A ver si entendí. Cuando un hombre de piel oscura y apellido foráneo atropella con una camioneta un grupo de argentinos en un parque de Nueva York, se llama 'terrorismo'. Pero cuando un hombre 'blanco' de nombre Devin Kelley asesina con una ametralladora 26 personas en una iglesia de Texas, es resultado de 'problemas mentales'.
El evidente doble estándar en la evaluación de estas y otras masacres cumple con una función muy específica: desviar la atención de los graves problemas internos de los Estados Unidos.
La violencia, el fundamentalismo y la intolerancia no vienen de fuera ni son productos de trastornos psicológicos individuales, sino que surgen de la franca descomposición social que hoy recorre todo Estados Unidos. Por ejemplo, hoy aquel país sufre una terrible epidemia de abuso de heroína y de otras drogas. Pero, en lugar de fortalecer la salud y la educación públicas, el Gobierno prefiere aumentar el gasto militar.
Hoy los Estados Unidos gasta 600.000 millones de dólares al año en sus Fuerzas Armadas, más de 50% del gasto programable anual.
Los Estados Unidos son un país rico, pero 25% de los niños viven en la pobreza, mientras un puñado de oligarcas expropian casi todas las ganancias económicas. Esto es posible por la enorme evasión fiscal, como acaba de demostrar la nueva filtración de los 'Paradise Papers'.
La elección de Donald Trump no fue ningún accidente. 63 millones de personas votaron por él. En lugar de enfrentar sus problemas, los estadounidenses eligieron la vía de la confrontación, la cerrazón y los chivos expiatorios.
Los países de América Latina que se alían hoy con el Gobierno de Trump se someten a un Gobierno que fomenta el terror. Caminan de la mano con un señor que desprecia profundamente nuestra historia y tradiciones. Abrazan a un líder cuyo único objetivo es desestabilizar la región con el fin de saquear nuestros recursos y dominar nuestros pueblos. Es hora de reflexionar y de actuar. América Latina merece otro destino.