El pasado domingo Andrés Manuel López Obrador hizo balance sobre su primer año de gobierno, aunque en estricto sentido no fue el primero: ya había informado a los cien días y al año del triunfo electoral, y también informa todos los días con las conferencias mañaneras. Así que tampoco llegaron muchas sorpresas. No escribiré sobre la numeralia porque la información ya está en todos lados y, dado que el mismo López Obrador le da un seguimiento cotidiano, en realidad hay poco que añadir, solo lo resumiré brevemente.
La economía está estancada, pero se distribuye mucho más dinero en gasto social (educación, salud, programas sociales) y además la segunda parte del año será más dinámica en la ejecución del gasto. Hubo el incremento al salario más alto en treinta años. La austeridad y la lucha contra la corrupción han permitido un ahorro de 7.000 millones de dólares. Otras variables macroeconómicas están estables (inflación de alrededor de 3%, superávit en la balanza comercial, dólar y reservas estables, disminución de la deuda). La Guardia Nacional apenas ha sido creada por lo que no se le puede evaluar por el momento, aunque la violencia sigue a la alza, lo que es preocupante. A pesar de las amenazas comerciales, México ha podido capotear su relación con los Estados Unidos y con nuestros vecinos centroamericanos, aunque la crisis migratoria sigue en pie. La creación de empleos está por debajo de lo esperado.
Hasta ahí el resumen del primer informe. A mi manera de ver, el inicio del gobierno ha sido un poco lento, lo cual tampoco es inusual al comienzo de un sexenio. De hecho, esto ha tenido una razón muy concreta y que López Obrador suele también comunicar en las mañaneras: es la lentitud con la que se mueve toda la burocracia estatal, a la que suele comparar con un elefante reumático al que ha costado mucho trabajo empezar a moverlo después de la inercia de tres décadas de neoliberalismo y casi ochenta años de no tener un gobierno nacional-popular en México.
La razón por la que no se ha podido mover al elefante es muy sencilla. López Obrador ganó las elecciones pero no ha ganado el poder todavía. En eso es en lo que está trabajando, con el elefante no solo en medio del cuarto, sino además echado. Decía uno de mis maestros de historia política cuando hablaba sobre la lucha de facciones durante la revolución mexicana: "Hay que distinguir entre una revolución triunfante y una exitosa. La triunfante es cuando vences al adversario, la exitosa cuando logras imponer tu programa político". Mutatis mutandis es lo que está pasando con López Obrador. Triunfó electoralmente, ahora debe lograr imponer su programa político.
Y no es solamente cuestión de voluntad, o como dicen sus adversarios que no tiene programa o la inexperiencia que está provocando que la curva de aprendizaje sea muy larga. Hay que insistir en la problemática de mover a ese elefante reumático. La mayoría de la burocracia ya estaba ahí cuando López Obrador llegó al poder y ahí permanece. Hay excelentes trabajadores formados en el servicio civil de carrera y otros no tanto. Hay quienes trabajan arduamente jornadas de más de doce horas al día y hay otros que estaban acostumbrados a cobrar esforzándose al mínimo. ¿Sabía usted que muchos de esos burócratas comodinos han interpuesto demandas de acoso laboral cuando se les pide una entrega que lleva meses de retraso o cuando les piden tener la documentación de su área al día? ¡Claro! Como nunca lo habían hecho no entienden que la dinámica laboral es precisamente trabajar y entregar resultados. Alegan derechos adquiridos y otras finezas de ese tipo. Aclaro que no son todos los servidores públicos, pero tampoco creamos que son una minoría. Hay bastantes que no entienden y se resisten al cambio.
Peor es con la capa de arriba que se definía como altos funcionarios. Les cuesta mucho trabajo entender que son servidores públicos. No es solamente sustituir un nombre por otro, es un cambio de mentalidad por completo. El alto funcionario suele percibirse a sí mismo como una élite y como tal actuaba cotidianamente, colmado de privilegios y buscando lo mejor para su carrera profesional, mientras que el servidor público lo que tiene es un cúmulo de responsabilidades con la sociedad a la que le debe rendir cuentas de manera constante. Ese antiguo funcionario (que todavía los hay por racimos) solía llegar al trabajo y en su primer día solicitar el carro, el chofer para el carro, el carro para la esposa, la tarjeta institucional para no volver a gastar un peso, el celular, el cambio de oficina (y de carro si es posible). En cambio, el servidor público llega a ponerse al servicio de un equipo y a conocer cuáles son sus responsabilidades y atribuciones.
Weber nos habló de la política como vocación, pero también debe existir una vocación en la administración pública. Y Weber lo sabía bien porque su padre fue un diligente servidor público, un destacado burócrata y funcionario, palabras que ahora tienen una connotación negativa debido, precisamente, a la poca disposición al trabajo de este grupo cuando debiera ser un timbre de orgullo. Se perdió la esencia de ese burócrata, de ese funcionario, por eso ahora tenemos que acudir a la noción de servicio público, por el olvido de la ética que había en una vocación convertida en mera plaza laboral.
También debe caber una autocrítica en el movimiento obradorista. No todo buen luchador social o buen político hace un buen servidor público. Son oficios distintos y no caería mal entender y aceptar la diferencia. Hay muchas trincheras y en el Congreso se necesita de gente capaz que pueda hacer política. Lo mismo en los partidos, cualquiera de ellos, que deben consolidarse como instituciones públicas para el debate de ideas. ¿En el servicio público no puede haber políticos? ¡Claro que sí! Un político también puede ser un excelente servidor público, un buen funcionario en sentido weberiano. Pero la administración no debe hacerse con base en el cálculo político, en el reacomodo de fuerzas o en el posicionamiento de personalidades. Eso no es política, es politiquería, y así la ha llamado López Obrador sabedor de lo negativo que es para la administración del gobierno.
A un año hay logros y hay pendientes. Los logros los conoce bien la gente en las calles, el ciudadano de a pie, el pueblo, por eso es que López Obrador mantiene una aprobación de más de 70%, algo inusual ya a estas alturas. El mayor pendiente está en mover al elefante. Todos los que trabajan en la administración, la mayoría que votó otras opciones políticas, deberá de honrar su trabajo y darse cuenta de la responsabilidad de ser un servidor público, no un simple funcionario o un burócrata, salvo que lo sea en términos weberianos. Los políticos deben de dejar de hacer grilla, politiquería y asumirse también como gente de administración y servicio público. De lo contrario pueden regresar al Congreso y al partido, que también ahí se necesitan manos y no está mal, al contrario.
Si López Obrador quiere mover al elefante debe mover a toda esta gente que no honra el servicio público. Si no logra que se activen dentro los tendrá que "movilizar" hacia afuera pronto, solo así le podrá curar las reumas el elefante. Ya está pasando la curva de aprendizaje y hay que empezar una nueva etapa, donde haya más agilidad en la administración pública, que es lo que finalmente significa ser gobierno y no oposición.