajo la bandera de que era una democracia solo por cambiar cada sexenio al monarca. El mexicano perdonaba la corrupción por la falsa ilusión de que se vivía en democracia, cuando en realidad lo que el sistema político creó fue una dictadura perfecta. Todos estos acontecimientos se incrustaron en la memoria colectiva del mexicano como temor y desagrado a la extensión del mandato constitucional. Desde la campaña electoral de 2006, los opositores a López Obrador explotaron en una campaña del miedo el argumento de que no era un demócrata sino un dictador en potencia. A la cronología mexicana le agregaron el factor espacial continental y manifestaron que en caso de llegar al poder se perpetuaría como lo hicieron otras figuras de la izquierda latinoamericana, poniendo de ejemplo el caso de Cuba y Venezuela y en menor medida la experiencia boliviana. En el mejor de los casos estas eran afirmaciones y dudas sin mucho sustento, en otros casos eran mentiras y 'fake news' descaradas que buscaban encontrar eco en la sociedad mexicana.
No ha habido un solo indicador de que López Obrador busque la reelección, más que los dichos de la oposición y de algunos analistas. Es más, la historia reciente muestra que el ahora presidente está comprometido con la democracia. Cuando fue jefe de Gobierno (alcalde) se sometió a dos referendos revocatorios y, aunque estos no tenían carácter vinculatorio, la aprobación para que siguiera en el cargo fue contundente. Ahora, como muchas de sus experiencias positivas que tuvo en la Ciudad de México y que intenta replicar como presidente, también está la revocación de mandato. Busca someterse a un escrutinio a mitad de su sexenio y, en caso que la gente evalué negativamente su trabajo y le baje el pulgar, está dispuesto a irse a su casa. Fue una promesa de campaña que pretende cumplir.
Entonces, ¿cuál es el temor? La oposición dice que esto abre la puerta de la reelección, lo cual es falso. ¿En qué mundo una revocación de mandato equivale a una reelección? Para despejar cualquier duda, López Obrador ha firmado un documento público, durante una de sus conferencias mañaneras, donde se compromete a no buscar nunca la reelección, eso a pesar de que jamás ha dado ningún indicio de querer hacerlo. Consciente de que su gobierno está limitado en el tiempo, se ha impuesto jornadas de trabajo de dieciséis horas al día, todos los días de la semana, para poder dar resultados, haciendo la broma de que así es como busca tener dos sexenios que quepan en uno solo.
Algunos analistas dicen que la revocación de mandato es injusta, ya que estará en las boletas en las elecciones intermedias y esto puede suponer que su popularidad juegue a favor de los candidatos de su partido. Esto pareciera tener más sentido que el argumento de la reelección, pero aun así se desprende que la mayor preocupación es la popularidad de un presidente que está empeñado en pasar a la historia haciendo bien el trabajo para el que fue elegido. Además, debemos destacar que la minuta que está en discusión en el Congreso no solo contempla la revocación de mandato del presidente, sino también la de los 31 gobernadores del país y de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, lo cual traería indudables beneficios democráticos para que estos gobernantes no se sigan comportando como virreyes o señores feudales que no le dan cuenta a nadie y mucho menos a la ciudadanía.
La discusión deberá tornarse profusa en el futuro. Particularmente, no estoy en contra de la reelección. Muchas democracias en Europa y en nuestro continente la practican sin nunca haber caído en dictaduras. Una reelección podría beneficiar la implementación correcta de nuevas políticas de Estado que suelen tomar su tiempo. Es por esto que la reelección en muchas de esas democracias es de facto un referéndum revocatorio a la administración en curso. De igual forma, mi crítica a la revocación de mandato que propone López Obrador va en el mismo sentido. Un referéndum en un plazo de tiempo tan corto pudiera afectar algunas reformas de gran calado que necesitan lapsos amplios para que se aprecien sus resultados, lo que podría provocar que en la búsqueda de obtener una aprobación inmediata se privilegiaran más las medidas cortoplacistas. Esto definitivamente es un riesgo que se corre.
Por otra parte, soy consciente de que la reelección es y seguirá siendo un tabú en México por algún tiempo, que el entorno no es propicio para tener una discusión responsable al respecto y que, en todo caso, deberá analizarse y discutirse algún día en el futuro, pero nunca para implementarse en el sexenio actual.
López Obrador tiene un límite de tiempo concreto y en ningún caso, por excelente que pudiera ser su administración, debe prolongarse ni un día más allá del 30 de septiembre de 2024. Su tarea histórica es poner los cimientos del cambio de régimen y no construir todo el edificio, esa será la responsabilidad de futuras administraciones. Y el primero en saberlo y aceptarlo es AMLO, que a la vez que procura cumplir su promesa de campaña de someterse a la revocación de mandato, también firma el compromiso para nunca buscar una reelección.
Esto es ser un demócrata, aunque a la oposición no le guste, quizás porque estaban acostumbrados a una democracia hecha a medida del poder y no de la ciudadanía.