Opinión
Aguas revueltas: las luchas por el oro azul
"Estamos en un área militar y no están permitidas las grabaciones de vídeo." Es la primera vez en toda la semana que Abdul nos hace una advertencia similar. Nuestro guía en el país cambia su habitual semblante alegre y bonachón e imprime a sus palabras una seriedad poco habitual en él.
No nos hallamos en una base aérea ni en una central nuclear. Tampoco en un área petrolífera ni en ninguna otra zona tradicionalmente considerada estratégica. A nuestros pies tan solo hay agua. Mucha agua. Unos 150 kilómetros cúbicos de oro azul. La presa de Asuán, la joya de la corona del Egipto actual, está celosamente guardada por personal militar distribuido en una interminable sucesión de garitas.
No es para menos. Los egipcios son conscientes de la absoluta dependencia de su país respecto al tesoro del Nilo. Este río milenario es el epicentro de una de las más importantes 'zonas calientes' en lo que respecta a los conflictos sobre el agua.
Interés geoestratégico
A lo largo de las últimas décadas se ha repetido en bastantes ocasiones que las guerras del siglo XXI no lo serían por el petróleo, sino por el control del agua. Lo cierto es que llevamos ya varias en este siglo y hasta el momento esa profecía no parece haberse cumplido. Al menos, no de forma generalizada. El petróleo, el etnicismo exacerbado y la religión parecen seguir siendo aún los principales motivos de enfrentamiento.
Pero esa predicción, hasta el momento no cumplida, esconde dos lecciones a tener muy en cuenta. La primera es que el agua sigue siendo un factor tradicional de disputa en muchos entornos. La segunda, consecuencia lógica de la primera, es que una buena gestión internacional del agua podría evitar estos conflictos potenciales.
Pero no será tarea fácil. Y es que precisamente algunas de las zonas del mundo con más presión demográfica presentan serios problemas de abastecimiento de agua. Y esto puede provocar un cóctel explosivo. Las reservas de agua subterránea de la mayoría de los países de Oriente Medio, por ejemplo, disminuyen sin cesar mientras que sus poblaciones se disparan y se concentran en megaciudades como El Cairo, Teherán o Estambul. Los petrodólares permiten a algunos países árabes desalinizar casi el cien por cien del agua que consumen, pero esta opción depende de una prosperidad menguante y no está disponible en todas las zonas.
Pese a que el agua ocupa tres cuartas partes de la superficie del planeta, tan solo el uno por ciento de esta agua es potable. El 97 por ciento es agua salada, y en torno al dos por ciento se trata de hielo recluido en los casquetes polares y glaciares. La humanidad depende de ese uno por ciento para abastecer a una población que crece a pasos agigantados.
Pese a que son muchas las zonas del planeta en las que el agua es fuente de conflictos, estas son algunas de las zonas que más preocupación suscitan en lo que a los grandes conflictos del agua se refiere:
Cuenca del Nilo: Debido al status quo dejado por los británicos en la era colonial, Egipto y Sudán controlan el 90% de las aguas del Nilo. Egipto, además, dispone de derecho de veto a la construcción de presas y otras infraestructuras por parte de otros Estados. Pero en 2010 cinco países africanos por los que discurre el Nilo se pusieron de acuerdo para pedir un nuevo reparto de los derechos de acceso a las aguas. Etiopía, Kenia, Tanzania, Uganda y Ruanda dejaron claro que no se conformarán con el actual reparto de aguas. La reciente división de Sudán y la conflictiva situación en el Egipto de la era post-Mubarak no facilitarán la resolución de esta disputa entre el norte árabe y el sur negro.
