La Ruta de la Seda, el esplendor de la economía china

Luis Gonzalo Segura

China ejerció de líder mundial en el II Foro de las Nuevas Rutas de la Seda que reunió a 150 países y supuso el acuerdo de 283 objetivos por valor de 64.000 millones de dólares. La Ruta de la Seda, conocida como la Franja y la Ruta, es el plan estrella lanzado en 2013 por el presidente chino Xi Jinping para convertir a China en el indiscutible líder mundial. 

El plan ya ha supuesto a China una inversión de 460.000 millones de dólares, cifra que superará, según las estimaciones, el billón de dólares y puede llegar incluso a los ocho billones. Una obra faraónica para mostrar el esplendor de una potencia mundial que aspira a dominar el mundo mediante la economía. La Ruta de la Seda es el rascacielos chino.

El gigante asiático pretende invertir grandes sumas de dinero en diferentes proyectos a nivel mundial, si bien es cierto que inicialmente la Ruta es un proyecto esencialmente euroasiático que se destinará a la construcción de infraestructuras y servicios chinos como la navegación por satélite BeiDou o las redes 5G de Huawei.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
"Este proyecto encontró desde su nacimiento la oposición de Estados Unidos y todos sus aliados —subordinados—, lo que provocó que la mayoría de países europeos no se sumaran al mismo al inicio".

Como era de suponer, este proyecto encontró desde su nacimiento la oposición de Estados Unidos y todos sus aliados —subordinados—, lo que provocó que la mayoría de países europeos no se sumaran al mismo al inicio. Tampoco lo hicieron Japón o Corea del Sur. Sin embargo, la Ruta de la Seda está consiguiendo abrir vías en Europa, donde ya cuenta con socios como Grecia, Portugal e Italia que ha añadido al apoyo de países de todo el mundo, desde America Latina a África, desde aliados tradicionales chinos a países que en raras ocasiones estuvieron en su órbita.

Porque la Ruta de la Seda ha penetrado de forma muy importante en Latinoamérica y el Caribe, donde ya suman veinte países y Bolivia, Chile, Perú y Uruguay tienen a los chinos como socios comerciales principales.

Las críticas al proyecto

Las críticas al proyecto chino no han tardado en producirse al considerarse que las cantidades y las condiciones de los préstamos chinos —mediante instituciones como el Banco de Desarrollo de China o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura— pueden ahogar las economías de los países que los reciben. Y se han planteado tres ejemplos: Pakistán, Montenegro o Yibuti.

También se critica la amenaza medioambiental que suponen algunos de los proyectos o el excesivo control chino sobre los mismos. En el objetivo de las protestas podemos encontrar desde la represa de Myitsone en Myanmar hasta un ferrocarril en Malasia o el puerto de Hambantota en Sri Lanka. 

Estas críticas no son esencialmente lícitas, desde el punto de vista Occidental y capitalista, si tenemos en cuenta que el programa chino no es altruista ni humanitario, sino que lo que pretende es la mejora de las conexiones terrestres, marítimas y energéticas de Europa, África y Asia (aunque como vemos ha llegado a América Latina y el Caribe) en beneficio de todos los actores  internacionales (estatales, público, privados) y que ello se está realizando mediante la lógica de mercado. Una lógica que permite beneficiarse a todos, de forma inclusiva, y que genera crecimiento económico. De hecho, es un proyecto que se encuentra en términos de bondad a años luz de los derrocamientos de regímenes que han urdido los norteamericanos para perpetrar el expolio de gran parte de los recursos mundiales en favor de sus empresas.

China no puede ni debe ser Estados Unidos

Sin embargo, China es la potencia mundial llamada a dominar el mundo tras el fracaso de Occidente, motivo más que suficiente para intentar no repetir los errores de los norteamericanos ni ceder a los deseos de las élites. Es cierto que deben aplicarse las reglas de mercado, pero es necesario que lo social y lo medioambiental tengan, al menos, la misma importancia, y que bajo ningún concepto los países sean sometidos por deudas que no pueden pagar.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
"China es la potencia mundial llamada a dominar el mundo tras el fracaso de Occidente, motivo más que suficiente para intentar no repetir los errores de los norteamericanos ni ceder a los deseos de las élites".

Las palabras del presidente chino en ese sentido son prometedoras, pues asume que es necesario reducir los costes de los canales de financiación y promocionar un desarrollo sostenible de alta calidad que quede al margen del proteccionismo.

China es la primera potencia mundial y ello le debe reservar un papel privilegiado en la economía, nadie lo niega, pero debe caminar hacia un modelo diferente al occidental. Diferente al fallido. Porque precisamente lo que se critica a los chinos es lo que ha practicado el capital durante el gobierno mundial de Estados Unidos: sometimiento de países por el látigo de la deuda, construcción de infraestructuras sobre la que las naciones tenían escaso o nulo control y políticas agresivas y destructoras del medio ambiente.

Un imperio de desarrollo humano y protección medioambiental

Por tanto, el desarrollo humano y la protección medioambiental deben ser los ejes gravitacionales del poder chino junto a la mejora en el cumplimiento de los derechos humanos en su país. Ello no significa en ningún caso entregarse al liberalismo económico, que plantea el desmantelamiento de los estados como soportes del estado de bienestar, sino todo lo contrario. 

Porque si bien es cierto que China debe mejorar en cuestiones democráticas y humanitarias, no lo es menos que no solo debe seguir manteniendo la estructura social que a día de hoy posee, sino que debe implementarla en el resto del mundo. Implementarla por seducción y ejemplo. Pero implementarla. Ese debe ser su verdadero rascacielos, su verdadera pirámide. Su Ruta de la Seda. Ese es su sello distintivo con respecto a Estados Unidos, país que cuenta con millones de pobres vagando por sus calles y durmiendo en tiendas de campaña.

Si una nueva potencia pretende perdurar no debe estar fundada sobre el capital, sino en lo social (cultura, educación, sanidad) y lo medioambiental. Unos humanos más desarrollados, un planeta más limpio y más democracia (real) serán las claves del futuro. Y de la supervivencia del Imperio Chino. Ninguno lo ha conseguido hasta ahora, quizás porque nunca fueron lo suficientemente generosos.