TIAR, la 'amenaza fantasma' de Trump contra Venezuela
El 31 de agosto de 1939, hace algo más de ochenta años, un comando alemán dirigido por Alfred Naujocks, un terrorista y estafador, organizó una pantomima en la estación radiofónica alemana de Gliwice con intención de culpar de la misma a los polacos. Después del trampantojo, Hitler ya tenía su guerra y el mundo, un infierno.
Donald Trump todavía espera su guerra en Venezuela, porque Polonia cayó en un mes, pero Maduro resiste una y otra vez los embistes del ariete norteamericano. La última, el insólito golpe de Estado de Juan Guaidó. Insólito, porque perpetrar un golpe intentando convencer a la cúpula militar por televisión no es ni mucho menos lo más frecuente.
Tras el fracaso de Guaidó, al que no reconocen más de sesenta países, la nueva trapacería de Donald Trump para forzar el colapso en Venezuela —o la guerra, que tanto vale lo uno como lo otro— consiste en invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca o TIAR. Una artimaña bastante más burda que la empleada por Hitler en la Alta Silesia polaca por diferentes motivos.
El ardid: TIAR
El TIAR —o Tratado de Río— es un tratado de defensa mutua entre países americanos, firmado el 2 de septiembre de 1947, que pretendió convertirse en una herramienta de defensa colectivasupranacional al servicio de los EE.UU. para el sometimiento de las naciones americanas, pero que, a diferencia de lo ocurrido en Europa —OTAN, firmado dos años después, en 1949—, fracasó estrepitosamente (el TIAR depende de la Organización de Estados Americanos y de la Junta Interamericana de Defensa).
En el artículo 3º, apartado 1, se establece el principio de defensa colectiva, por cuanto ratifica que cualquier agresión armada que sufra un país americano por parte de un Estado será considerado como un ataque contra todos los estados americanos y, por tanto, quedan comprometidos a defenderse del mismo como si los agredidos fueran todos.
La cochambre del TIAR
Uno de los grandes problemas del TIAR en la actualidad es que se trata de papel mojado después de sufrir al menos dos impactos de extrema gravedad. El primero de ellos fue el intento de invasión de Cuba —Bahía de Cochinos— por parte de EE.UU. (1961) y el posterior bloqueo norteamericano de la isla (1962). Obviamente, una invasión y un bloqueo son actos de guerra y, por tanto, el agresor en este caso fue EE.UU. Sin embargo, el resto de los países americanos nada hicieron al respecto. El tratado no contaba ni con quince años de existencia y ya había sido incumplido flagrantemente.
No se puede continuar sin resaltar lo conocido por todos, sin ser muy exhaustivos, que con anterioridad y posterioridad EE.UU. implementó una política de apoyo a dictadurasmilitares afines y derrocamiento de gobiernos socialistas en el continente americano, que ha provocado que no haya quedado prácticamente ningún país en el que no padeciera lo uno o lo otro. En algunos casos, ambas y en varias ocasiones. Además, el TIAR sirvió como mecanismo para la formación y entrenamiento de ejércitos americanos.
La segunda —y definitiva— gran conmoción del TIAR se produjo en la Guerra de las Malvinas, en 1982, un conflicto en el que uno de los contendientes era extracontinental —Reino Unido—, ocasión ideal para haber invocado el espíritu americano y haberse posicionado junto Argentina, que en aquel momento solicitaba la aplicación del artículo 8º.
En cambio, Estados Unidos —aunque una gran mayoría de países votaron a favor de Argentina, 17 votos a favor y 4 abstenciones— se ausentó de la última reunión, dejando al tratado herido de muerte al distinguir el artículo 5º de la OTAN, de igual redacción que el artículo 3º del TIAR: Washington anteponía el océano al continente.
De los hechos probados, por tanto, queda claro que Cuba y Malvinas fueron dos agresiones al TIAR, por sí mismas mortales, y ambas, perpetradas por Estados Unidos. En la primera como agresor y en la segunda como cómplice. No fueron las únicas, pues en 1975 una mayoría de los países del TIAR solicitaron el fin del bloqueo a Cuba. No tuvieron éxito. El TIAR, como la OTAN, solo ha tenido validez cuando ha complacido a EE.UU.
Por ello, cuando Estados Unidos solicitó el cumplimiento del TIAR, tras el ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, México lo consideraba no ya muerto, sino momificado. Es de suponer que también tuviera que ver en la decisión mexicana que en las fechas del atentado, tanto George Bush —entonces expresidente y padre del presidente de Estados Unidos— como la familia Bin Laden estuvieran cerrando acuerdos en United Defense, empresa fabricante del blindado Bradley que tantas unidades vendió tras la venganza norteamericana y que tantos beneficios generó.
De cualquier manera, para no caer en un incumplimiento —como sí hizo EE.UU. durante la Guerra de las Malvinas—, México prefirió abandonar el tratado. Era el año 2002 y del TIAR casi no quedaban ni los huesos.
Si entonces no estaba muerto, para 2012, cuando Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba, entre otras naciones, abandonaron el tratado, ya nadie podía dudar del óbito.
