En las últimas semanas hubo una imagen desgarradora que estuvo dando vueltas en todos los sitios de información y redes sociales. Era una fotografía de Óscar Martínez, un salvadoreño de 25 años, al lado de su hija Valeria, de 23 meses, que murieron ahogados en el Río Bravo. La estampa nos recordó inmediatamente a Aylan Kurdi, el niño sirio de ascendencia kurda que apareció ahogado en las playas de Turquía. Dos escenas separadas en el tiempo y por miles de kilómetros pero que tienen en común ser producto de los fenómenos migratorios del siglo XXI que han devenido en verdaderas crisis humanitarias.
En este tiempo Estados Unidos presionó a México para que aceptara ser un Tercer País Seguro para poder rechazar a todos los migrantes que pidieran asilo de una forma legal. La medida de presión fue amenazar con imponerle medidas arancelarias que en un par de meses hubieran provocado una crisis económica y la pérdida de un millón de empleos. Algunas opiniones consideraban que se debían rechazar tales medidas e ir a instancias internacionales, algo lógico y plausible pero que dada la correlación de fuerzas es una postura que peca de ingenuidad. De cualquier forma México rechazó ser un Tercer País Seguro pero aceptó que su recién creada Guardia Nacional ayudará en labores de migración hasta con 15.000 efectivos.
Esta situación ha generado polémicas por sus contradicciones. Por un lado, es impensable que ningún país en el mundo tenga un flujo de un millón de personas de las cuales se desconozca todo: quiénes son, a dónde van, antecedentes, etcétera. La porosidad de la frontera sur ha servido para que por años mafias locales y crimen organizado lucren con la necesidad y miedo del centroamericano que huye de su país. Es una necesidad y una obligación de cualquier gobierno en el mundo conocer estos detalles. Sin embargo, el que la Guardia Nacional se ocupe ahora de contención del fenómeno migratorio parece negar que la situación de los indocumentados centroamericanos que atraviesan el país es no solo un fenómeno migratorio sino una crisis humanitaria que requiere otro tipo de enfoques y soluciones.
Es cierto que el gobierno de López Obrador está yendo más lejos de simplemente ser una primera barrera de contención para los migrantes. Se ha buscado crear programas de empleo y seguridad social para miles de ellos. Mediante mecanismos de cooperación internacional se ha replicado el programa de "Sembrando Vida" de México en El Salvador gracias a los acuerdos con Nayib Bukele, nuevo presidente de esta nación centroamericana. Necesarios y loables son estos esfuerzos pero no serán suficientes para una crisis humanitaria de inmensas proporciones.
Este problema no lo podrá resolver México ya que su infraestructura y capacidades están rebasadas. Tampoco es un problema que puedan resolver los países expulsores de migrantes. Es un caso similar a la situación de los migrantes que cruzan por el Mediterráneo y que se les impide llegar a costas europeas provocando miles de muertos como el caso de Aylan Kurdi. Esta crisis no puede ser resuelta ni por los países africanos, origen de los migrantes, ni por los países europeos (Grecia, Italia) que suelen ser su objetivo de llegada. Ha requerido una acción conjunta de la ONU, de la Unión Europea, de acuerdos y negociaciones con Turquía, de la creación de fondos de dinero común para afrontar el gasto que significa dar acogida a decenas de miles de seres humanos, etc. Y aunque lejos se está de tener una solución (como lo certifica el caso de Carola Rackete), se puede ir avanzando de manera conjunta en la problemática.
¿Qué no necesita está crisis? Queda claro que la presión que está ejerciendo ahora mismo Estados Unidos contra Guatemala es no solo injusta sino inhumana. Ante la necesidad que tiene Donald Trump de contar con un Tercer País Seguro, pretende obligar a Guatemala que acepte serlo y en caso de negarse imponer sanciones arancelarias. La misma amenaza que utilizó con México pero que dado el tamaño de la economía de Guatemala podría significar más que una crisis económica (caso mexicano): una verdadera destrucción de la economía del país que puede derivar en una catástrofe humanitaria que provocará no solo mayor pobreza y violencia, sino que agravará el fenómeno migratorio.
La comunidad internacional debe intervenir de manera más decidida. La ONU y otros organismos internacionales no pueden permanecer como simples espectadores o el desprestigio que acarrean de diversas crisis internacionales solo se agravará y terminará por demostrar lo inocuo de su existencia. Se ha dicho que así como el siglo XX fue la centuria de las guerras, el siglo XXI será el de las migraciones. Entonces, la complejidad de estas rebasa a los Estados-nacionales (como ha quedado de patente en Europa) y exige medidas y enfoque globales, que involucren a la humanidad entera.
Lo primero que debe existir es una condena internacional a Donald Trump y los Estados Unidos, que para obtener lo que quieren recurren al chantaje económico que se vuelve una verdadera asfixia y condena humanitaria para decenas de miles personas. Estas guerras económicas han perjudicado las vidas de millones lo mismo en Cuba que en Irán o Venezuela. Las negociaciones de acuerdos o las soluciones de diferendos no se hacen por la vía diplomática sino por la ruta de provocar miseria y muerte y arrinconar a países enteros y a sus ciudadanos. Esto no puede seguir así.
No es solo una crisis migratoria. Lo que se ha empezado a vivir y que tendrá un alto impacto en los meses por venir son los síntomas de una real y profunda crisis humanitaria, quizás mucho mayor en números que lo que se ha vivido en las aguas del Mediterráneo en el pasado reciente. Esto no se resolverá con una Guardia Nacional o con los esfuerzos de un par de países. La única manera de empezar a construir soluciones es a través de una gran coalición internacional cuya primera tarea deberá ser condenar la asfixia económica que Estados Unidos implementa contra distintos países con tal de cumplir su agenda política, que en la actualidad está fundamentada, más que nunca, en los caprichos de un lunático.