Aunque hayan pasado casi seis meses desde el brote de la pandemia de coronavirus o covid-19 y, de momento, se hayan registrado más de tres millones de contagiados y más de 200.000 muertos, no podemos ni siquiera predecir un futuro inmediato debido a que existen muchas incertidumbres que todavía no han sido resueltas. Estas son las más importantes:
La vacuna
De forma general, se acepta que la vacuna se conseguirá en un plazo máximo de unos dieciocho meses, quizás menos. Puede que en un año desde que comenzaron las investigaciones, a principios de 2020, exista una vacuna que acabe con el virus. Sin embargo, la cuestión de la vacuna, a la que se refieren algunos políticos, periodistas y personas destacadas como la solución de todos los males, podría no llegar nunca o no ser efectiva.
De hecho, existen muchos virus que a pesar de llevar entre nosotros mucho más tiempo y haber ocasionado auténticos estragos, no cuentan con una vacuna. Por ejemplo, a día de hoy no contamos con una vacuna contra virus como los que causan gripe, SARS, MERS, VIH o hepatitis C.
Peor todavía, podría conseguirse una vacuna, pero no servir para terminar con el virus al estar el SARS-CoV-2 en constante mutación –en España y solo en el mes de marzo se identificaron veinte cepas diferentes, las cuales, además, no son iguales que la original que apareció en China–. Por tanto, aún encontrándose una vacuna, esta podría ser ineficaz. Es más, incluso, el virus podría mutar y volverse más agresivo y afectar a grupos de edad a los que hasta ahora no había afectado.
Así pues, la posibilidad de hallar una vacuna y que esta sea la solución definitiva a la covid-19, aun cuando exista una gran competencia entre los países para encontrarla, no parece ser tan real como se pudiera desprender de gran cantidad de informaciones.
Por suerte, no todo son malas noticias, pues por lo general los virus suelen mutar para ser cada vez menos agresivos, lo que se debe a una estrategia vital: si disminuyen en exceso los hospedadores o les afectan de forma muy rápida y agresiva, estos perecen o quedan recluidos, por lo que las posibilidades de contagio se reducen y también las de expansión del propio virus. Y a los virus lo que les interesa es expandirse. Creced y multiplicaos. Por tanto, no les interesa matarnos, sino colonizarnos.
En la fase inicial, la que estamos viviendo ahora mismo, cuando los virus saltan de un animal a otro, y nosotros no dejamos de serlo, se muestran muy agresivos para poder sobrevivir. Superada esta fase, lo normal es que las mutaciones conduzcan hacia un virus menos agresivo, pero más resiliente a nuestras defensas. Es decir, lo más probable es que mute para atenuarse y termine conviviendo con nosotros como lo hacen otros muchos virus. El problema es saber cuándo sucederá.
El contagio
Desgraciadamente, todavía existen muchas interrogantes sobre la forma de contagio del virus. Aunque se sabe que la transmisión principal se produce por las gotículas respiratorias producidas al toser, incluso por parte de una persona que no presente síntomas, lo cierto es que existen muchas dudas.
Sabemos que el virus puede ser contagiado al tocar objetos contaminados, ya que sobrevive hasta cuatro horas en el cobre, hasta un día en el cartón y hasta dos o tres días en el plástico o el acero inoxidable. Además, hay estudios que afirman que el virus puede quedar suspendido en el aire y contagiar a aquellas personas que atraviesen esa nube invisible. La propia OMS asegura que el virus podría sobrevivir en aerosoles durante tres horas y, en determinadas circunstancias, contagiar. Aunque considera que no existe evidencia científica de que el virus se contagie de forma aérea, sí admite que puede ser posible la transmisión aérea en determinadas circunstancias y entornos.
