Mientras los casos de violación o acoso sexual en las Fuerzas Armadas se acumulan en los medios de comunicación (denuncias de violación grupal en Málaga y tres acosos sexuales en Mallorca, Girona y la Academia General Militar de Zaragoza) surge ahora un acoso laboral: tres días de arresto a una legionaria por no abandonar a su bebé para acudir a un desfile.
Este último caso, con todo, con lo monstruoso que supone obligar a una madre a abandonar a un bebé [dos años] para acudir a una parada militar, tiene varias aristas que lo convierten en un retrato preciso de los oscuros rincones de nuestra milicia.
Por un lado, el propio acto en sí, pues no se trata de un evento que afecte a la Seguridad Nacional, ni tan siquiera hablamos de una guardia o unas maniobras, sino que el asunto que es objeto del altercado no es otro que un acto superfluo con tintes religiosos (la formación se debe a la celebración de la Patrona de Infantería, la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 2017).
Por otro lado, y esta es una cuestión relevante, los sólidos argumentos de la legionaria para no acudir al desfile. Tiene una hija de dos años que no puede dejar al cuidado de su madre (abuela de la pequeña) porque ésta está convaleciente (cáncer). Tampoco puede encargar su cuidado al padre, pues es militar como ella y tiene que acudir a la celebración. No solo eso, sino que cuando le deniegan el permiso, es el padre el que lo solicita, obteniendo la misma negativa.
La Patria se muestra, pues, inflexible con la conciliación familiar exigiendo un sacrificio inasumible para personas con una pizca de humanidad y un tanto de sentido común: ambos deberán desfilar y abandonar a su bebé.
El retrato de la mentalidad castrense
Más allá de la sinrazón, del absoluto desprecio a la compasión que muestran los mandos militares involucrados, este acoso supone un retrato de la anacrónica mentalidad militar. Y hay varios pilares en los que se puede cimentar esta afirmación sin gran dificultad.
En primer lugar, uno de los reproches que sufre la militar por no acudir al desfile es que otro legionario en una situación similar a la suya acudió al evento y dejó a su bebé con un desconocido en las gradas. Resulta hiriente que tal actuación, abandono de un menor, merezca de loa y se muestre como ejemplo, cuando debería alcanzar un inmediato reproche y el correspondiente informe a la Fiscalía de Menores.
En segundo lugar, las formas en las que acontecen los hechos resultan bastante chusqueras, muy alejadas de la imagen de profesionalidad que reiteradamente transmiten los medios de comunicación y los canales oficiales. Desgraciadamente, no solo rezuman las maneras de anacronismo, sino de comportamiento mafioso. Expresiones como "te van a arrestar y yo he pedido que te pongan la pena máxima, lo que más daño te haga" o "si fueras civil te echaría hoy mismo a la calle y tu hija se moriría de hambre" denotan una vendetta ejecutada con malicia.
En tercer lugar, lo acontecido se enmarca en el conocimiento generalizado, en lo cotidiano, algo que queda demostrado por la participación de tres mandos militares: un capitán que se muestra tan inflexible como obtuso y amenazante, un sargento que actúa como látigo lacerante con unos modales más propios de un pandillero y un cabo mayor que ejerce de vulgar mensajero del capitán. El cuadro, no cabe duda, termina por revelarse espantoso: se puede acosar a una militar con pleno conocimiento de la milicia.
En cuarto lugar, la obligación de sumisión y las represalias. No solo se castiga de forma injusta (tres días de arresto por no acudir al desfile), sino que se amenaza a la legionaria para evitar que use los mecanismos existentes para defenderse de la injusticia: "De ti depende cumplir y que todo quede aquí o alegar y seguir tensando la cuerda", le dice el capitán. De nuevo nos encontramos ante un comportamiento más propio de unos delincuentes.
Y no se trata de meras palabras, pues las consecuencias de no acudir al desfile y alegar son evidentes: el marido, también militar como se ha comentado antes, solicita la baja del Ejército por la represión sufrida; y la legionaria sufre el acoso de sus mandos para arrestarla, encomendarle los cometidos más penosos e impedirla que estudie para el ascenso a cabo (con amenaza de sabotaje del ascenso incluida). Expresiones como "casi a diario la echaba una reprimenda delante de sus compañeros, fomentando que la aislasen" o "si quiere normas va a tener normas, eso implica que la puedo arrestar por cualquier cosa" no muestran resquicio a la duda.
La existencia de multitud de casos similares
Por si fuera poco, esta semana hemos conocido otro episodio, esta vez entre oficiales compañeros, que sigue el mismo patrón: ademanes mafiosos, impunidad y aceptación generalizada. Las amenazas, "concretas y creíbles" para el fiscal militar, fueron: "¡Te meto dos tiros y me quedo tan ancho!". La impunidad y cotidianeidad quedan trazadas en el comportamiento de la psicóloga militar, la cual era conocedora del caso tres años antes de producirse la denuncia de la víctima, pero no denunció los hechos, a pesar de estar obligada a ello, porque el alférez "iba académicamente bien".
La cúpula militar y la ministra de Defensa: una apariencia que genera impunidad
La apariencia de buenas prácticas para atajar el problema se ha resuelto con la creación de la Unidad de Protección frente al acoso (UPA), que hasta ahora se ha limitado a la recopilación de información y la formulación de denuncias, pero cuya mera existencia evidencia la enorme problemática existente y la incapacidad de la cúpula militar y los mandos intermedios de ponerle remedio. Ello se debe a que el acoso sexual y laboral no se resuelven con la presencia de la mencionada unidad, sino con la concienciación de los mandos militares. Con un profundo cambio cultural. Y ello no se logra solo con cursos de concienciación o información, que ni tan siquiera se han impartido, sino que se hace necesario terminar con la impunidad. Impunidad que se estructura sobre la existencia de la justicia militar y la ausencia de sanciones o condenas en la mayoría de los casos (el 88% de las denuncias se archivan) o la continuidad de la carrera militar de aquellos mandos militares que excepcionalmente son condenados.
Por tanto, si de verdad se quiere terminar con el acoso en las Fuerzas Armadas españolas hay que tomar dos acciones inmediatas: eliminar la justicia militar, como han hecho la mayoría de países europeos, y expulsar a todos aquellos que cometan estos infames episodios.