Anatolia y Mesopotamia: Turquía tiene la llave del grifo que alimenta una parte importante de Oriente Medio. Los ríos Tigris y Éufrates, las venas que posibilitaron el nacimiento de la civilización hace unos 6.000 años, nacen en sus fronteras. Las tensiones con Irak y Siria, que dependen a vida o muerte de las aguas de estos ríos, han sido constantes desde hace varias décadas. La tensión aumentó especialmente cuando a mediados de la década de 1980 los turcos pusieron en marcha un faraónico plan hidrológico conocido como 'Proyecto para el Sureste de Anatolia' o 'Proyecto GAP', por sus siglas en turco, que supuso la construcción de más de una veintena de presas en esa zona fronteriza. Gracias a esas infraestructuras, Turquía tiene la capacidad de desviar hasta el 90% y el 40% del agua que reciben Irak y Siria respectivamente. Durante el llenado de la presa Atatürk, la mayor de la zona y gracias a la cual se riegan unos 5.000 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo en la llanura de Harrán, los turcos llegaron a movilizar a su Ejército para cubrirse las espaldas ante las amenazas del entonces dictador iraquí Saddam Hussein. Paradójicamente, algunas de estas presas no fueron concebidas como reserva de agua sino como auténticas murallas naturales para dificultar el tránsito fronterizo de guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán.
Himalaya: De los glaciares de la cordillera del Himalaya depende en gran medida el abastecimiento de la creciente población de la India. En el Tíbet, además, tienen su origen los principales ríos sobre los que se asienta la civilización china, como el río Amarillo, en Yangtsé o el Mekong. Allí están precisamente las mayores reservas de agua dulce del mundo y es parte de la explicación de por qué el gigante asiático no está dispuesto a renunciar al control del Tíbet.
Israel y Palestina: Pese a que el enconado conflicto entre Israel y Palestina tiene unas raíces profundas y de origen diverso, la situación de estrés hídrico de la región no ayuda a su resolución. Los palestinos no tienen acceso al control de sus propios recursos hídricos, que están de facto controlados por el Estado israelí. Este utiliza tecnologías punteras para la gestión y aprovechamiento del agua, especialmente en el campo de la agricultura, pero esto no impide que el abastecimiento del preciado elemento sea un importante motivo de preocupación. Se trata además de un territorio con altos niveles de salinidad, como puede comprobar cualquiera que se acerque al mar Muerto. El control de los Altos del Golán, ocupados desde 1967, es un buen ejemplo de cómo el Estado israelí no está dispuesto a ceder los únicos terrenos acuíferos con niveles de salinidad aceptables.
No nos hallamos en una base aérea ni en una central nuclear. Tampoco en un área petrolífera ni en ninguna otra zona tradicionalmente considerada estratégica. A nuestros pies tan solo hay agua. Mucha agua. Unos 150 kilómetros cúbicos de oro azul. La presa de Asuán, la joya de la corona del Egipto actual, está celosamente guardada por personal militar distribuido en una interminable sucesión de garitas.
No es para menos. Los egipcios son conscientes de la absoluta dependencia de su país respecto al tesoro del Nilo. Este río milenario es el epicentro de una de las más importantes 'zonas calientes' en lo que respecta a los conflictos sobre el agua.
Interés geoestratégico
A lo largo de las últimas décadas se ha repetido en bastantes ocasiones que las guerras del siglo XXI no lo serían por el petróleo, sino por el control del agua. Lo cierto es que llevamos ya varias en este siglo y hasta el momento esa profecía no parece haberse cumplido. Al menos, no de forma generalizada. El petróleo, el etnicismo exacerbado y la religión parecen seguir siendo aún los principales motivos de enfrentamiento.
Pero esa predicción, hasta el momento no cumplida, esconde dos lecciones a tener muy en cuenta. La primera es que el agua sigue siendo un factor tradicional de disputa en muchos entornos. La segunda, consecuencia lógica de la primera, es que una buena gestión internacional del agua podría evitar estos conflictos potenciales.
Pero no será tarea fácil. Y es que precisamente algunas de las zonas del mundo con más presión demográfica presentan serios problemas de abastecimiento de agua. Y esto puede provocar un cóctel explosivo. Las reservas de agua subterránea de la mayoría de los países de Oriente Medio, por ejemplo, disminuyen sin cesar mientras que sus poblaciones se disparan y se concentran en megaciudades como El Cairo, Teherán o Estambul. Los petrodólares permiten a algunos países árabes desalinizar casi el cien por cien del agua que consumen, pero esta opción depende de una prosperidad menguante y no está disponible en todas las zonas.
