En los últimos días, en un giro imprevisible de la surrealista representación en la que se ha convertido Venezuela, España se reunió en secreto con Delcy Rodríguez, reconociendo a Nicolás Maduro como presidente, y degradó a Juan Guaidó a la clase turista.
Recordemos que Guaidó llegó a presidente del Gobierno de Venezuela como quizás nunca antes en la historia: con un golpe de Estado sin golpe de Estado. Al más puro estilo 'Hermanos Marx'. Desde luego, cuajo no le falta, porque provocar una asonada sin el apoyo de las fuerzas militares es tanto como pretender hacer la guerra sin munición, y ánimo, tampoco, aunque le degradaran a simple turista opositor aun cuando España fuera en el pasado capaz de tratar como jefe de Estado a genocidas como Robert Mugabe –recibido por Juan Carlos I en 1985– o Teodoro Obiang –recibido también por Juan Carlos I en 2006–.
De aquel esperpento –con Guaidó recorriendo las calles de Venezuela reclamando el apoyo de los militares para tumbar el Gobierno mientras los norteamericanos amenazaban sin éxito a los altos mandos venezolanos para que dieran el deseado golpe de timón– al actual ridículo en España ha mediado un surrealista año de presiones mediáticas, dislates y disparates a cual mayor.
Reunión con Delcy Rodríguez
Todavía no sabemos realmente lo que sucedió en la reunión que mantuvieron José Luis Ábalos, ministro de Transporte de España, con Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, el pasado 23 de enero, y es posible que tardemos en saber exactamente qué aconteció y cuál fue el origen y los objetivos –existen varias interpretaciones alternativas–.
Uno de los motivos que dificultará llegar al fondo de la cuestión se encuentra en la posición de la derecha ultra española –los mayores aliados de Guaidó en España junto a la ultraderechista Vox–, pues han emprendido acciones legales por dicha reunión y en un escrito dirigido a la Fiscalía solicitan la imputación de varios delitos –prevaricación omisiva y desobediencia– por no detener y deportar a Delcy Rodríguez.
El asunto, en un país democrático y con estructuras judiciales independientes e imparciales, no tendría recorrido, pero la Justicia española no parece un escenario para grandes certezas. Ni aun cuando los asuntos pudieran ser meridianamente claros o extremadamente disparatados.
Juan Guaidó, mediante su embajador en España, que se supone que también lo es de Venezuela, solicitó explicaciones formales al Gobierno español y José Luis Ábalos, el implicado en la reunión con la vicepresidenta venezolana, no resolvió la cuestión y se limitó al típico discurso prefabricado e insustancial después de cambiar varias veces de versión: defiendo la democracia, los derechos humanos, tal y Pascual.
Sin embargo, y aquí viene lo relevante, por un lado, España no denegó la autorización para aterrizar a Delcy Rodríguez, aun cuando sobre ella pesan sanciones internacionales entre las que se incluyen entrar o hacer tránsito en la Unión Europea. Más importante todavía: Cristina Narbona, la Presidenta del PSOE, el partido que gobierna en España, elevó a Nicolás Maduro a la categoría de presidente de Venezuela cuando afirmó que la mencionada reunión se produjo por la necesidad de "cuidar la relación entre ambos gobiernos".
Es evidente que para cuidar la relación entre dos gobiernos, en este caso Venezuela y España, las reuniones se producen entre los que ambos consideran miembros gubernamentales.
Desplante a Juan Guaidó
Lógica que queda todavía más en evidencia cuando acto seguido, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se negó a recibir a Juan Guaidó, el cual fue recibido con honores por la ultraderecha –los que recientemente llegaron incluso a jalear un golpe militar en España– y la derecha más ultra –Partido Popular y Ciudadanos–.
El desplante no pareció mellar en ningún caso la animosidad de Juan Guaidó, que lejos de acusar el golpe, siguió perseverando en la ilusión de consumar el suyo: "Si no coincidimos, ya le recibiremos a él en Miraflores muy pronto". De conseguirlo, se trataría casi con toda seguridad del golpe de Estado de mayor duración de la historia.
Sin embargo, el esperpento continúa
Como el mismo Juan Guaidó se encargó de recordar, Occidente le apoya, pues la canciller alemana, Angela Merkel; los primeros ministros de Grecia –Kyriakos Mitsotakis–, Holanda –Mark Rutte–, Austria –Sebastian Kurz– o Reino Unido –Boris Johnson–; o varios de los participantes en el Foro Mundial Económico de Davos le recibieron. Algo que no debe, en ningún caso, sorprender, pues algunos de los mencionados son catalogados como ultras y Occidente regaló parabienes en otros tiempos a personajes de dudosa catadura moral.
Un ejemplo de ello serían las patrióticas y pronorteamericanas dictaduras latinoamericanas, en las cuales, por lo general no solo hacían picadillo al presidente derrocado, sino que construían a la mayor brevedad posible un matadero en el que dar mejor vida a cualquiera que pudiera tener opciones de derrocarle y a todos los que pudieran ser catalogados de disidentes. Todo ello, para bien del orden y, sobre todo, del comercio internacional. Matarifes latinoamericanos al servicio de Estados Unidos y Occidente hubo unos pocos –Strossner, Pinochet, Videla, Batista, Banzer…– y los muertos, torturados y desaparecidos se cuentan por millones.
No sabemos cómo terminará este pésimo espectáculo, pero parece seguro que los gobiernos occidentales, títeres de las grandes empresas mundiales, no cesarán en su empeño de derrocar el Gobierno venezolano y saquear el país –no importa tanto el botín como el ejemplo que representa–, aunque hoy España haya degradado a Guaidó a turista y elevado a Maduro a presidente en una muestra de la pérdida de impulso que sufre el golpe.