Mientras el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, se dirigía en un debate televisivo a los ciudadanos españoles y les solicitaba el voto para poner remedio, entre otras cuestiones, al riesgo de pobreza que sufren 2,7 millones de niños, en Portugal se preparaban para los fastos del 45 aniversario de la Revolución de los Claveles (25 de abril). Y es que Portugal es el país de los milagros, del democrático y también del económico.
Porque mientras en España la crisis sigue mostrando su faz más despiadada, con crecimiento incluido de la extrema derecha, en Portugal casi todo son parabienes. El mundo mira sorprendido a Portugal, España la vigila con recelo. Los portugueses hicieron justo lo contrario que los españoles hace cuarenta y cinco años: caminaron hacia la democracia de la mano del pueblo mientras España lo hizo de la mano del sucesor del dictador: Juan Carlos I. Casi medio siglo después, han vuelto a darse la espalda: Portugal decidió caminar hacia la regeneración económica acompañada por lo social, España lo hizo con los hombres de negro. Con los banqueros, los políticos, los empresarios y los capitalistas austericidas que, curiosamente, han seguido enriqueciéndose con el empobrecimiento de la mayoría.
'No' al austericidio
Con la crisis económica, las tasas de desempleo se dispararon, los recortes salariales aumentaron y las partidas sociales fueron cercenadas salvajemente, pero Portugal dijo 'no'. Lo que antes no pudo ni supo hacer Grecia, la pequeña pero digna Portugal sostuvo en 2015 su 'no' a la austeridad. Se eliminaron los recortes en salarios, pensiones o seguridad social e, incluso, se llegó más allá: se aumentó el salario mínimo y se devolvieron días de vacaciones que habían sido arrebatados durante la crisis. Y se incentivó a las empresas con ayudas al desarrollo, mejoras fiscales y financiación.
Los cuervos, de mal agüero, protestaron. Recelaron. La oposición y los acreedores se mostraron contrarios. Pero las empresas empezaron a ganar confianza, consiguiendo aumentar la producción y las exportaciones, y en 2018 Portugal registró el mayor crecimiento económico en los últimos diez años: el turismo ha vivido un boom, el desempleo se ha reducido a más de la mitad (del 16% en 2013 al 6,7% en 2018) y la inversión extranjera se ha elevado de forma exponencial.
El milagro ha sido producto de una alianza de izquierdas que incluye, ¡oh, sorpresa!, a los comunistas y a la Izquierda con mayúsculas. Una izquierda que va más allá de la socialdemocracia liberal que, situada en el centro o centro-izquierda, ha acaparado durante décadas en Portugal, España y gran parte de Europa a una gran mayoría del electorado progresista.
Los catalogados por muchos como 'antisistema', liderados por Antònio Costa, han reducido el déficit del 4,4% al 1% y se espera que en 2020 se consiga superávit por primera vez en un cuarto de siglo. ¿Cómo es posible que gastando más en la ciudadanía se deba cada vez menos? Reduciendo el gasto en infraestructuras y otros sectores. Reduciendo el gasto público lo más posible sin que ello suponga reducir el gasto en la ciudadanía. En lo social.
Con todo, Portugal todavía tiene muchos problemas. Los salarios siguen siendo muy bajos en relación con el resto de países europeos, la precariedad laboral es una epidemia y los sindicatos solicitan continuar con las mejoras laborales y aumentar el gasto social. Algo que el déficit heredado, esa gran carga que está asfixiando a muchos países y ciudadanos, lo impide. Una deuda que ya ha empezado a ser reducida porque Portugal ha devuelto al FMI por anticipado las cantidades prestadas y ha conseguido que el déficit fiscal haya pasado del 11% en 2010 al 0,5% en 2018 y la deuda haya bajado desde el 133% al 124% en el mismo período.
¿Milagro o confluencia de factores?
Sin embargo, muchos críticos no creen en los milagros. No son creyentes. Alegan que sin las reformas más duras emprendidas por Pedro Passos Coelho entre 2010 y 2015 sería imposible el milagro económico de Portugal. Durante ese período los recortes rebajaron los costes laborales unitarios, lo que ha sido fundamental para aumentar las exportaciones desde el 29% del PIB en 2010 al 43% en 2018. También esgrimen que habría sido imposible la recuperación sin el crecimiento económico de los dos grandes socios comerciales de Portugal: Alemania y España. Las exportaciones a los germanos suponen el 12% y los españoles el 21%, habiendo aumentado las ventas a España un 30% desde que comenzaron a rebajarse los costes salariales. No es un caso único, las exportaciones a Francia crecieron un 26%.
Y a todo lo anterior, los extranjeros. El turismo ha pasado de representar el 13% en 2010 a más del 17% en 2018, llegando a casi 13 millones de turistas el año pasado. Mientras, las visas a extranjeros a cambio de inversiones que superen el medio millón de euros han generado unos 3.400 millones de euros. No solo eso, sino que las ventajas fiscales para profesionales y jubilados han atraído a miles de extranjeros.
Por último, la agresiva política del Banco Central Europeo en la compra de bonos se esgrime como otro factor positivo externo a Portugal, dado que ha permitido reducir el esfuerzo fiscal de los portugueses en el pago de la deuda.
Es cierto que los factores externos han ayudado, y mucho, pero no lo es menos que, por ejemplo, España ha reducido su desempleo de forma considerable (del 25,73% en 2013 a 16,55% en 2018), pero ni mucho menos en los niveles de Portugal (para ser equiparable debería haber estado esa cifra en 2018 en el 10%). En Grecia, para más señas, el desempleo ha pasado del 27,5% en 2013 al 21,5% en 2017, un descenso muy insuficiente.
El gasto social no genera déficit
No se puede negar, pues, no al menos razonablemente, que el aumento del gasto social ha tenido una repercusión enormemente positiva en Portugal. Las políticas sociales, las políticas humanas, los gobiernos que priorizan a los ciudadanos son políticas y gobiernos de bienestar que en ningún caso son impedimento para controlar el déficit y crecer económicamente. Ni mucho menos la razón que lo condicione.
Sería bueno que España lo recordara en las elecciones que se celebran esta semana, para elegir la senda portuguesa y abandonar la castellana, y que Europa haga lo propio ante las previsiones para el futuro próximo que auguran reducción del crecimiento y la demanda. Más gasto social no genera más déficit, y no, no es un milagro, pero en los tiempos que corren lo parece.