En las últimas semanas diversos analistas y medios de comunicación han argumentado que el voto en Bolivia se encuentra fragmentado y que las elecciones del 3 de mayo arrojarán como principal resultado una nueva realidad multipartidista en la nación andina. Aunque es cierto lo del multipartidismo, lo que en realidad existe es una polarización entre los votantes del Movimiento al Socialismo (MAS) y el resto de las agrupaciones políticas, que se oponen a este partido-movimiento pero que no logran ponerse de acuerdo entre ellos, dando origen a una fragmentación del voto de la derecha.
Según un sondeo publicado hace apenas unos días, el binomio compuesto por Luis Arce y David Choquehuanca, del MAS, ganaría con el 32,6 % de los votos. Le siguen el expresidente Carlos Mesa, postulado por Comunidad Ciudadana, con 19,2 %, y la presidenta de facto Jeanine Áñez, quien lidera Alianza Juntos y cuenta con el 18,2 % de las intenciones de voto. Más lejos viene la dupla de los expresidentes del Comité Cívico de Santa Cruz y el Comité Cívico Potosinista, Luis Fernando Camacho y Marco Antonio Pumari, con un 12,5 % de los votos con la alianza Creemos. En un quinto lugar se encuentra el ministro evangélico de origen coreano Chi Hyung Chung, con un 8,6 %, que, aunque lejano, muestra que ya tiene consolidado su voto duro alrededor de estos números.
Queda claro que a pesar del asedio y hostigamiento al que se ha sometido a varios cuadros importantes del MAS después del golpe de Estado y de la proscripción contra Evo Morales para participar en el proceso electoral, este movimiento sigue siendo la principal fuerza política a nivel nacional. Al parecer, el voto duro del MAS es alrededor de 30 % y es poco probable que baje de ahí. Lo que la derecha boliviana está intentando, aunque de manera muy descoordinada, es que el MAS no alcance los 40 puntos, que junto con la ventaja de más de diez que ya tiene frente su adversario más inmediato le daría el triunfo electoral en la primera vuelta.
Para la derecha es primordial llegar a la segunda vuelta y aglutinar las fuerzas que hoy se encuentran diseminadas en cinco o seis agrupaciones políticas distintas. Por ahora esto parece un poco complicado ya que las disputas y divisiones están a la orden del día. Por ejemplo, hace unos días, Luis Fernando Camacho señaló que lo que ve en las acciones del gobierno transitorio de Jeanine Añez es un mal trabajo y sostuvo que le parece una gestión "moralmente pobre" y que actualmente no ve posibilidades de unidad entre los diferentes frentes políticos de la derecha. La disputa aquí pareciera en quiénes son los conservadores y quiénes los ultraconservadores.
Por la otra parte, la nominación de Luis Arce ha sido vista con buenos ojos entre las clases medias bolivianas y los sectores más moderados. El exministro de Economía de los gobiernos del MAS fue el principal responsable del importante crecimiento económico de Bolivia en los últimos tres lustros. En este periodo el PIB boliviano creció de 9.000 a más de 40.000 millones de dólares, lo que significa que el PIB per cápita se triplicó. Hubo un aumento del salario real en porcentajes similares. Las reservas internacionales crecieron. La inflación se mantuvo controlada y la pobreza extrema cayó de casi 38 % a un 15 %. Un milagro económico para la que hasta entonces fue una de las economías con peores desempeños durante décadas.
Otro escenario que se desprende de las actuales intenciones de voto es la de una Asamblea Legislativa dividida. Lo mismo sucede con los nueve departamentos que se repartirían entre los cuatro partidos principales. Pero hay que insistir que esta aparente fragmentación de la política electoral se resume entre una oposición entre el MAS y el conservadurismo en sus distintas caretas.
Quizá lo más preocupante de las elecciones del 3 de mayo sea el proceso electoral mismo, ya que no habrá difusión de resultados provisorios. Se tomarán diez días, sin ningún conteo previo, hasta que se conozcan los resultados finales. ¿Se podría fraguar un fraude en este lapso y modificar la voluntad popular? Desde mi punto de vista, es una posibilidad más que latente dadas las malas conductas y también el comportamiento leguleyo que estableció el gobierno golpista desde noviembre del año pasado.
Asimismo, la forma en que se inmiscuye la Organización de Estados Americanos (OEA) y Luis Almagro resulta preocupante, dado que desde hace bastante tiempo se han encargado de avalar las acciones de los golpistas, ayudando a minar la democracia boliviana. Por otra parte, hay tareas estratégicas del proceso que están siendo financiadas por este organismo, así como por los Estados Unidos. Creer que podría haber una mano negra que incline la balanza electoral es más que una duda razonable.
La comunidad internacional se encuentra a tiempo de ayudar a prevenir las irregularidades que se podrían presentar a lo largo del proceso electoral. La ONU y otros organismos, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), están a tiempo de constituir y enviar misiones de observación.
Lo que se está jugando Bolivia en estas elecciones es más que tener un gobernante legítimo y no el golpismo que hoy ejerce funciones de manera momentánea. Sin un proceso justo y confiable que brinde certidumbre sobre el resultado tampoco habrá paz en la sociedad boliviana, que se encuentra sentada en una pradera seca y cualquier abuso o trampa de las autoridades pudiera significar la chispa que provoque el incendio.
Evitar esto debería ser la prioridad durante la jornada electoral.