Mientras la mayoría de los periodistas se afanan en recabar cualquier información sobre la supuesta violación cometida por 'La Manada' en julio de 2016, en Pamplona (Navarra), 'otra manada', formada por oficiales militares, continúa de cacería en su coto privado, llamado las Fuerzas Armadas Españolas. Cosas del periodismo moderno, donde solo existe aquello que los focos iluminan. Sin embargo, a pesar de la oscuridad, o precisamente por ello, la caza continúa en ese 'Estado' dentro del Estado, que es el mundo castrense español.
"Le dijo que abriera las piernas y empezó a tocarle la parte inferior de los muslos, acariciándoselos, y también las nalgas, como si las estuviera restregando. Luego le dijo que se incorporar lateralmente, sobándole ambos costados y pechos. La soldado pudo apercibirse de los suspiros del teniente, que le parecieron jadeos sexuales, y tuvo la sensación de que estaba nervioso y miraba hacia los lados para ver si venía alguien. Tras la prueba sintió impotencia y mucha rabia, pues si no hubiese sido un teniente le hubiera propinado un bofetón. Por la noche empezó a llorar, al recordar lo sucedido".
Lo que sufrió esta chica 'solo' es una de las veintiocho agresiones sexuales por las que fue condenado un capitán del Ejército español. Se trata de un récord. Un macabro récord: haber sido procesado por semejante cantidad de agresiones sexuales y continuar en el puesto de trabajo como si nada. Bueno, como si nada no, ascendiendo y esas cosas. Este 'cazador' constituye también, tristemente, una insólita excepción, aunque no por haber sido condenado por agresión y/o acoso sexual y continuar en el Ejército, eso es norma cuando de oficiales se trata, sino por haber sido condenado.
Según datos del propio ministerio de Defensa, solo el 24% de las denuncias por acoso –no solo sexual– terminan en condena. Algo todavía más alarmante: entre 2003 y 2013 solo se produjeron 62 denuncias por acoso sexual en una institución en el que el 12,5% (15.074 militares) de su personal son mujeres. Es decir, la fría estadística asevera que solo un 0,41% de mujeres militares denunciaron algún tipo de acoso o agresión sexual en una década (ello sin tener en cuenta que el número total de mujeres en una década es muy superior al anual).
El gran problema que arroja esa cifra, de la que Pedro Morenés llegó a presumir cuando estalló el 'caso Zaida' en el año 2015, es lo escandalosamente baja que resulta si la comparamos con estadísticas similares de otras Fuerzas Armadas. En Reino Unido, más del 50% de las militares de la RAF pasaron por el drama de ser acosadas; en Bélgica, fueron el 92%; o en Canadá el 27% (unas 1.000 agresiones sexuales de distinta intensidad al año). Para hacernos una idea, del año 2003 al año 2013 el resultado entre Canadá y España, teniendo en cuenta estos datos, sería de 10.000 a 62 agresiones y/o acosos sexuales. ¿Son los canadienses, belgas o británicos depredadores sexuales y los españoles ciudadanos extremadamente respetuosos con la mujer? Me temo que no.
Esta misma semana, supimos de dos casos aterradores. Por un lado, una marinero denunciaba haber sido expulsada por segunda vez después de denunciar acoso. Por otro, éramos conocedores de las vejaciones y el acoso al que sometieron a un soldado de forma generalizada en su unidad: "¡Soldado Vequia, ven aquí a la derecha de tu amo!". Si bien los oficiales, una vez condenados por acosos o agresiones sexuales, continúan sus carreras militares sin mayor problema, en los dos casos relatados anteriormente el final para la víctima fue el mismo: la expulsión. No se trata, lamentablemente, de una excepción en un mundo carente de justicia y en el que impera el rango y la disciplina por encima de todo: en las Fuerzas Armadas el 'fuerte' sobrevive y el 'débil' perece. Y el 'débil' en las agresiones sexuales es la mujer, motivo por el que en lugar de prestarles el mayor apoyo posible se apresuran a expulsarlas del sistema. Sea como fuera, "si algo pasó se lo buscarían ellas" o, en todo caso, "las Fuerzas Armadas no son una oenegé y no se puede cuestionar la disciplina del mando". Ya saben.
Y es que el Ejército español es un coto privado de caza donde 'La manada militar', la oficialidad, acecha a su antojo sin injerencias de medios de comunicación, cuerpos policiales, instituciones judiciales o políticos. Un coto en el que las víctimas sufren la última vejación de ser expulsadas a la vez que sus agresores continúan en sus puestos. Le ocurrió a Zaida Cantera con el coronel Lezcano-Mújica, le ocurrió a la marinero agredida sexualmente en Alborán, le ocurrió a Elisa Romera, le ocurrió a las escasas mujeres que consiguieron que condenaran a sus mandos militares, y le ocurrió y ocurre a la mayoría de las militares que no consiguen condena o que ni siquiera denuncian. Mujeres que tienen que vivir el resto de sus vidas con el dolor, la rabia y la impotencia de no haber conseguido ni siquiera denunciar aquello por lo que pasaron. Mujeres, todas ellas, que sufrieron a 'La Manada militar' sin que los medios de comunicación quisieran saber de ellas.
Quizá les faltó que las violasen salvajemente entre cuatro o, tal vez, les faltó que les prestasen la misma atención que hace poco un programa de una televisión nacional dedicó a lo importante que es no consumir sushi de pollo. Importantísimo, sin duda.
O no, rectifico, no es para tanto. No lo es. ¡Qué exagerado! Adelante 'Manada militar', España os cobija: ¡A por ellas!