Por otra parte, se acepta de forma general que el virus no sobrevive a temperaturas superiores a 26 o 27ºC y que la temperatura óptima para su expansión se encontraría entre 13 y 24ºC, pero por desgracia no parece que las temperaturas estivales terminen con él. Se espera, no obstante, que las altas temperaturas dificulten su desarrollo, pero ello es una incógnita, máxime cuando en países con veranos australes o en África Occidental el virus se ha expandido. De hecho, incluso hay científicos que aseguran que el virus no es estacional, a diferencia de la gripe, y que se podría transmitir entre -1 y 36ºC.
Por último, existen muchas incertidumbres sobre el contagio entre animales y humanos. Se sabe que existen numerosos animales que han sido contagiados por humanos, como perros, gatos, hurones, tigres, leones y visones –en este último caso, un contagio masivo en una granja en Países Bajos–, pero se desconoce si estos animales pueden contagiar a los humanos. Se piensa, no obstante, que las posibilidades de que ello suceda son mínimas.
La posibilidad de volver a contagiarse
Otra de las incertidumbres que todavía no ha sido resuelta es si alguien que ha sufrido el virus puede volver a contagiarse. O mejor dicho, ¿cuánto tarda un paciente recuperado de covid-19 en poder volver a ser contagiado? No se sabe. En principio, una vez superada la enfermedad, el cuerpo desarrolla defensas contra el virus, las cuales pueden durar unos pocos meses o años.
Como referencia, en el caso del SARS, la inmunidad de aquellos que habían sufrido contagios osciló entre los dos o tres años, pero nadie puede asegurar que ello vaya a suceder con el SARS-CoV-2. De hecho, existen casos de personas que han dado varias veces positivo en cortos períodos, lo que también puede deberse a la calidad de las pruebas.
Por si fuera poco, existe un problema añadido a esta inmunidad. Uno más. Pudiera ser que los anticuerpos empeoraran la enfermedad, pues se sabe que las situaciones más críticas se producen al cabo de unos días o semanas en pacientes que ya los han desarrollado.
¿Y qué certezas deja el covid-19?
En la actualidad es imposible saber cuál será la evolución de la pandemia, ni tan siquiera el impacto final. Por ejemplo, la gripe española o gripe de 1918 duró tres años y terminó con entre cuarenta y cincuenta millones de personas. Pero sí tenemos una serie de certezas.
En primer lugar, el sistema capitalista se ha mostrado incapaz de sostener las economías en escenarios de confinamiento. Es un sistema basado en el egoísmo y el expolio, por lo que la mayoría de los países más ricos no son más que verdaderos virus del resto de los países, de los que viven. Por sí mismos no tienen capacidad ni siquiera de suministrar el material sanitario necesario.
En segundo lugar, si las restricciones terminan en las próximas semanas –varios países en Europa han comenzado a flexibilizar las medidas de confinamiento– las economías capitalistas sufrirán daños de gran consideración, hasta tal punto que proyectos como la Unión Europea deberán evolucionar hacia modelos más solidarios o perecerán. Ese mismo camino deberán seguir la mayoría de los países más aquejados de desigualdad y pobreza. Pero si las restricciones se alargaran durante varios años, aunque fuera de forma alterna, se hace imposible poder asegurar la supervivencia del sistema capitalista actual. Pudiéramos estar asistiendo a su colapso.
En tercer lugar, hay países que han gestionado de forma rápida la crisis, como El Salvador, Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia o Portugal; hay países que se han apoyado en una estructura sólida y una conciencia social robusta, como Alemania o Corea del Sur; hay países que han realizado una gestión deficitaria, como son los casos de Italia, España y Reino Unido; y, finalmente, hay países que, además de haber realizado una gestión nefasta de la crisis, están dirigidos por lunáticos, como son los casos de Estados Unidos y Brasil –Donald Trump afirmó que el virus podía curarse con desinfectante y Jair Bolsonaro ha sido denunciado por exministros ante la ONU ante su conducta disparatada–.
¿No sabe si necesita hacerse la prueba del covid-19? Complete nuestro cuestionario para averiguarlo.