Donald Trump ha incendiado el polvorín de Oriente Próximo para iluminar su campaña electoral con los fuegos pirotécnicos del acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) para la normalización de las relaciones diplomáticas. Uno más de los golpes geopolíticos occidentales en el inestable tablero de Oriente Próximo, uno más de los cañonazos de Estados Unidos a la maltrecha región. Una campanada electoral a menos de tres meses de los comicios norteamericanos –el 3 de noviembre–.
Un paso más, histórico, en la asfixia a Irán y Palestina, en la perpetuación del conflicto y, ante todo, un paso más cuyas consecuencias resultan completamente impredecibles a día de hoy hasta el punto de poder convertirse en semanas, meses o años en un conflicto de una magnitud tan inimaginable como el silencio mediático que le acompañe.
Israel ya mantenía relaciones fluidas con los aliados de Estados Unidos
Porque lo cierto es que Israel mantiene relaciones desde hace años, incluso militares y económicas, con la mayoría de los países de Oriente Próximo aliados de Estados Unidos, aunque Emiratos Árabes Unidos (EAU) se haya convertido de forma oficial en el tercer estado árabe en restablecer lazos diplomáticos con Israel –tras Egipto, a finales de los setenta, y Jordania, en los años noventa–.
De hecho, Israel contaba con una pequeña oficina para energía y una sinagoga en Abu Dhabi, lo que no es poca cosa teniendo en cuenta la discreción con la que estas relaciones se entrelazan. Una buenaventura que contrasta con la espinosa familiaridad entre EAU y Palestina, a cuyo Gobierno los ricos Emiratos no entregan fondos desde 2014. No es que no existiera el cariño fraternal supuesto, es que ni siquiera hubo dinero para cubrir las apariencias.
Israel continúa la ocupación
Benjamín Netanyahu no solo celebró públicamente el acuerdo, como antes había hecho Donald Trump, quien tuvo el honor de ser el primero en anunciarlo, sino que advirtió que la suspensión de la anexión de los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania solo sería temporal. Es decir, no renuncia a sus pretensiones, las pospone. Y las pospone solo públicamente, pues, muy probablemente, la ocupación de facto continuará en Cisjordania con la construcción de carreteras y edificaciones para regocijo de los más de 450.000 colonos que ya la habitan.
Además de la suspensión temporal y aparente de la ocupación de Cisjordania, el acuerdo de paz alcanzado entre Israel y EAU, tras las negociaciones entre Benjamín Netanyahu y Mohamed Bin Zayed, auspiciadas por Donald Trump, contempla inversiones económicas en diversos sectores como la seguridad, el turismo, las telecomunicaciones, la energía, el agua o la innovación tecnológica. Asimismo, como consecuencia del mismo, los musulmanes de todo el mundo podrán emigrar a la mezquita de Al Aqsa, situada en Jerusalén y considerado el tercer espacio más sagrado para esta religión.
Un batacazo a Palestina
El acuerdo supone un garrotazo diplomático histórico para Palestina, la cual ni siquiera ha participado de la negociación. En primer lugar, al dejar fuera a los palestinos de la negociación de sus propios problemas, les humilla y margina como nunca antes había sucedido. Al menos en un contexto histórico reciente. Por ello, no es de extrañar que Palestina transmita la sensación de haber sido traicionada y agredida.
En segundo lugar, Palestina pierde una de las bazas más importantes para conseguir que Israel devuelva los territorios ocupados tras la guerra de 1967, mientras que Israel avanza en la estrategia de aislar a Palestina consiguiendo acuerdos con los aliados de Estados Unidos para después pactar en situación de clara superioridad con los palestinos. De hecho, el acuerdo es un serio contratiempo para la Iniciativa de Paz Árabe del año 2002, la cual abogaba por la regresión a los límites fronterizos anteriores a la guerra de 1967 como paso previo al pleno reconocimiento de Israel y la normalización de las relaciones. Una iniciativa surgida de la unidad árabe que ha sido dinamitada, como otros elementos estabilizadores de la región, por Donald Trump.
En tercer lugar, el acuerdo fomenta la división entre los palestinos. Un evidente 'divide y vencerás' que supone de facto un incendio en Palestina, pues alienta la división entre Cisjordania, controlada por Mahmoud Abbas, y Gaza, dominada por Hamas. Un 'divide y vencerás', además, que puede ser la tumba del futuro palestino, pues debieran recordar que Roma no paga traidores, los aísla y después los aniquila, los margina o los maniata.
Un severo revés para la paz regional
Conseguir la paz en Oriente Próximo es tan sencillo como justo, a la vez que imposible en vista del posicionamiento de Israel, Estados Unidos y sus aliados: devolución de los territorios ocupados por Israel tras la guerra de 1967 a cambio de reconocimiento y normalización regional. Pero Estados Unidos, Israel y sus aliados regionales no desean la paz, sino la victoria. Y si puede ser por aplastamiento y humillación, mejor.
Pero ello, históricamente, se ha demostrado un error en múltiples períodos, regiones y contextos, máxime en Oriente Próximo, donde cualquiera que conozca un poco el conflicto, sobre todo desde una perspectiva histórica del interminable enfrentamiento y fraccionamiento regional, resulta impensable que la situación se normalice sin una completa retirada israelí, aunque se produzca un aplastamiento palestino. Ciertamente, sin un punto de partida justo como sería la creación del Estado palestino con los límites fronterizos anteriores a 1967, el conflicto seguirá vivo, aunque por momentos subyaga sobre una apariencia pacífica.
Un nuevo acto hostil contra Irán
Por otra parte, a nivel regional, este movimiento no es nada más que otro ataque dirigido contra Irán, cuyo gobierno se pretende derrocar por todos los medios y al que cada día se le quiere cercar más. Recordemos que la situación de tensión entre Irán y Estados Unidos y sus aliados árabes, como Arabia Saudí, es de máxima tensión e, incluso, en los dos últimos años muy próxima al incendio bélico.
Se trata, pues, de un nuevo acto hostil deseado tanto por Donald Trump, incansable en su labor pirotécnica en el mundo y especialmente en Oriente Próximo, como por Israel y los aliados árabes de ambos. Por ello, no es de extrañar que la mayoría de los países árabes de la región se hayan posicionado a favor de la política beligerante de Donald Trump favoreciendo que el anuncio del acuerdo se produzca a escasas semanas de las elecciones norteamericanas. Al contrario que el resto del planeta, las crueles dictaduras árabes prefieren a un incendiario y ocurrente Donald Trump antes de volver a sufrir a un mandatario del estilo de Barack Obama.
Y es que resulta innegable que el acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos hay que enmarcarlo en un movimiento más en el tablero geopolítico, tras los conflictos de Yemen o Siria, la creación del Estado Islámico, la salida de Estados Unidos del pacto nuclear con Irán, el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, la retirada de tropas de la región o el reciente asesinato de Qasem Soleimani. Solo es otra operación más para dinamitar la región.
Porque Estados Unidos, como el resto de Occidente, nunca quiso la paz regional de Oriente Próximo –recuerden el acuerdo Sykes-Picot de 1916–, pues el conflicto siempre ayudó al expolio, sobre todo petrolífero, pero pareciera que Donald Trump busca decididamente la guerra.