Hoy se gobierna desde las cúpulas.
Al llegar a Los Pinos, lo primero que hace el nuevo presidente es pactar con los poderes fácticos: los oligarcas, los dueños de los medios de comunicación, la jerarquía católica, los grandes capos del crimen organizado, las Fuerzas Armadas y el ocupante de la Casa Blanca en Washington.
Posteriormente, se convoca a los poderes constituidos: el Poder Legislativo, el Poder Judicial y los gobiernos estatales y municipales, para que implementen, sin discusión o debate alguno, los acuerdos tomados.
Finalmente, se informa a la población y se le exige su fiel obediencia. Cualquier resistencia es duramente castigada.
Es importante darnos cuenta que esta no es la única manera de gobernar.
Te invito a imaginar, solo por un momento, que se pudiera invertir este perverso esquema.
Llegando a Palacio Nacional, el nuevo presidente primero convoca a los ciudadanos y a las organizaciones sociales para consensuar acciones.
Después, las iniciativas son debatidas, discutidas y aprobadas, con toda calma, en el Congreso de la Unión, tomando en cuenta la más amplia diversidad de puntos de vista.
Y, finalmente, son las instituciones las que deben obedecer al mandato popular, no viceversa. Y cualquier funcionario público que se niegue a cumplir es inmediatamente despedido.
Ya nos tienen acostumbrados a la imposición, el mayoriteo, el madruguete y la aplanadora.
Lo hicieron con la Reforma Energética y lo acaban de volver a hacer con la Ley de Seguridad Interior.
¿Qué tal si probamos un poco de democracia?