Según ACNUR, nada más terminar de leer esta opinión un niño estará cerca de fallecer por inanición en Yemen y en las siguientes veinticuatro horas el infanticidio se elevará a unos 150 pequeños. Pero ¿cómo se ha podido convertir Yemen en la peor hambruna que el mundo ha vivido en los últimos cien años?
Un siglo de influencias extranjeras
Para explicar la tragedia yemení hay que remontarse, al menos, a 1918, año en el que se produjo el derrumbe del Imperio Otomano. Este colapso generó la primera grieta en el actual Yemen, pues mientras Yemen del Norte se configuraba como un país independiente, primero bajo el gobierno de los nacionalistas influenciados por Arabia Saudí y después liderados por los republicanos influenciados por Egipto, el sur del actual Yemen continuaba bajo el dominio imperial británico hasta 1967.
Estos cincuenta años de historia diferenciada en los que Reino Unido, Egipto y Arabia Saudí manosearon el país en función de sus intereses resulta fundamental para comprender el colapso actual y la magna tragedia. Porque en 1969 Yemen del Sur se convirtió en el único Estado árabe comunista y comenzó a enfrentarse con el norte. O el norte con ellos. A estas alturas resulta bastante indiferente. Lo que sí resulta relevante es que en los años siguientes se produjeron dos guerras civiles (1972 y 1979) y el conflicto continuó latente hasta que la caída del muro de Berlín (1989) desembocó en una forzada unión de ambos estados en 1990.
La unificación de Yemen
Nacía así Yemen, uno de tantos países cartografiados en oscuros despachos occidentales que han terminado en catástrofe, pues las fronteras dibujadas en estos idílicos mapas no pueden encarcelar para siempre las realidades geográficas. Y es que el concepto de estado-nación occidental que se pretendía imponer en Yemen jamás pudo adaptarse a una realidad y una lógica tribal que desgarra cualquier disfraz occidental con la facilidad de una daga. Así llegó la guerra civil en 1994.
La invasión norteamericana de Irak en 2003
Lo relatado hasta aquí habría podido, quizás, haber encontrado un remiendo natural en el transcurrir de los años. O no. Pero lo que es seguro es que la invasión norteamericana de Irak en el año 2003 agrietó aún más un país que ya de por sí era tendente a desgajarse. Husein al Huthi, líder de los hutíes, abrazó el antiamericanismo y se revolvió contra el presidente apoyado por Estados Unidos, Ali Abdullah Saleh. De ahí salieron nada más y nada menos que seis guerras entre ambos hasta el año 2010 en el que comenzaron las revoluciones árabes y ya sí, todo se fue al carajo.
Las revoluciones árabes y el comienzo de la última guerra civil
Ali Abdullah Saleh, que llevaba gobernando el país desde 1993 y había recibido múltiples denuncias por corrupción, reprimió como muchos otros líderes árabes con enorme violencia las manifestaciones, lo que no impidió que en el año 2012 fuera destituido y tras un referéndum se proclamara presidente a Abd Rabbuh Mansur al-Hadi.
Debido a que Mansur al-Hadi, como también ocurrió en otros países árabes, no cumplió las expectativas generadas, en 2014 comenzó una nueva guerra civil, o casi que podemos decir que continuó la que jamás terminó, hasta que el aumento del precio del combustible en 2015 desembocó en la toma hutí de Taiz, Moka y, finalmente, Saná, la capital del país. Al-Hadi huyó a Adén tras renunciar al cargo, revocó su renuncia y comenzó a combatir a los hutíes, los cuales habían hecho presidente nada más y nada menos que a Saleh, el mismo al que habían estado combatiendo durante años por su filiación norteamericana. Casi nada.
Por si toda esta historia no fuera suficientemente rocambolesca, cuando a finales de 2017 Saleh estaba dispuesto a pactar con los sauditas, los hutíes se sintieron traicionados y acabaron con su vida el 4 de diciembre. Aquello también supuso la ejecución de la esperanza de pacificación de un país estructuralmente en guerra.
El contexto saudí
En primer lugar, Arabia Saudí se encuentra en una confrontación con Irán, aliada de los hutíes (chiítas como Irán), por el liderazgo de Oriente Próximo, lo que ya ha generado enfrentamientos bélicos en distintos espacios de Oriente Medio, como Siria. Pero esta confrontación no debe ser interpretada desde una lógica religiosa (entre suníes de Arabia Saudí y chiítas de Irán), sino geopolítica. Por ello, la lógica que funciona es la de amigo-enemigo, es decir, muchas alianzas se generan en virtud de convertir al enemigo del enemigo en amigo. Pensemos en la 'amistad' de Arabia Saudí con Israel, que se cimienta en que estos últimos luchan contra Hezbolá, chiítas aliados de Irán, no por ser ni mucho menos suníes.
