Desde hace muchos años la desigualdad ha ido en aumento en todo el mundo. Mientras los sectores medios se pauperizan, vemos como el 1 % más rico del orbe incrementa sus ganancias. El Estado de Bienestar que surgió en Europa durante la posguerra, y que era un faro guía para muchas sociedades, fue cediendo terreno a las políticas neoliberales que se implementaron a lo largo y ancho del globo. Desde fines de los setentas acudimos a un desmantelamiento de los derechos sociales que se habían consolidado durante el periodo que va desde el fin de la segunda guerra a la primera crisis petrolera, y que se conoció en Francia como los "Treinta gloriosos" o como la "edad de oro del capitalismo", bautizada así por Eric Hobsbawm.
El "milagro mexicano", que se correspondió en el tiempo con el Estado de Bienestar, construyó algunas de las instituciones más emblemáticas en los temas de salud y educación que trajeron importantes beneficios sociales. El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), así como la creación de la infraestructura de la Ciudad Universitaria de la UNAM y la consolidación del Instituto Politécnico Nacional, fueron elementos que tuvieron un impacto positivo, principalmente para la población de clase media urbana.
Sin embargo, había una disminución salarial en términos reales a la existente antes de la conflagración mundial, especialmente en el campo. El desarrollo estabilizador produjo un crecimiento envidiable, pero poco hizo para frenar la desigualdad social e incluso ahondó las diferencias entre campo-ciudad. El campesinado mexicano y los trabajadores no calificados perdieron un importante nivel adquisitivo después de las devaluaciones de 1948 y 1954. Y esas pérdidas salariales subsidiaron la industrialización y el crecimiento mexicano, pero mantuvieron intactos los coeficientes de desigualdad en nuestro país. La creación de la riqueza se concentró en unas pocas manos y una vez más se comprobó que el efecto "cascada", que tanto les gusta pregonar a algunos como forma de eliminar la pobreza, es más un mito que una realidad comprobable en la historia.
El caos pudo ser mayor, pero las instituciones sociales ayudaron a mantener cierta estabilidad en las clases populares, con mejoras en puntos concretos como la disminución del analfabetismo y el aumento generalizado en las expectativas de vida. Así fue hasta la década de los ochentas, cuando el mundo empezó a seguir el ejemplo de las políticas del thatcherismo. Privatizaciones, reducción del gasto social, disciplina financiera al costo de miles de nuevos desempleados y otras medidas llegaron para quedarse tanto en Inglaterra como en la mayor parte del mundo occidental que replicó el modelo.
Las elecciones de 2018 en México fueron la esperanza de despertar de la larga noche neoliberal. Y aunque lejos estamos de que esto sea una realidad o que el neoliberalismo pertenezca al pasado, se han empezado a poner los cimientos de una realidad social y económica que ponga los acentos no solamente en el crecimiento económico, sino en una distribución que reduzca la desigualdad. El gobierno de López Obrador es consciente del deterioro del Estado de Bienestar a nivel mundial y del casi total abandono en el que lo heredó en México, por lo que se ha propuesto dirigir todos los esfuerzos del Estado a construir un andamiaje que resucite los puntos básicos para el bienestar de la ciudadanía.
Está implementado un programa para la creación de 100 universidades que pueda cubrir las necesidades educativas de una población juvenil, al igual que se está diseñando un programa de créditos enfocados en la población rural, que se otorgarán a través de Banco del Bienestar, en proceso de estructuración. También ha mejorado el sistema de pensión universal (que López Obrador instauró por primera vez en la Ciudad de México hace dos décadas), así como un sistema completo de becas universales para estudiantes en los distintos niveles educativos.
Pero quizás la apuesta más importante de este sexenio sea la de la creación del Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), que será un sistema de salud universal que reemplazará la fragmentación que existe hoy en día, y estará dirigida a afiliados específicos. Esta será una tarea titánica y muy compleja, que contempla basificar a más de 80.000 trabajadores (hoy eventuales o en 'outsourcing'), reconstruir la infraestructura, así como garantizar medicamentos y un derecho pleno a la salud para todos. Este diseño guarda semejanzas con el National Health Service (NHS) de Reino Unido y con elementos de los sistemas de salud de los países nórdicos. En un principio, funcionará a la par de los existentes (IMSS, ISSSTE, SSA, etc.) hasta irlos reemplazando o absorbiendo paulatinamente.
Es claro que todas estas propuestas apenas son buenas intenciones y que todavía el camino es muy largo para ver realizados estos proyectos. Seguro habrá tropiezos en el camino y algunas cosas no saldrán como se quisieran o en el tiempo esperado. Pero ya es un triunfo que el gobierno mexicano actual persiga algo que sus antecesores habían descartado: privilegiar el bienestar de la gente sobre el beneficio de las empresas o del mercado. Las personas, los individuos, son ciudadanos con derechos sociales inalienables y no simples consumidores de productos en el mercado.
Esto se traduce en otro de los objetivos del nuevo régimen que se pretende construir en México: regresarle al ciudadano los elementos necesarios para poder construir una libertad política, y no solo la libertad de consumo a la que se le había condenado. Una libertad de consumo sin poder adquisitivo, lo que la hace todavía más cruel y despiadada. Separar el poder político del poder económico, una de las metas más importantes de López Obrador, ayuda a forjar esa libertad política que trasciende a la libertad de consumo.
Es cierto que todavía nada se logra. Pero así como en filosofía, lo más importante es hacerse las preguntas correctas, las propuestas que está haciendo el gobierno revelan que se está partiendo del planteamiento indicado: reconstruir el Estado de Bienestar que el neoliberalismo ha destruido en beneficio del 1 % que concentra la mayor parte de la riqueza mundial. Sin un Estado de Bienestar fuerte y sano, no es posible la existencia de una democracia en iguales términos, ni un combate efectivo contra la desigualdad. Todo esto se hace más necesario ante el estancamiento económico mundial de los próximos tiempos.