Una bomba mediática estalló por los aires el pasado 1 de diciembre cuando Meng Wanzhou, vicepresidenta e hija del fundador de Huawei y hoy mundialmente reconocible, fue detenida en el aeropuerto de Vancouver a resultas de la guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China. Se puede decir que, hasta entonces, la guerra se movía en la oscuridad de los expertos económicos y tecnológicos y hoy se combate casi en prime time. La situación no está para remilgos.
Más allá del conflicto diplomático que generó la detención de Meng y la contundente respuesta de China (dos canadienses detenidos) o los obvios intereses económicos existentes (Huawei se situado como segundo vendedor mundial de smartphones superando a Apple), lo que acontece es una guerra por espiarnos. Una guerra en la que todo vale.
Aunque la detención de Meng se cimienta aparentemente en la acusación de la Fiscalía estadounidense por vulnerar Huawei (a través de SkyCom Tech con sede en Hong Kong) las sanciones norteamericanas a Irán, la motivación real es bien distinta: Huawei está ganando la batalla de la tecnología 5G. China está ganando la guerra tecnológica. Y ganar la carrera del 5G supone obtener dos bastiones claves en esta guerra sin cuartel: espionaje e información.
La importancia de la tecnología 5G
Un informe del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos equiparaba la tecnología 5G al invento de la imprenta de Gutemberg y asevera que Estados Unidos, Occidente al fin y al cabo, estaba perdiendo. "Estamos perdiendo". Estados Unidos está perdiendo porque las únicas empresas con la infraestructura 5G completa son Huawei y ZTE (China); Ericsson y Nokia (Suecia y Finlandia); y NEC (Japón). Y de todas ellas, Huawei es la más avanzada. Y de todos los país, China es el más avanzado: según Deloitte, el gigante asiático posee un total de dos millones de antenas de telefonía móvil, diez veces más que EE.UU.
Dominar la tecnología 5G supondrá todo, pues en el futuro todo estará conectado a la tecnología 5G: electrodomésticos, vehículos autónomos, drones, cadenas de montaje, autobuses, equipos informáticos o fotográficos, sistemas de riego. Todo. Dominar la tecnología 5G supondrá dominar el futuro. ¿Por qué? Básicamente, las redes 5G reducirán la velocidad de conexión de los dispositivos y, sobre todo, la latencia de las redes. Esto es, las conexiones será a una velocidad jamás vista hasta ahora. Casi instantánea. Tal es la importancia de esta tecnología que no son pocos los que la califican como la Cuarta Revolución Industrial.
La presión norteamericana
En esta situación y ante la enorme importancia de la tecnología 5G, la presión norteamericana con la excusa de la (ciber)seguridad ha conseguido grandes réditos entre los países anglosajones, tradicionalmente aliados norteamericanos. Y también en un país tan aliado suyo como enemigo y rival chino (Japón). Así, han conseguido que Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido y Japón hayan excluido a las dos grandes empresas tecnológicas chinas, Huawei y ZTE, de la implementación de la tecnología 5G (incluso en algunos casos se llegó a retirar toda la tecnología china de las redes 3G y 4G). Canadá, en cambio, todavía duda seriamente al respecto.
Sin embargo, las presiones han fracasado de momento en la India y en Europa (Francia y Alemania), países que han rechazado las acusaciones de riesgo que Huawei o ZTE pudieran ocasionar a su (ciber)seguridad. No obstante, Andrus Ansip, vicepresidente de la Comisión Europea, acusó a Huawei de instalar puertas traseras (backdoors) para espiar a los usuarios.
¿Están cometiendo los alemanes y los franceses una gravísima negligencia en cuanto a ciberseguridad o las decisiones de EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido y Japón nada tienen que ver con la ciberseguridad?
La guerra del espionaje
La guerra por el espionaje hasta ahora había estado en poder de Estados Unidos, país que ha espiado a los usuarios y también a los países. Incluso a sus aliados. Porque el Tío Sam ha protagonizado en las últimas décadas los mayores escándalos relacionados con el espionaje, tanto a usuarios como a países, tanto con intereses económicos y comerciales como políticos: Edward Snowden (2013) o Cambridge Analytica (2018).
Gracias a Edward Snowden se supo que Estados Unidos había estado espiando a 35 líderes políticos, entre ellos, la canciller alemana, Angela Merkel, y a distintos países aliados como Italia, Francia o Alemania. Y, por supuesto, la Unión Europea y la ONU también fueron espiadas, tanto en territorio europeo como en su sede en Nueva York. Tras el escándalo, Obama prometió que la situación sería subsanada, pero a principios de 2018 el programa que permitía espiar a cualquier persona, país o ente en cualquier parte del mundo fue renovado.
Estados Unidos no estaba y ni está en disposición de renunciar a una posición tan amoral e intrusa como privilegiada. Por ello, solo un mes después de renovar el programa de espionaje que en el año 2013, gracias a Edward Snowden, supimos que permitió espiar centenares de números de teléfono, incluyendo los de decenas de países y líderes políticos, alertaba del aumento del riesgo de injerencia rusa en las elecciones que tenían que celebrarse en Estados Unidos y Europa. ¿Los mismos que habían espiado incluso a sus aliados alertando de injerencias? Sí, así es.
En el caso de Cambridge Analytica supimos, aunque hay versiones contradictorias, que esta empresa habría recolectado datos personales a través de Facebook y estos habrían servido para manipular psicológicamente a los votantes en las elecciones norteamericanas en las que Donald Trump resultó elegido presidente.
Resulta sorprendente que todos supiéramos que Facebook nos espiaba y que los datos que conseguía sobre nosotros fueran vendidos a las empresas para que estas nos enviaran mensajes que influenciaran en nuestras compras, pero nadie pensara que algún día esa información pudiera ser usada con otros fines. Incluso que llevara siendo utilizada durante años con otros fines. Realmente, ¿el problema de Cambridge Analytica es lo que ha hecho (si es que lo ha hecho) o para quién lo ha hecho? Porque sin ir más lejos, las prácticas de Cambridge Analytica fueron legalizadas en España en noviembre de 2018 en la Ley de Protección de Datos, por lo que los partidos políticos podrán recolectar información sobre la ciudadanía y usarla como les plazca.
Más allá de la controversia, lo cierto es que a día de hoy las empresas tecnológicas son poseedoras de una gran cantidad de datos que pueden tener un valor enorme y que pueden ser usadas para espiarnos. Por ejemplo, en el año 2013 se publicó un estudio sobre la capacidad de predicción de Facebook en base únicamente a los 'me gusta' de un usuario: distinguía al 95% a blancos y negros, 93% a hombres y mujeres, 88% entre homosexuales y heterosexuales y 85% entre republicanos y los demócratas. El Gran Hermano nos conoce.
Y Facebook no es la única fuente de información, ya que absolutamente todas las aplicaciones almacenan o pueden almacenar información (Google espía y hasta escucha conversaciones), y aunque en los últimos tiempos se han aplicado una serie de herramientas de control, sobre todo las distintas legislaciones para la protección de datos, lo cierto es que esos datos existen y en un momento dado pueden ser usados por cualquiera. Y en caso de conflicto, en caso de emergencia de una nueva potencia mundial como es China, los norteamericanos aplican la máxima 'mejor nosotros que ellos'.
La guerra es económica, sí; la guerra es bélica (a nivel periférico y sin un choque frontal), sí; pero la guerra también es por espiarnos, controlarnos y dirigirnos.