En segundo lugar, Arabia Saudí cuenta con sus propios problemas y cuestionamientos internos: pobreza y desempleo por el bajo precio del petróleo, disidencia por la ausencia de democracia, diferencias regionales y problemas territoriales. Entre estos últimos se encuentra el conflicto con la región de Jizan-Asir-Najran, limítrofe con Yemen y anexionada por los saudíes en tiempos del Imperio Británico (Guerra de Yemen-Arabia Saudí en 1934).
La organización de una coalición internacional y el apoyo de Estados Unidos
Debido a estas especiales circunstancias, en marzo del 2015, Arabia Saudí decidió intervenir en el galimatías yemení con intención de restaurar a Al-Hadi en el gobierno. Lo hizo junto a una coalición formada por Qatar, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudán y Senegal. Para ello, alegó que Irán estaba vendiendo armas y prestando asesoramiento militar a los hutíes (en 2016 Estados Unidos informó que había interceptado nuevamente armas procedentes de Irán dirigidas a los rebeldes hutíes), lo que podría haber justificado un apoyo en los mismos términos, pero difícilmente una intervención como la que se ha producido. Intervención aérea y terrestre.
Porque Yemen está siendo bombardeado desde entonces con el apoyo de Estados Unidos, Reino Unido y Francia e incluso tropas de diferentes países de la coalición árabe han intervenido en el país. En el caso norteamericano se han producido incursiones aéreas y el despliegue de fuerzas especiales, dirigidas en teoría contra el Estado Islámico y Al Qaeda.
Por si no fuera suficiente, el Estado Islámico y Al Qaeda
Porque en Yemen también el Estado Islámico se encuentra en dura pugna por intentar hacerse con el control de una parte del país, no obstante, se han producido atentados tan importantes como el que ocasionó la muerte de 50 soldados en un atentado. Recordemos que en octubre de 2000 un ataque suicida de dos yemeníes terminó con la vida de 17 militares norteamericanos en el U.S. Cole.
Al Qaeda y los restos del Estado Islámico siguen contando con presencia tanto en Irak y Afganistán donde las estimaciones, según la ONU, oscilan entre 20.000 y 30.000 componentes y en otros países como Nigeria, Libia, Somalia y, por supuesto, Yemen. Ya no controlan ni aspiran a controlar territorios y han adaptado su estructura para moverse con fluidez por estados fallidos. Yemen es uno de ellos. De hecho, el líder del Estado Islámico en Yemen fue abatido a tiros hace unos pocos meses, en abril de 2018.
Silencio internacional ante una catástrofe sin precedentes
Por otra parte, la sangría de Yemen se ha producido ante la apatía occidental y la escasa repercusión mediática ante los reportes que se recibían: en verano de 2016 Naciones Unidas informaba de la muerte de más de 10.000 personas y en verano de 2018 se contabilizaban más de 6.500 civiles muertos de los que, según UNICEF, casi 2.400 eran niños. Ahora sabemos, según la ONU, que Yemen sufre la mayor catástrofe humanitaria del planeta: un niño muere cada 10 minutos, 16.000 personas han sido asesinadas, 8,3 millones de personas no saben si van a comer, 16 millones de personas necesitan atención médica y 12 millones de personas podrían estar en riesgo de morir.
Beneficio económico también sin precedentes
La falta de atención mediática de los grandes medios de comunicación mientras se ha gestado tamaña tragedia no es de extrañar si tenemos en cuenta que los mismos se encuentran conectados económicamente, controlados al fin y al cabo, por los mismos poderes que dirigen la industria armamentista y se lucran con la venta de armas. Varios datos pueden aclarar el asunto de forma considerable.
Por ejemplo, el anuario de 2018 del SIPRI (Stockhom International Peace Research Institute) situaba a tres de los países de la coalición que interviene militarmente en Yemen (Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos) entre los cinco grandes importadores de armas del mundo. De la misma manera, la tabla de transferencias de armas TIV sitúa en 2017 a dos de los tres países que apoyaron militar y logísticamente la mencionada intervención (Estados Unidos y Francia) entre los cinco mayores exportadores del mundo (a los que hay que añadir Israel, con importantes intereses en el conflicto y que ocupa el quinto puesto). Reino Unido, el tercer país occidental que apoyó la intervención, ocupa un destacado sexto puesto, y España, que ha vendido a los sauditas y sus aliados 361 millones de euros solo en 2017 y 1.200 millones de euros desde 2015, se sitúa en el noveno puesto de los mayores exportadores de armas del mundo.
Por tanto, es imposible no establecer la conexión entre el conflicto bélico, el silencio mediático y el beneficio económico, pero por si existiera todavía margen para la duda conviene aclarar que: los cuatro máximos vendedores de armas a Arabia Saudí son Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España; y las transacciones entre estos países desde que comenzó el conflicto se duplicaron en el caso de Reino Unido, Francia y España y se quintuplicaron en el caso de Estados Unidos.
Un niño más acaba de fallecer en Yemen mientras élites y gobernantes occidentales hacen negocio.