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El mejor homenaje a Juan Carlos I (y a la democracia)

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El mejor homenaje a Juan Carlos I (y a la democracia)

La astilla se deshizo en parabienes con el palo; esto es, Felipe VI loó hasta el empapamiento a Juan Carlos I. Fue en la Pascua Militar de 2018, celebrada como todos los años el día 6 de enero, primera ocasión anual en la que el monarca de turno tiene la oportunidad de befarse de todos nosotros. Como es costumbre acá en España.

Según aseveró Felipe VI a [de] su padre, presente en este acto por primera vez desde que abdicara en 2014, "vuestra majestad me animó a vivir la lealtad, la obediencia, la austeridad, el compañerismo y el amor a España como inspiración fundamental de los actos en mi vida militar". Estupefacto y acongojado a partes iguales me deja tan excelso elogio porque lo cierto es que Juan Carlos I lejos de ser el leal y obediente servidor de su pueblo que se desprende de la verborrea anterior, fue un golpista más de los muchos que proliferaron por la España de los ochenta y lo fue en más de una ocasión. Sin ser muy exhaustivos, podríamos mencionar desde los meses en los que no cesó hasta derrocar al presidente electo, entonces Adolfo Suárez, hasta la mismísima tarde del ya famoso 23-F. Tales correrías le deberían haber costado treinta años de prisión, como treinta soles, pero ahí lo tienen: otro que fallecerá, es de suponer pues el poder regio no llega para evitarlo, en la cama.

Cuando se refiere Su Altísima Majestad a la austeridad del Emérito, pues la verdad es que me genera ciertas dudas. No malintencionadas, claro, pero un excelentísimo individuo que llegó a España con poco más que unos gayumbos y terminó amasando una fortuna de 1.800 millones de euros en cuarenta años (a 45 millones por año, seis veces más que la asignación para toda la Casa Real) pues muy austero no parece. Y si le añadimos que ahora se dedica a la juerga padre y la alegría de la huerta ejerciendo de multimillonario por el mundo, me da que el asunto descarrila.

Compañerismo y amor, de ambos sí que ha tenido Juan Carlos para dar y tomar. Una Bárbara por aquí, una Corinna por allá, un traficante de armas por acullá, un sanguinario déspota por el otro lado, una denuncia de comisiones por el inframundo, un indulto a un secretario suyo corrupto por lo cerca, un ataque a la justicia que pretendía encarcelar a su hija por lo alto o unas cuantas denuncias de hijos ilegítimos por lo lejos. En definitiva, amigo de sus amigos, esos que nos saquean, y un romántico empedernido con las mujeres, sobre todo aquellas, a tenor de las múltiples informaciones existentes, que no fueron su esposa. Es de esos que hacen que nuestros servicios de inteligencia sirvan a una apócrifa aristócrata como a una reina o paguen 500 millones de pesetas a una chaconera para silenciarla. Que para eso está el CNI, claro. Es todo un amor.

Felipe VI no fue el único que tuvo palabras de glorificación para nuestro Salvador, ese que nos condujo directo a la democracia que vivimos (cuya calidad es tan ínfima que hasta nos amonesta el GRECO por no cumplir gran cantidad de los estándares internacionales contra la corrupción), sino que también la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, además de cumplir con la tradición según la cual hay que poner un cuchillo en el cuello de los catalanes, afirmó lo siguiente: "la España democrática y moderna, cuya construcción Vos liderasteis desde los pilares de la reconciliación, la convivencia y la concordia".

Lo que quiere decir nuestra ministra, la que está salpicada por casos de corrupción hasta el gaznate y solo el aporreo de discos duros con martillos parece sostenerla, no es ni más ni menos que el reconocimiento más sincero y considerado hacia un monarca que ha conseguido que nuestro país siga siendo el segundo del mundo con más desaparecidos (y las cunetas inundadas), el franquismo siga latiendo vigoroso, la corrupción lo devore todo y el liberalismo saquee con un salvajismo inaudito los pocos entes públicos que nos quedan. Ciertamente ella, como los Aznar, Aguirre, Morenés, González, Cebrián, Franco y demás, está profundamente agradecida pues ni en sus mejores ensoñaciones postfranquistas se pudo imaginar tanta prosperidad para las élites a cambio de tan poco (unas urnas cada cierto tiempo).

En pleno éxtasis, casi en el Nirvana, Cospedal se deshizo con empalagosa humedad en un panegírico de una profundidad intelectual como pocas veces en la historia de los discursos escritos por otros se ha producido: "Gracias por los años de servicio leal a España, por tu ejemplo vistiendo con honor el uniforme y siempre velando por… nuestra democracia, nuestra libertad y nuestra seguridad". Si se refiere al submarino que no flota y otros desastres similares, a la quiebra económica del ministerio de Defensa, a los más de cien oficiales y suboficiales delincuentes que visten el uniforme (algunos por delitos tan graves como agresión sexual a 28 reclutas), a las decenas de muertos por negligencias y corrupción, a los privilegios anacrónicos, a la lamentable justicia militar y a un largo etcétera, qué puedo decir. Sin palabras.

Felipe VI, por otra parte, no quiso despedirse sin agradecer de corazón el trabajo de nuestras fuerzas armadas en misiones internacionales para terminar con el terrorismo que él mismo fomenta vendiendo armamento a Arabia Saudí y a cualquier siniestro país que tenga dinero suficiente para ello: "Nuestras fuerzas armadas… participan en numerosas misiones en el exterior contra la amenaza del terrorismo… en favor del compromiso firme y sólido de España con la paz y la libertad". ¡Toma ya!

Después de lo escrito, habida cuenta de las enormes contradicciones existentes entre el discurso oficial y las versiones existentes, reto al Gobierno, a los partidos políticos y a la Casa Real a que deroguen la inviolabilidad jurídica que convierte a nuestros monarcas en individuos a los que jurídicamente no se les puede procesar ni aunque asesinaran, violaran o cometieran cualquier atrocidad, y que lo hagan con carácter retroactivo. Si tan excelso fue nuestro actual rey Emérito, Juan Carlos I, nada tienen que temer por ello, sino todo lo contrario, pues sería una oportunidad única para terminar con tantas maldades y patrañas que se han escrito en estos años sobre tan altísima personalidad.

Por tanto, sin duda, el mayor y el mejor homenaje a Juan Carlos I y a la democracia sería que fuera un igual a sus súbditos, al menos en los juzgados. Un castizo diría que no hay huevos, yo lo dejaré en que no hay suficiente decencia ni valores democráticos para semejante reforma.

Todo lo escrito está sostenido y referenciado en los siguientes ensayos:

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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