Surrealista: sin agresor ni agredido
Sin embargo, la cuestión a estas alturas excede a la salud o la vitalidad del TIAR, pues lo más grave del asunto son los problemas que plantea su propia aplicación, independientemente del alarmante historial médico del tratado. El TIAR está pensado para una agresión externa a un país, esto es una agresión de un país a otro. Incluso podríamos ir más allá: el TIAR está redactado para una agresión extracontinental. Una agresión de un país ajeno a América. Obviamente, estaba concebido, al igual que la OTAN, para una potencial "invasión soviética". Pero, ¿para un asunto interno? No parece. En este caso, no hay Estado agresor.
Además, no solo falta el agresor, también el agredido. Si continuamos leyendo el TIAR, podremos comprobar que en el artículo 5º los miembros firmantes están obligados a informar "inmediatamente" al Consejo de Seguridad de la ONU. Pero, como es bien sabido, la ONU no ha reconocido a Juan Guaidó como presidente de Venezuela y, por si no fuera poco, este país abandonó el tratado en la última década, como ya hemos comentado, aunque se haya vuelto a reincorporar de manera írrita este mismo año, debido a una decisión de la Asamblea Nacional "en desacato".
Ahora bien, si la ONU no reconoce a Guaidó como presidente de Venezuela, tampoco reconoce que Venezuela se encuentre dentro de dicho tratado. Y si Venezuela no está en dicho tratado, al menos para la ONU, queda fuera del mismo.
Por tanto, los países del TIAR estarían interviniendo en Venezuela para proteger a esta de una agresión que no se producido, por petición de un presidente que no es reconocido por la ONU, ni por más de un centenar de países.
Todavía más diabólico: los países involucrados en una potencial intervención militar estarían utilizando un tratado, concebido para evitar agresiones a las naciones firmantes, para atacar —teniendo en cuenta el punto de vista ONU— a un Estado que ellos sí consideran miembro.
Maniobras y propaganda
En el caso de la Alemania Nazi, al igual que con Venezuela, la propaganda funcionó a la perfección al lograr convencer a los alemanes —y a gran parte de Occidente— de que Polonia no debería existir, no a costa de territorios suyos, como Prusia Oriental o Silesia, y que la minoría germana estaba siendo oprimida en estos territorios. Como en el caso de Polonia, la invasión de Venezuela es culpa de Venezuela.
Una jugada maestra de Trump —y del Gobierno de Colombia— ha sido presionar a los exguerrilleros colombianos con el reiterado incumplimiento de los acuerdos. Si estos soportaban la presión, rédito; y si se arrojaban al monte, rédito. Al final, doble botín: los exguerrilleros divididos, unos al monte y otros a los medios de comunicación; y el Gobierno derechista colombiano extasiado. Los Estados Unidos, por su parte, frotándose las manos e invocando al TIAR.
Pero lo cierto es que, aun después de esta pérfida maniobra, Donald Trump no parece ser consciente de la maldición que suele perseguir a los conspiradores. Quizás porque la historia excede en demasía los caracteres de Twitter y él no parece capaz de leer ni comprender más allá de las redes sociales.
Los hijos de puta enemigos
Porque, no nos engañemos, el asunto va de 'hijos de puta', nuestros o enemigos —Franklin Delano Roosevelt: "sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta [en referencia al dictador nicaragüense Tacho Somoza]"—. La lista de 'hijos de puta' que han campado y campan a sus anchas haciendo trabajos sucios para Estados Unidos es casi interminable, tanto en el pasado como en el presente: Recep Tayyip Erdogan, Salmán Bin Abdulaziz, Mohammad Reza Pahleví, Sadam Husein, Augusto Pinochet.
Esta política, basada en el hijoputismo actual y pasado, agrieta moralmente las maniobras de derribo que está ejecutando Estados Unidos en las últimas décadas y, muy especialmente, en los últimos años en Venezuela. Porque es evidente que Donald Trump —y las grandes empresas— desean tanto la caída de Venezuela, con o sin guerra, como Hitler deseaba su Lebensraum o 'espacio vital'.
A nivel bélico, además, la situación es todavía más desfavorable hoy para Venezuela de lo que era para Polonia, pues seguramente la operación, de producirse, consistirá en una campaña aérea terrible de Estados Unidos, seguida por una intervención militar de una fuerza multinacional, liderada con probabilidad por Colombia y Brasil. Puede que la necesitada Argentina también participe. Nada nuevo, nada que no hayamos previsto en artículos anteriores: Estados Unidos quiere una guerra en América Latina sin mancharse las manos.
En este escenario, el mundo no puede seguir cometiendo una y otra vez el mismo error, pues uno de los grandes desaciertos en 1939 fue que durante la resistencia polaca, que fue mucho más importante de lo que se ha considerado —Alemania perdió casi 700 carros de combate, más de 500 aviones y casi 50.000 militares fallecieron o resultaron heridos—, Francia traicionó a Polonia al no atacar Alemania por el oeste. Trasladado a la actualidad, Occidente está manteniendo una posición no menos infame e irresponsable en un conflicto que puede introducir a Latinoamérica en una confrontación bélica de imprevisible y fatal resultado.
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