Cumbre de las Américas: ¿el fin de la hegemonía estadounidense en Latinoamérica?

Javier Buenrostro

Muchos de los primeros colonos que llegaron a las costas del este de EE.UU. eran calvinistas y puritanos ingleses, que creían en la predestinación y que estaban convencidos que ellos y EE.UU. eran un pueblo y una nación elegida por Dios.

Estos dogmas teológicos se manifestaron de diversas maneras, una de ellas fue la ética protestante que percibió Max Weber en su viaje a EE.UU. en 1904 y que dio origen al libro más famoso de la sociología contemporánea, La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Otra de las formas en que se materializaron los dogmas teológicos fue en la ideología que solemos resumir como la doctrina del Destino Manifiesto. La expresión surgió a principios del siglo XVII para justificar la apropiación de los territorios y el genocidio de las poblaciones nativas de Norteamérica.

Ya en el siglo XIX hubo un aggiormanento del término y empezó a ser utilizado para justificar el expansionismo que tenía lugar de este a oeste y que muchos consideraban que debía ser ilimitado, ya que era la "misión divina" de EE.UU. moldear al mundo a su imagen y semejanza. Este expansionismo hacia el oeste incluyó como primera parada la anexión de Texas en 1845 y la guerra México-Estados Unidos (1846-1848), que terminó con la apropiación de más de dos millones de kilómetros cuadrados del territorio mexicano.

Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.
Durante la centuria pasada, EE.UU. consideró a Latinoamérica y especialmente a México, como su patio trasero sobre el que podía disponer cuando quisiera. Incluso en mapas de seguridad se consideraba que la primera línea de control para Washington llegaba hasta el Canal de Panamá.

La segunda parada de esta ruta fue la guerra contra España en 1898, que terminó con el control de EE.UU. de los territorios de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. No había duda ya de las políticas imperialistas y expansionistas de EE.UU. que habrían de caracterizar su política exterior durante todo el siglo XX y lo que va del XXI.

Durante la centuria pasada, EE.UU. consideró a Latinoamérica y especialmente a México, como su patio trasero sobre el que podía disponer cuando quisiera. Incluso en mapas de seguridad se consideraba que la primera línea de control para Washington llegaba hasta el Canal de Panamá.

El golpe de Estado que promovió la CIA en contra de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954 o la expulsión de Cuba de la OEA en 1962 fueron algunas de las decisiones y acciones más visibles de EE.UU. en el continente americano. Siguieron Brasil, República Dominicana, Chile, Argentina, Granada, Nicaragua, Panamá, Haití.

Después de la caída del Muro de Berlín y la Guerra Fría el mundo entró por algunos años en un esquema unipolar, lo cual favoreció la política imperialista de Estados Unidos en Latinoamérica. Nuevamente Cuba, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela estuvieron bajo ataque constante de quienes hacen el trabajo sucio de la política exterior estadounidense.

Pero ese mundo unipolar se acabó hace ya algunos años. China es una potencia económica y militar que tendrá cada vez más fuerza en el escenario internacional, aunque no es un jugador solitario. Europa tiene una economía estancada que no da para más y problemas demográficos. Rusia, India, Brasil, Irán, Turquía y las monarquías del Golfo Pérsico son también naciones que pueden incidir en ciertas cuestiones geopolítica, principalmente en el sector energético.

Ya hace algunos años que el planeta es multipolar. Y en ese contexto los Estados Unidos han perdido mucha fortaleza, sobre todo en términos económicos. Y eso ha provocado un declive de la hegemonía estadounidense en el continente americano. Esto no quiere decir que su autoridad acabe de un día para otro. Eso sería una afirmación muy exagerada e ingenua.

Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.
Ya hace algunos años que el planeta es multipolar. Y en ese contexto EE.UU. ha perdido mucha fortaleza, sobre todo en términos económicos. Y eso ha provocado un declive de la hegemonía estadounidense en el continente americano, aunque no quiere decir que su autoridad acabe de un día para otro.

Si bien es cierto que la influencia de Estados Unidos va a la baja tanto en la geopolítica mundial como en el continente americano, todavía es relevante. Pero ya no es un actor único. Ya no puede avasallar e imponer a placer. Ya no lo puede hacer en el contexto global y tampoco lo podrá hacer más en Latinoamérica.

Un ejemplo del principio del fin de la preeminencia estadounidense en nuestro continente es la próxima Cumbre de las Américas, que habrá de celebrarse en Los Ángeles a principios de junio. EE.UU., en su calidad de anfitrión y fiel a su costumbre, no quiere invitar a países como Cuba y Venezuela, a los que califica de "dictaduras". Es decir, sería una Cumbre de las Américas a contentillo del Tío Sam.

Sin embargo, López Obrador se salió del guion establecido y de la posición de sumisión completa que durante el neoliberalismo tuvo México con relación a EE.UU. De hecho, el mandatario aseguró que en caso de que el veto a cualquier país americano persista, él no asistiría a la Cumbre aunque sí mandaría a una delegación diplomática. Es claro que aunque México esté representado, el hecho que no vaya su presidente le quita nivel e importancia al encuentro. Un desaire al imperio que pesa.

Y pesa más porque la postura de México fue secundada por Bolivia, Guatemala y algunos países del Caribe. Argentina, Chile y Honduras están metiendo presión para que todos los países de Latinoamérica asistan. Y Brasil también ha puesto en duda su asistencia, a la espera de ver quién viaja a Los Ángeles.

Para contrarrestar la presión latinoamericana y evitar que la Cumbre de las Américas sea un fracaso, Biden anunció que levantaba varias sanciones a Cuba y suavizó su política hacia la isla caribeña. 24 horas después hizo algo similar con Venezuela, principalmente en el sector energético.

Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.
EE.UU. todavía tiene mucho poder y puede presionar a varios países. Pero no a todos los países y no todo el tiempo. Tendrá que aprender a escoger sus batallas. Tendrá que aprender a llegar a acuerdos. Puede incidir y abogar por sus posturas pero no abusar para imponerla.

¿Qué quiere decir esto? Además de revelar la usual hipocresía de EE.UU., que condena a países gobernados por "dictadores" pero que le encanta comprarles petróleo a buen precio o tomar su dinero para inversiones, la situación refleja que Washington ya no puede decidir unilateralmente toda la política internacional del continente americano. Debe aprender a consensuar, a ceder, a encontrar posiciones intermedias.

Es cierto, EE.UU. todavía tiene mucho poder y puede presionar a varios países. Pero no a todos los países y no todo el tiempo. Tendrá que aprender a escoger sus batallas. Tendrá que aprender a llegar a acuerdos. Puede incidir y abogar por sus posturas, pero no abusar para imponerla.

El tiempo ha pasado y no son ya las épocas doradas de las intervenciones de las CIA en Latinoamérica. La supremacía de la que gozó EE.UU. en el siglo XX, comenzó a menguar desde hace varios años, pero ahora es muy evidente.

Es el principio del fin de la hegemonía estadounidense. Un clavo más al ataúd del Destino Manifiesto. Pero no será un descenso en caída libre sino un proceso lento y complicado. Lento sí, pero inexorable también.