El coronavirus ha provocado la mayor caída en la economía mundial desde la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos es tan fuerte el desplome que hay que ir más atrás: a la Gran Depresión de 1929. El "Gran Cierre" provocado por la pandemia ha desembocado en una crisis económica muy diferente a la financiera de 2007-2008 y golpeado a todos los rincones del planeta. Las cadenas globales de valor y suministros se han visto interrumpidas, y una una crisis de la oferta y la demanda está generando una pérdida del empleo sin precedentes a nivel internacional.
Todo esto ha puesto en entredicho el futuro de la globalización. En algunos casos se ha empezado a hablar del fin de un tiempo universal y, en otros, ya se expide el acta de defunción del capitalismo, como es el caso Slavoj Žižek, quien afirma que el coronavirus es un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista. Sobre la discusión del tiempo universal ya hay un debate en forma desde hace décadas, donde dos elementos interpretativos muy interesantes son el concepto de experiencia y los estratos del tiempo, que proponía Reinhart Koselleck, y una heterogeneidad del tiempo a la que aludía Partha Chaterjee.
En cuanto al fin del capitalismo, la afirmación de Žižek parece algo estridente y exagerada (como casi todo lo suyo), dado los altos niveles de consumo que ha habido en las plataformas digitales o las largas filas de espera que se vieron cuando se reanudaron las actividades en los centros comerciales en Europa. Lo que sí parece haber es un golpe seco al neoliberalismo, ya que incluso las principales publicaciones financieras defensoras del modelo de Estado mínimo y libre mercado (Financial Times, The Economist, etc), hoy respaldan el papel central que el Estado deberá jugar en la próxima reconfiguración económica y geopolítica.
Pero hay un rasgo en el que, a mi juicio, la pandemia del coronavirus parece que será un parteaguas, y es en que Estados Unidos dejará de ser el principal actor internacional para cederle el lugar de honor a China, con lo cual también habrá un reacomodo de la geopolítica, incluida la consolidación de una nueva economía post-coronovirus.
Debemos aclarar que esto no significa el fin del capitalismo ni de los Estados Unidos. El capitalismo se está transformando y lo estamos viendo con todo lo relacionado a la economía digital. Por otra parte, la deslocalización industrial experimentada en el neoliberalismo fue expuesta en sus debilidades por la pandemia y las disrupciones en las cadenas de suministro, por lo que seguramente ahora veremos un volver sobre sus propios pasos para muchas empresas, como lo significa que se discuta acaloradamente por la Comunidad Europea el proceso de reindustrialización de ese continente.
Estados Unidos seguirá siendo muy importante en el concierto de las naciones, pero atrás quedaron los tiempos en que era solista. Tampoco es que el coronavirus haya cambiado todo drásticamente. No. China estaba destinada a convertirse en la primera economía mundial y la pandemia simplemente está acelerando el proceso y creando un "acontecimiento simbólico", al que todo mundo tendrá acceso con su propia experiencia. Y así como Estados Unidos comenzó a legitimar su hegemonía militar y económica en Occidente con el Plan Marshall, también su salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en tiempos de una crisis sanitaria planetaria, da cuenta de su abdicación (tal vez inconsciente) como égida del mundo post-coronavirus.
Ese vacío que se ha generado lo está ocupando rápida e indiscutidamente China. Ya no solo como potencia económica y militar, sino también como eje y fiel de la balanza de la geopolítica internacional. De ahí algunos de los desesperados intentos por parte de Donald Trump y varios países europeos, que han pretendido fincarle responsabilidades a China y demandarle indemnizaciones monetarias, con el objetivo de reparar el daño causado a nivel mundial por el virus que nació en la ciudad de Wuhan.
Lo anterior es una fantasía y, como dicen en mi pueblo, son patadas de ahogado que están dando Estados Unidos y Europa ante una nueva realidad mundial, no solo económica sino también política. Todos los países del mundo deben estar conscientes de esto, incluido México. Y parece que lo está: en momentos de la mayor emergencia sanitaria, México decidió voltear a China y establecer un puente aéreo desde abril para abastecer de insumos médicos al personal sanitario y los hospitales del país, en la lucha contra el covid-19. Ni Europa ni Estados Unidos estaban en posibilidad de realizar estos suministros, aunque después se estableció un acuerdo mucho menor en números con Estados Unidos.
