La UE asoló el sur de Europa con su austeridad, hoy recoge los cadáveres del austericidio
El sistema económico mundial colapsó, hace una década, víctima de su propia voracidad, de la concentración salvaje del capital y la demolición del aparato estatal. Podría haber sido un punto de inflexión, la oportunidad de levantar un nuevo edificio de las ruinas de un sistema que ya provocó la mayoría de los desastres del siglo XX. Sin embargo, la Unión Europea, como el resto de Occidente, entregado al neoliberalismo, ese virus resiliente y letal como ningún otro que se haya conocido en la historia, prefirió apostar por la austeridad pública.
La crisis
La crisis que explosionó entre 2006 y 2008 fue provocada básicamente por la avaricia: se empezaron a vender los inmuebles lo más caro posible. La idea era obtener el mayor beneficio con la mayor rapidez y sin importar nada más. A ello contribuyó que los bancos quisieran, como siempre, sacar tajada del negocio. De la estafa piramidal, porque aquello era una especulación tan bárbara que solo puede ser calificada como estafa, aunque fuera legal. Los unos vendían y compraban muy por encima del que debería ser el precio real, muchas veces para vender por más y obtener jugosos y rápidos beneficios, y los otros daban créditos a personas que realmente no podían pagarlos. Ello hizo que la economía mejorara, los salarios aumentaran y el desempleo bajara. Todo funcionó hasta que reventó: era una ficción.
La espiral no solo fue responsabilidad de los actores privados, ya que los estados podrían haber intervenido y frenado la esquizofrenia inmobiliaria e hipotecaria, pero para entonces ya solo eran títeres, sin estructuras ni medios, en manos de los grandes capitales y empresas. En manos de los intereses privados. El castillo de naipes de desplomó víctima del pánico de los mismos avaros que lo levantaron.
Occidente no aprendió nada; la Unión Europea, tampoco. Las élites mundiales, incluidas las europeas, tan partidarias de la no intervención estatal, en lugar de dejar caer a los que habían errado, hicieron todo lo contrario. Lo hicieron porque, en teoría, dejarlos caer hubiera sido un drama. Mentira. El drama estaba cerca de acontecer.
El austericidio europeo
En Estados Unidos se rescataron a los bancos con 700.000 millones de euros. Fue el principio del fin. En España el rescate a los bancos se quedó en 60.000 millones de euros y en Italia 17.000 millones solo en 2019. Ello se debió a que Europa decidió rescatar a los bancos en lugar de a los ciudadanos. O mejor dicho, a costa de los ciudadanos. Y a quien se opuso le puso un revólver en la cabeza.
Grecia fue el primero en plantarse. Por momentos pareció que lo conseguiría, pero fracasó. Su movimiento era clave para el resto de países europeos, pendiente de si aquella pequeña rebelión surtía efecto, por lo que durante semanas el Viejo Continente contuvo el aliento. Lo contuvo entre amenazas propias de mafiosos, pues la Unión Europea puso sobre la mesa la opción de asfixiar a Grecia. Dejarlos morir, literalmente, de hambre. Conmigo o muertos. Los griegos doblaron las rodillas y suplicaron a su maltratador europeo que el castigo no fuera muy severo.
Perdieron un 20% la renta por habitante solo entre 2010 y 2015, aumentaron el desempleo hasta el 27%, la pobreza llegó a niveles insoportables y la deuda pública se disparó.
En Italia se aprobó un primer ajuste presupuestario de 79.000 millones de euros en 2011 y un segundo de 30.000 millones de euros en 2013. La deuda quedó pagada, pero Italia, literalmente, contempló la escasa belleza de la ruina moderna: 40% de desempleo juvenil, tasas de crecimiento escasas y auge de la ultraderecha. Ultraderecha que ya cabalga en la Unión Europea con serias aspiraciones a tomar las riendas.
España recortó a nivel estatal en diferentes sectores 44.448 millones de euros solo entre 2009 y 2014, incluida la sanidad pública y tras diez años de recortes, España estaba invirtiendo en Sanidad el 5,9% de su PIB, mientras que en Europa se invertía el 7,5%, lo que provocó escasez de personal sanitario, como enfermeras (5,7 por cada mil habitantes, mientras que la media europea es de 8,5 y hay países como Noruega que tienen 17).