Pese a que el agua ocupa tres cuartas partes de la superficie del planeta, tan solo el uno por ciento de esta agua es potable. El 97 por ciento es agua salada, y en torno al dos por ciento se trata de hielo recluido en los casquetes polares y glaciares. La humanidad depende de ese uno por ciento para abastecer a una población que crece a pasos agigantados.
Pese a que son muchas las zonas del planeta en las que el agua es fuente de conflictos, estas son algunas de las zonas que más preocupación suscitan en lo que a los grandes conflictos del agua se refiere:
Cuenca del Nilo: Debido al status quo dejado por los británicos en la era colonial, Egipto y Sudán controlan el 90% de las aguas del Nilo. Egipto, además, dispone de derecho de veto a la construcción de presas y otras infraestructuras por parte de otros Estados. Pero en 2010 cinco países africanos por los que discurre el Nilo se pusieron de acuerdo para pedir un nuevo reparto de los derechos de acceso a las aguas. Etiopía, Kenia, Tanzania, Uganda y Ruanda dejaron claro que no se conformarán con el actual reparto de aguas. La reciente división de Sudán y la conflictiva situación en el Egipto de la era post-Mubarak no facilitarán la resolución de esta disputa entre el norte árabe y el sur negro.
Anatolia y Mesopotamia: Turquía tiene la llave del grifo que alimenta una parte importante de Oriente Medio. Los ríos Tigris y Éufrates, las venas que posibilitaron el nacimiento de la civilización hace unos 6.000 años, nacen en sus fronteras. Las tensiones con Irak y Siria, que dependen a vida o muerte de las aguas de estos ríos, han sido constantes desde hace varias décadas. La tensión aumentó especialmente cuando a mediados de la década de 1980 los turcos pusieron en marcha un faraónico plan hidrológico conocido como 'Proyecto para el Sureste de Anatolia' o 'Proyecto GAP', por sus siglas en turco, que supuso la construcción de más de una veintena de presas en esa zona fronteriza. Gracias a esas infraestructuras, Turquía tiene la capacidad de desviar hasta el 90% y el 40% del agua que reciben Irak y Siria respectivamente. Durante el llenado de la presa Atatürk, la mayor de la zona y gracias a la cual se riegan unos 5.000 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo en la llanura de Harrán, los turcos llegaron a movilizar a su Ejército para cubrirse las espaldas ante las amenazas del entonces dictador iraquí Saddam Hussein. Paradójicamente, algunas de estas presas no fueron concebidas como reserva de agua sino como auténticas murallas naturales para dificultar el tránsito fronterizo de guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán.
Himalaya: De los glaciares de la cordillera del Himalaya depende en gran medida el abastecimiento de la creciente población de la India. En el Tíbet, además, tienen su origen los principales ríos sobre los que se asienta la civilización china, como el río Amarillo, en Yangtsé o el Mekong. Allí están precisamente las mayores reservas de agua dulce del mundo y es parte de la explicación de por qué el gigante asiático no está dispuesto a renunciar al control del Tíbet.
Israel y Palestina: Pese a que el enconado conflicto entre Israel y Palestina tiene unas raíces profundas y de origen diverso, la situación de estrés hídrico de la región no ayuda a su resolución. Los palestinos no tienen acceso al control de sus propios recursos hídricos, que están de facto controlados por el Estado israelí. Este utiliza tecnologías punteras para la gestión y aprovechamiento del agua, especialmente en el campo de la agricultura, pero esto no impide que el abastecimiento del preciado elemento sea un importante motivo de preocupación. Se trata además de un territorio con altos niveles de salinidad, como puede comprobar cualquiera que se acerque al mar Muerto. El control de los Altos del Golán, ocupados desde 1967, es un buen ejemplo de cómo el Estado israelí no está dispuesto a ceder los únicos terrenos acuíferos con niveles de salinidad aceptables.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
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