China es desde hace muchos años el segundo socio comercial de México. En el 2018, el comercio bilateral entre ambos países sumó 58.000 millones de dólares y, para este sexenio, el gobierno chino ha anunciado su interés de hacer grandes inversiones, principalmente en el campo de la infraestructura. Casi al mismo tiempo que se establecía el puente aéreo con el país asiático, un consorcio internacional formado por las empresas Mota Engil, de Portugal y China Communication Construction, ganó la adjudicación del primer tramo del Tren Maya, uno de los proyectos emblemáticos de la administración de López Obrador.
Tantoel puente aéreo como la inversión en infraestructura no son excepcionalidades sino la confirmación de una nueva regla en la relación entre México y China. Y está relación es de ida y vuelta, ya que no solo China es el segundo socio comercial de México, sino que nuestro país es uno de los cinco países prioritarios de inversión en la agenda china, sobre todo en el sector estratégico de la infraestructura para mejorar la comunicación: puertos, aeropuertos, carreteras y vías ferroviarias.
Si los consorcios internacionales, principalmente los europeos y estadounidenses, quieren salir de China, China no saldrá de esos mercados. Pero tampoco puede establecerse en ellos por los altos costos de la mano de obra, que irán en aumento si se cumplen los procesos de reindustrialización. China necesita un tránsito, una base de llegada y partida: la cercanía de México con Estados Unidos, su posibilidad de ser puente entre el Pacífico y el Atlántico para el comercio con Europa, y el hecho de tener una mano de obra accesible, lo hacen un candidato idóneo.
En 2013, China presentó la Belt and Road Initiative (BRI), conocida como la "Nueva Ruta de la Seda", que consiste en el establecimiento de dos rutas combinadas: una de infraestructuras terrestres y otra marítima para vincularse con Europa. Sin embargo, el proyecto no es tan fácil de realizar y, aun cuando esté completado, hay un importante grado de inestabilidad en él. El trayecto terrestre que se hará por vía férrea tiene que atravesar distintas ciudades de Rusia o tener importantes conexiones con Teherán, Samarcanda y Estambul. En la ruta marítima tiene dos puntos claves, pero igualmente complicados: Gwadar, puerto pakistaní cercano a la frontera con Irán y el estrecho de Ormuz; y en Yibuti, pequeño país africano que, además de ser la entrada al Mar Rojo y el Canal de Suez, es hogar de la primera base militar china en el extranjero y, por tal motivo, fuente de tensiones con Occidente.
Ante ese complicado e inestable panorama de la "Nueva Ruta de la Seda", México puede adquirir, en sentido inverso, el papel que jugó la Nueva España durante el periodo colonial en el comercio entre Europa y Asia con el "Galeón de Manila", también conocido como la Nao de China, o el que en el siglo XX tuvo el Canal de Panamá, controlado por Estados Unidos, y que hoy se encuentra completamente rebasado por el tráfico de los buques chinos.
Debido a esto, otro de los programas de infraestructura y comunicación del gobierno de López Obrador es el Tren Transístmico, que cruza el territorio mexicano en su parte más angosta: el Istmo de Tehuantepec. Ya en 1859, Benito Juárez había firmado con Estados Unidos el Tratado McLane-Ocampo, mediante el cual le vendía a perpetuidad a ese país el derecho de tránsito por esta ruta, aunque no pudo entrar en vigor al no ser ratificado por el Senado estadounidense, debido a la Guerra Civil. El proyecto actual del Tren Transístmico no solamente conecta con Europa, sino que reduciría en cinco o seis días el trayecto comercial con el sur de Estados Unidos, a través del Golfo de México.
Es solo cuestión de tiempo para que China pase a encabezar la geopolítica mundial. Primero lo hará comercialmente y posteriormente lo hará en distintos rubros, como el militar o el poder blando, aunque esto tal vez le lleve un par de décadas más, ya que la debacle de Estados Unidos no será inmediata sino gradual. En todo caso, la posición geográfica de México es inmejorable respecto a Estados Unidos y China. Esto no quiere decir que el trabajo será sencillo. Para nada. Requerirá de mucha paciencia y diplomacia para lidiar con las dos potencias, especialmente con Estados Unidos y Donald Trump. Con China, el tema de la paciencia puede ser un poco más terso, ya que esta es parte de lo más profundo de su idiosincrasia y mentalidad.
López Obrador no es partidario de viajar por el mundo, pero no ignora el peso que tiene China en la actualidad y, de la mano del Canciller Marcelo Ebrard, ha construido una relación bastante exitosa con el país asiático, al punto que expresó que cuando la pandemia del coronavirus pase y pueda viajar, visitará a Donald Trump y a Xi Jinping. Y no les extrañe que estos dos sean las únicas visitas que realice al extranjero en todo su sexenio. Así de claro la tiene.