Ante el derrumbe de los precios petroleros debido en parte a una demanda ralentizada por la pandemia del SARS-CoV-2 y en mayor medida al conflicto que desde hace un mes sostenían Rusia y Arabia Saudita, este domingo se llegó a un acuerdo entre la Organización de Países Exportadores de Petróleo y aliados (OPEP+) para reducir la oferta petrolera y así estabilizar los precios del crudo y, con ello, también de los mercados financieros y los tipos cambiarios.
Antes de la pandemia del coronavirus, había una producción de 100 millones de barriles diarios. En las semanas subsecuentes la producción cayó 35%, pero a juzgar por la demanda decreciente seguía siendo un exceso para la situación actual, lo que facilitó que siguiera el hundimiento del precio del petróleo. La OPEP+ discutió un corte de 15 millones de barriles para mayo pero, ante las reticencias, se hizo la propuesta que el corte en la producción petrolera mundial fuera de 10 millones de barriles.
Rusia, Arabia Saudita y Estados Unidos eran los tres actores en el centro de esta negociación. Pero el sábado 11 de abril surgió un protagonista inesperado: México. En el acuerdo preliminar, donde se recortaban los 10 millones de barriles en la producción mundial, a México se le había asignado un recorte de 400.000, lo que implicaba casi el 25% de la producción nacional, cuando la mayoría de los países tenían un recorte de entre el 10 y el 15%. No era un buen acuerdo para México.
Rocío Nahle, Secretaria de Energía del gobierno mexicano, defendió como un león la postura mexicana en la que se accedía a una reducción, pero solamente de 100.000 barriles. Tras más de cinco horas en las que no cedió a las presiones de otros gobiernos, abandonó la reunión y mantuvo la resolución en vilo hasta el siguiente día. Las críticas no se hicieron esperar contra la posición mexicana, pero sobre todo contra la Secretaria de Energía. A nivel internacional se le acusó de no entender lo que se negociaba, aunque esto no era algo extraño considerando que quienes lo hacían son los mismos grupos que en el pasado habían destacado las "capacidades" financieras de Emilio Lozoya, otrora director de Petróleos Mexicanos (PEMEX) y hoy arrestado por sus vínculos con Odebrecht.
En territorio mexicano, la oposición y muchos opinólogos graduados de la Universidad de Twitter como expertos petroleros, así como negociadores internacionales, denostaron la posición de México y de Rocío Nahle. Dijeron que no se entendía la magnitud del evento, que era una postura aldeana y no se entendía de geopolítica; que México era el hazmerreír internacional. Señalaron a Rocío Nahle como inepta e irracional, y hubo quien sugirió que esto se debía a cuestiones hormonales, remarcando que era una mujer en un mundo de hombres. La testosterona como prueba argumentativa de la capacidad técnica y de negociación.
Pero el domingo mostró lo infundadas de estas aseveraciones y diatribas. Una nueva ronda de negociaciones entre Donald Trump, Vladímir Putin y Mohammed bin Salman dio como resultado que el corte de barriles no fuera de 10 millones, sino de 9,7. ¿Por qué la diferencia de 300.000? Era la cantidad que México se negó a reducir al mantenerse en su postura inicial de solo recortar 100.000 barriles. Fue un triunfo político para el gobierno de López Obrador, como lo describió Amy Stillman, de Bloomberg. La delegación de Arabia Saudita le aplaudió al final de las negociaciones y periodistas de varias partes reconocieron la labor de Rocío Nahle para defender los intereses de México. Como dice el refrán, nadie es profeta en su tierra.
La decisión del gobierno de López Obrador pasa por ser algo más estratégica que económica. Busca la soberanía energética. No depender de la compra de crudo ligero o de la importación de gasolina, que en la actualidad es del 70% del consumo nacional. En un periodo donde la mayoría de las cadenas de suministro globales se ha interrumpido de manera indefinida, lo único que tenemos por seguro es que, cuando salgamos de esta hibernación, el Estado tendrá más peso que antes y será muy importante la autosuficiencia en sectores claves como el energético, el industrial o el alimentario.
Todo el mundo habla que en estos tiempos de petróleo depreciado, México debe olvidarse de la refinería y comprar gasolina barata. Tiene sentido en un corto plazo, pero no a mediano, y menos cuando la geopolítica se redefinirá con base en las interrupciones y desfases que el comercio global experimenta debido a la pandemia. Esto cambiará las prioridades nacionales, como ya lo empezamos a ver con los clamores que hay en Europa por una reindustrialización del viejo continente. Así como la postura anterior, la decisión de México ante la OPEP+ no se debe simplemente a un criterio de racionalidad económica, sino a uno de soberanía nacional.
Europa ha empezado a preocuparse por si es autosuficiente en términos de material sanitario e insumos médicos por obvias razones. Se confiscan materiales antes de que salgan de los países o en una escala que hayan tenido que hacer para su comercialización. Cada país sabe que será imposible mantener la dependencia de productos que se fabrican al otro lado del mundo. Eso puede generar desabasto en momentos de crisis como el actual. La globalización de los mercados y la producción de bienes van a ser remodeladas por cuestiones que el capitalismo había pretendido dejar atrás, como la soberanía nacional o las funciones rectoras del Estado.
Durante su campaña, López Obrador prometió que iba a hacer lo necesario para recuperar la soberanía alimentaria y energética y los comentarios negativos no se hicieron esperar. Lo acusaron de tener una visión demasiado parroquial del mundo globalizado. De no entender la actualidad por no ser un viajero cosmopolita. La pandemia del coronavirus ha demostrado que lo que no funciona es el capitalismo, que todo el sistema está prendido de alfileres principalmente en los lugares donde adquirió uno de sus peores rostros: el neoliberal.
Después del triunfo político del domingo en la OPEP, esta semana ha entrado en vigor la Ley Federal para el Fomento y Protección del Maíz Nativo, que fue resultado de un trabajo parlamentario de la coalición que impulsó a López Obrador y con el apoyo de más de 300 asociaciones civiles y miles de ciudadanos. Este ha sido un paso histórico en la lucha por la soberanía alimentaria. Tan histórico como la batalla ganada en la OPEP por la soberanía energética. No hay que leer estos eventos como entidades separadas, sino que se encuentran completamente entrelazados y son constitutivos del programa político del obradorismo.
Con acciones como las anteriores se construye la soberanía nacional en México y el Estado muestra su preocupación en defender los intereses de sus ciudadanos. En el futuro cercano veremos cómo estos dos elementos jugarán un papel cada vez más definitorio en las políticas internacionales y económicas de todos los países. Como se ha dicho, el coronavirus es el síntoma, pero la verdadera enfermedad es el capitalismo neoliberal que acabó con la seguridad social, los sistemas de salud pública y la soberanía de los países en sectores estratégicos. Habrá que empezar a recuperar estos elementos si queremos encontrar la cura al malestar social de nuestros tiempos.