Sí, ya saben, ese rollo macabeo que nos arrojan a la cara los Borbones, año tras año, desde que en 1976 Juan Carlos I nos recordara la humanidad, la bondad y las enormes cualidades del dictador que inundó nuestras tierras de cunetas y fosas, nuestras calles de sangre y nuestro país de cuarenta años de tinieblas y atraso.
Y aunque no lo veo ni lo escucho, porque ya he comentado antes que la cosa es más densa y asfixiante que cuatro polvorones en la boca, no me queda otra que leerlo. Momento en el que llega la peor de las indigestiones de estas fechas, la de volver a constatar que Felipe VI es el rey de los corruptos y el amigo de los criminales. Pensarán algunos, los que todavía siguen medicándose en este nuestro psiquiátrico con El País, El Mundo, Televisión Española, Antena 3 o Telecinco, que la cosa va de exagerar o de atizar al muñeco por divertimento. No es así. Sobre todo lo rumiarán porque los telepredicadores son unánimes, como siempre lo han sido, en lo acertado del discurso regio, pues la arenga patriótica goza de una infalibilidad que ya quisiera el Santo Padre para sus palabras. Muestra de ello serían las húmedas loas al aquelarre en el que Felipe VI vomitó gasolina al fuego en octubre de este año o los no menos aduladores mensajes ante las palabras de Juan Carlos I que en 1980 municionaron a los golpistas y traicionaron al entonces presidente electo.
Porque el asunto va siempre de lo mismo, de proteger al poder y a las élites y amenazar y sofocar cualquier intento de alcanzar la verdadera democracia. Si lo analizamos fríamente, el rey no lo es de los que pasan miseria y pobreza, pues nadie le vio defenderlos como merecen. Tampoco nadie le vio con los desempleados ni con los que huyen del país ante la falta de oportunidades y la precaria situación. Ni en broma apoyó a las víctimas de negligencias militares, aunque sean sus propios compañeros los fallecidos y afectados, ahí están los familiares y supervivientes siendo machacados en los juzgados e incluso condenados en costas. No lo es tampoco, ni por asomo, de los denunciantes de corrupción, pues nadie le vio junto a Ana Garrido, Roberto Macías u otros alertadores que hoy malviven en nuestro país con un estigma que seguramente nunca superen. Nada se sabe de él en los juzgados mientras la justicia resulta violada una y otra vez, entre fiscales que lo afinan y jueces que parecen más bien secretarios (solo hay que escuchar a Soraya jactarse de ello); ni en los cuarteles en los que la corrupción campa a sus anchas, de lo que doy fe. Ni el día de los Inocentes encontrarán los independistas un rey que, al menos, busque y proponga soluciones, ponga a disposición del país su puesto si ello supone un obstáculo a la convivencia o condene la brutalidad policial como sí hizo la mayoría del mundo civilizado.
El rey lo es, no cabe ya lugar a la duda, de los corruptos, las empresas, las élites, los bancos, los comisionistas y todos aquellos que saquean nuestro país, muchos de ellos familiares directos y amigotes suyos. Y ellos y los que todavía siguen bajo medicación mediática son los que siguen consumiendo su impúdica disertación navideña, porque para todos ellos sí tiene hueco en la agenda, con todos ellos hay fotos para enmarcar en los despachos y empresas que negociar. Es a ellos a los que se refiere cuando presume de libertad de expresión y respeto por las ideas, porque los denunciantes de corrupción y los críticos sufrimos aplastados por su reinado mediante despidos, censura, repudio y procesos judiciales.
No se engañen, pues, cuando oyeron a Felipe VI solicitar reformas en la Constitución o invocar la lucha contra la corrupción o el terrorismo. Cuando habla de modificar la Carta Magna se refiere a achicar el agua necesaria que impida el hundimiento de la muy mermada embarcación que se dirige directa contra el iceberg. Que nadie espere referéndum, federación o estado plurinacional, porque aquí se negocia todo menos el pisito que le dejó Franco a Juan Carlos y que terminó en sus manos por aquello del machismo azul de palacio.
Cuando el rey de España habla de batallar la corrupción, la situación empeora considerablemente pues a lo que se refiere es a que su hermana siga en libertad después de declararse inocente por estupidez, su amiguito y ‘compiyogui’ de su mujer salga de rositas de los berenjenales en los que se ha metido (con cuchilladas de por medio) y su padre siga disfrutando de una vida de millonario de lujo aunque sean muchos los medios internacionales (‘The New York Times’ incluido) que cuestionan su enorme fortuna o le sitúan en el centro de comisiones de petróleo o armas. Básicamente, por tanto, pues hay muchos más familiares y allegados suyos que han sido cazados en el arte de trincar lo ajeno y han salido impunes, lo que quería decir Felipe VI es que siga el expolio pero que la bacanal no sea tan pública. Y en eso están, en cerrar la boca a los críticos y cepillarse las redes sociales.
Semejante cinismo queda convertido en un juego de niños cuando pasamos a analizar las palabras regias en lo referente a luchar contra el terrorismo. Indudablemente, viniendo de un excelentísimo individuo que acude a vender armas a Arabia Saudí, país considerado por diversas y fiables fuentes como principal promotor del islamismo más radical que se encuentra en la génesis de los atentados terroristas en el mundo (incluyendo Europa y España), las palabras suenan a burla cósmica con peineta incluida. Pero cuando encima este país está violando repetidamente los Derechos Humanos al bombardear colegios, hospitales y mercados o rellenar el asueto decapitando aquí y allá a todo el que incumple su salvaje y radical doctrina, la cosa se convierte en un asunto de lo más nauseabundo. Y ya lamento el exceso verbal, pero fue lo más mesurado que pude encontrar para semejante infamia.
En definitiva, padecemos un monarca cínico que reina para las élites y para los déspotas, para los bancos y para las hidroeléctricas, para las grandes empresas y para el IBEX-35, para los políticos corruptos y para sus corrompidos familiares y amigos, para los delincuentes y para los criminales...
Por todo ello, ¡Viva el Rey! ¡Viva!