Solo la cómplice actuación de los grandes medios de comunicación españoles —y sus grandes estrellas, como Ferreras, Cebrián, Quintana, Bueno, Alsina o Griso— ocultan un desastre llamado Ejército español. Una continua e inagotable fábrica de escándalos, a cual mayor, que reflejan un problema estructural que la sociedad española todavía no ha sido capaz de afrontar: el Ejército español es en esencia, con sus reestructuraciones y modernizaciones, el mismo que en tiempos del genocida y dictador Francisco Franco.
En los últimos años las tragedias, los escándalos y los bochornos no han dejado de sucederse, uno tras otro, como si asistiéramos a una interminable serie de ficción. Aviones que no vuelan, submarinos que no flotan, carros de combate que no disparan; muertos y más muertos por negligencias a cada cual más disparatada; decenas de miles de millones de euros almacenados por falta de combustible, por alarmante falta de planificación o por simple y perversa corrupción; torturas y confesiones de crímenes de guerra...
El buque insignia de la Armada española —Elcano— traficando con 127 kilos de cocaína, centenares de pilotos del Ejército del Aire —o miles, porque nunca se quiso investigar— involucrados en una estafa de facturas falsas o militares del Ejército español fallecidos por una encadenada negligencia homicida en vehículos militares en mal estado.
Solo es un resumen de lo que relato en más de 900 páginas y 1.700 enlaces en El libro negro del Ejército español, porque el despropósito, el exorbitante esperpento, va mucho más allá de un par de párrafos. Y que nadie piense que se trata de acontecimientos pasados resueltos ya en el presente, pues las últimas semanas han dejado un balance de tres muertos, dos aeronaves perdidas, un buque de 70 millones de euros para el desguace por la negligencia de un mando militar que lo hizo encallar y un bochorno internacional al intentar que un buque de nuevo estreno atracase en un puerto demasiado pequeño.
La temeridad y el insulto de la ministra de Defensa
En este escenario, se antoja temerario abrazar con excesivo cariño al Ejército español, justamente el yerro que perpetró la ministra de Defensa, la socialista Margarita Robles. En el XCIX Aniversario de la Legión española se despachó con unas frases para la historia y para su epitafio político: "Sois [la Legión] una de las mejores representaciones de España", "La Legión representa lo mejor de la historia de España" o "España está más segura, más tranquila y más satisfecha sabiendo que cuentan con ellos".
Loas que, en el caso de la Legión española, además de desacertadas e inexactas, constituyen una humillación a las víctimas del franquismo, pues esta unidad militar participó de acontecimientos históricos tan tétricos como la masacre de Badajoz, en la que se seccionaron penes y senos; se violaron mujeres; se asesinaron ancianos y niños... hasta que la sangre de entre 1.500 y 4.000 personas —en función de las diferentes fuentes— lo inundaba todo.
La respuesta de la Legión: provocar un escándalo en Catalunya
Si el insulto de la ministra de Defensa a las víctimas del franquismo no ha podido ser resarcido, sobre todo porque ha sido silenciado por los grandes medios de comunicación, no puede decirse lo mismo de la temeridad. Tales afirmaciones no podían quedar sin respuesta. Y no quedaron.
El sábado 28 de septiembre, solo tres días antes del 1 de octubre, fecha que a día de hoy —y seguramente durante décadas— constituye una dolorosa herida en la sociedad catalana, un tétrico recuerdo de la violencia policial sufrida hace solo dos años, una unidad de legionarios tipo compañía se detuvo en Vilafranca del Penedés. Armados y uniformados se pasearon por la localidad, se detuvieron en las terrazas y consumieron alcohol mientras sus armas quedaban apostadas en el suelo.
Pronto, los escandalizados ciudadanos hicieron fotografías al insólito episodio y estas circularon por las redes sociales. La detonación estaba próxima. Desde luego, la idea de pasearse armado por Catalunya y consumir alcohol no parece que guarde una gran relación con el perfil bajo que se le debería suponer a las Fuerzas Armadas españolas en la delicada situación política de Catalunya.
De las noticias falsas y esas cosas
El esperpento no tardó en ser objeto de atención de Gabriel Rufián y Jon Iñárritu, diputados en el Congreso de los Diputados por ERC y EH Bildu, lo que convirtió el incendio de las redes sociales a trending topic. Fue en ese momento cuando, nadie sabe muy bien cómo, surgió la falsa noticia: no eran militares bebiendo, eran civiles en una despedida de soltero.
Rápidos como los pistoleros, los grandes medios de comunicación españoles comenzaron la campaña contra Gabriel Rufián y Jon Iñárritu: habían sido víctimas de una falsa noticia. Medios diversos se lanzaron de inmediato al apedreo público de ambos, pero ¿realizaron la necesaria comprobación periodística? ¿Llamaron al ministerio de Defensa?
No tardó mucho en cambiar la dirección del incendio, pues sobre las tres de la tarde del domingo el ministerio de Defensa confirmaba que se trataba de militares españoles. Legionarios, para más señas. El cazador, cazado. Fue entonces cuando llegaron las rectificaciones iniciales de las noticias que relataban cómo Gabriel Rufián y Jon Iñarritu habían sido víctimas de una falsa noticia, pero la vergüenza les pudo y lejos de disculparse, sencillamente borraron las noticias.
De postre, la impunidad y la negligencia mediática
Con todo, lo peor no es que unos militares, uniformados y armados, pasaran un festivo tomando cervezas en Catalunya, lo peor es la sensación de impunidad y negligencia mediática. Del asunto, El País, medio de referencia español, insinúo que los militares podían ser procesados por una falta grave, para al día siguiente difuminar la sanción e incluso facilitar vías de escape —"podrían alegar que los botellines ya estaban allí cuando se sentaron [los legionarios fotografiados junto a las cervezas]"—.
Sin embargo, la cuestión fundamental no radica en si los soldados bebieron alcohol o no, radica en los oficiales al mando. ¿Quién tuvo la estúpida idea de detener una compañía en Vilafranca del Penedés y permitió que los militares tomaran unas cervezas y por qué? ¿Fue una de tantas bravuconada militares —por mis narices nos paseamos por Catalunya y nos tomamos unas cervezas como si fuera el jardín de nuestra casa— o sencillamente se trató de una soberana sandez?
Descartando, evidentemente, que el ministerio tuviera nada que ver en el asunto, lo cierto es que, bravuconada o necedad, no debe quedar sin sanción, sobre todo porque la alarma social causada ha sido elevada y el daño a la imagen del Ejército español cuantiosa. Los oficiales deben ser sancionados con la gravedad que los episodios merecen —falta muy grave—, pero todo hace indicar que ello no sucederá o que, como suele ser habitual, en el caso de existir sanción se buscará que esta sea lo más leve posible. Todo ello tras un proceso que puede durar un año y que permitirá que la escasa atención mediática al respecto quede completamente.
España es el país de la irresponsabilidad, el país en el que nadie o casi nadie rinde cuentas por sus errores o delitos, por ello, no esperen que los militares lo hagan. Pero tampoco esperen que mientras que en España impere la irresponsabilidad el Ejército español deje de ser una fábrica de desastres y escándalos.