El Sur de Europa vivía una de las situaciones más ruinosas de las últimas décadas, pero los bancos franceses y alemanes cobraron, que era el objetivo de la Unión Europea, las bolsas volvieron a funcionar y la prima de riesgo desapareció de la escena.
Por estas medidas, entre 2010 y 2018 solo Alemania creció en la Unión Europea por encima del 2% –Irlanda y Luxemburgo, también, pero por ser paraísos fiscales-–, el resto de países quedó estancado en niveles de crecimiento inferiores al 2%. El parón de la economía no fue la única consecuencia del austericidio, pues los niveles de desigualdad y pobreza alcanzaron niveles que ya casi ni se recordaban.
En España había en 2019 2,2 millones de niños en riesgo de pobreza, uno de cada tres; en Italia había 1,2 millones de niños, uno de cada cuatro; y en Grecia más de medio millón, uno de cada tres. La mayoría de estas cifras se obtuvieron tras los recortes provocados por la crisis entre 2008 y 2014: Grecia pasó de 104.000 a 597.000 de niños en riesgo de pobreza y España aumentó su cifra en 800.000. No es casualidad que Grecia, Italia y España ocupen en la actualidad los puestos tercero, cuarto y sexto en el poco digno ranking europeo de pobreza infantil.
Los muertos
Hasta ahora, los que sufrían los recortes eran solo los pobres o los hijos de los pobres, ese Tercer Mundo que convive en el mismo vecindario que las élites. Los que esperan para recoger bolsas de comida en centros de caridad o acuden a comedores sociales mientras los más pudientes arrojan al cubo de la basura aquello que ya ni son capaces de comer.
Sin embargo, el virus lo cambió todo. El sistema ha sido tan esquilmado que no ha sido capaz de soportar ni siquiera un virus muy contagioso, pero escasamente letal, porque el problema real no es el virus, sino la falta de medios para controlar, soportar y curar. El problema que se vive en España o Italia, casualmente dos de los países más afectados por las medidas de austeridad, no es ni siquiera el número de muertos y enfermos, sino la incapacidad para controlarlo y el número de personas que enferman y fallecen a la vez (en España han muerto más de 10.000 personas, pero durante 2019 fallecieron más de 420.000). Muchas de ellas porque no tienen medios suficientes para ser tratados.
Se levantan hospitales de campaña y se contrata personal sanitario y se intenta desesperadamente comprar material sanitario o respiradores mientras millones de personas malviven sin ayudas.
Esta situación ha provocado que España e Italia amenacen, ahora sí, con incluso romper la baraja si la Unión Europea no cede en su pretensión de no mutualizar el daño económico causado. Postura a la que se ha sumado recientemente Portugal de forma explícita cuando su primer ministro, António Costa, calificó a Holanda como "repugnante" por afirmar que el problema de los países del Sur de Europa era que no estaban suficientemente preparados y no contaban con recursos. Algo por lo que, después, el primer ministro holandés se disculpó.
Pero lo cierto es que los niveles de desigualdad económica, pobreza e infraestructuras educativas y sanitarias son muy dispares, tanto entre los estados como dentro de los estados, lo que ha sido provocado en gran parte por las medidas austericidas que perjudicaron a los países de la Europa Meridional, recortaron su gasto público y social y ayudaron al desmantelamiento del aparato estatal en favor de concierto y privatizaciones. Desmantelamiento que comenzó durante los años noventa.
Ello ha provocado que los países europeos, especialmente los rescatados, los conocidos como PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) carezcan de recursos económicos y capacidad estatal para afrontar este virus, a diferencia, por ejemplo, de Alemania, con mejores niveles sanitarios y económicos para afrontar con mayores garantías la pandemia.
Así, mientras España no llega a 5.000 camas de cuidados intensivos antes de la crisis, Alemania con menos del doble de población contaba con seis veces más camas para cuidados intensivos (28.000); y mientras España solo hacía unas decenas de miles de pruebas de detección a la semana, Alemania realizaba un millón. Debido a ello, seguramente, la letalidad del virus en uno y otro país son casi antagónicas (España, 10%; Alemania, 1%), igual que la situación de su sistema sanitario: colapsado en España, pero en situación normal en Alemania.
La Unión Europea asoló el Sur de Europa con su austeridad, hoy recoge los cadáveres del austericidio.
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