La reunión que tuvieron este martes los presidentes de Estados Unidos y México muestra que los momentos presidenciales de ambos no podían ser más distintos, tanto al interior como al exterior de sus naciones. De hecho, la relación entre ambos países también vive un momento poco habitual.
México siempre fue considerado el patio trasero de los Estados Unidos y nuestros presidentes se comportaban como subordinados. Hasta en la nómina de la CIA estuvieron Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría (1970-1976) autores de la matanza de estudiantes en 1968 y de la Guerra Sucia de los años setenta, respectivamente.
Pero López Obrador cambió eso. Recuperó un liderazgo que México había perdido, a nivel latinoamericano, precisamente por su incondicionalidad al proyecto neoliberal y una sumisión clara a los Estados Unidos que se disfrazaba de "buena vecindad" en el oropel de los encuentros diplomáticos.
La ausencia de López Obrador de la Cumbre de las Américas el mes pasado, aunada a las de otras y otros mandatarios de la región, provocó que la reunión en Los Ángeles perdiera relevancia y que los asistentes tuvieran que elevar el tono de las protestas ante el veto que había impuesto Estados Unidos a algunos países.
De aquí surgió el encuentro entre López Obrador y Biden. Estados Unidos había sido desairado como anfitrión de un evento internacional y con la intención que el tema no escalara, ambos países decidieron agendar una reunión en Washington, la segunda en ocho meses.
El tiempo de Biden en la Oficina Oval no ha sido fácil. En comparación con la locuacidad de Trump, que rayaba en la incontinencia verbal, el presidente demócrata luce lento y demasiado parsimonioso. Sus 80 años le pasan factura y está adormilado permanentemente. No proyecta ni fuerza ni decisión en la dinámica internacional donde se ve acotado por los mandatarios de Rusia y China en la agenda internacional.
Su popularidad va en franco descenso. En un sondeo de la Universidad de Harvard, el 61 % de los encuestados manifestaron una desaprobación de su gestión y 7 de cada 10 estadounidenses no quieren que busque la reelección en 2024. Ni los demócratas aprueban su desempeño. Y la tragedia de los migrantes muertos en San Antonio, Texas, donde fallaron varias autoridades estadounidenses, dejó al presidente estadounidense en una coyuntura migratoria cuesta arriba.
En cambio López Obrador mantiene una popularidad superior al 60 % y nunca ha estado bajo ese rango en sus cuatro años de administración. El liderazgo regional ha quedado de manifiesto en varios episodios y le ha sido reconocido por otros mandatarios. A lo anterior, se suma el hecho que varios triunfos del progresismo en la región (Chile y Colombia en últimas fechas) han hecho que el continente coincida casi por completo en los proyectos políticos. Algo que se podría profundizar con el muy probable triunfo de Lula en Brasil en octubre.
Así llegaron ambos mandatarios a la reunión de esta semana. Pero atención, decir que Biden es un presidente debilitado no es sinónimo de que Estados Unidos sea débil. Para nada. Estados Unidos es y seguirá siendo una potencia mundial por mucho tiempo. Pero ya no es y no será la única potencia y posiblemente en algunos años más tendrá que ceder por completo el liderazgo mundial a China. La segunda mitad del siglo XXI será del gigante asiático y de eso nadie tiene duda.
Pero como se esperaba después de la interrupción de cadenas de suministro que hubo durante la pandemia y que son una de las razones de la alta inflación a nivel mundial, en el futuro cercano los mercados locales y regionales deberán de fortalecerse. La guerra entre Rusia y Ucrania que ha volatilizado el mercado de granos apunta a soluciones en la misma dirección.
Y esto quizás fue lo más rescatable de la reunión de trabajo entre López Obrador y Biden. El presidente mexicano es consciente que ante ciertas problemáticas globales, la mejor respuesta es tomar medidas a nivel regional. Fortalecer bloques económicos es esencial para que los vaivenes internacionales no nos agarren tan mal parados. Y es algo que es un denominador común alrededor del mundo, el robustecimiento de políticas económicas regionales.
Y eso es lo que hizo López Obrador, quien tuvo la posición más activa en el encuentro. Le ofreció a Biden gasolina barata en la frontera para los estadounidenses y una red de más de mil kilómetros para transportar gas de Texas a Nuevo México, Arizona y California para abastecer a 3 millones de personas y que los estadounidenses no sufran apagones como los que vivió Texas el año pasado.
Propuso implementar un plan de inversión privada y pública entre los dos países para producir bienes que fortalezcan nuestros mercados y se eviten importaciones de otras regiones o continentes. ¿El objetivo? A corto plazo es controlar las presiones inflacionarias y a la larga conseguir la soberanía energética y alimentaria para ambos países. Este punto es sustancial, ya que en México la oposición se burlaba de estos enfoques hace cuatro años mientras que en la actualidad, después de la pandemia y la guerra en Europa, se ha vuelto una obviedad geopolítica.
Y ante la problemática migratoria, López Obrador planteó en ordenar el flujo migratorio y permitir la llegada a Estados Unidos de obreros, técnicos y profesionales mexicanos y centroamericanos con visas temporales de trabajo. Este es un tema que no se puede seguir evadiendo o sólo atendiendo desde una perspectiva punitiva. Debe hacerse teniendo como prioridad el respeto irrestricto a los derechos humanos de las personas migrantes.
Como vemos, todas las propuestas fueron de López Obrador. Biden mantuvo la pasividad que lo caracteriza y con la misma parquedad de sus discursos sólo reaccionó y le pidió al presidente mexicano tener paciencia, ofreciendo duplicar las visas de trabajo para migrantes y llegar a 600.000 en los próximos años.
Paciencia, eso es lo que pide y ofrece el líder estadounidense, y este posicionamiento de Biden resume el porqué de su caída libre en las encuestas. No trasmite confianza ni liderazgo. López Obrador y Biden, dos mandatarios que viven momentos presidenciales completamente diferentes.
Y eso se pudo palpar en este peculiar encuentro, casi sui generis entre un presidente mexicano y uno estadounidense.