Juan Carlos de Borbón, rey de España entre 1975 y 2014, nació el 5 de enero de 1938 en Roma. En la Roma fascista de Benito Mussolini. Escasos meses después, en marzo de 1938, Benito Mussolini y Adolf Hitler se reunían en Roma y comenzaban a forjar las bases del Pacto de Acero firmado un año después, en mayo de 1939 en Berlín. Por esas fechas, los fascistas italianos y los nazis alemanes llevaban años perfeccionando el arte de la guerra en España, su particular campo de maniobras. Un ejemplo de ello lo encontramos en Guernica, donde en 1937, tanto alemanes como italianos, bombardearon población civil asesinando a no menos de 120 personas. No fue un caso aislado.
Que la Familia Real española, huida tras la proclamación de la República española el 14 de abril de 1931, estuviera en la Italia fascista que estaba masacrando a la población española junto a los nazis alemanes tuvo poco de casualidad. Durante los últimos años de la Monarquía, antes de ser proclamada la República, Alfonso XIII había abrazado el fascismo e impuesto un régimen autoritario en España sustentado en Miguel Primo de Rivera (1923 a 1930), que después sería matizado por un período autoritario más light hasta la llegada de la República –las dictaduras de Dámaso Berenguer y Juan Bautista Aznar–.
Antes de fallecer Alfonso XIII, en 1941, sin recuperar el trono, su hijo, Juan de Borbón, y padre de Juan Carlos, cruzó la frontera en agosto de 1936 para incorporarse a los sublevados contra la democracia y demostrar el apoyo de la Familia Real española al golpe militar. Un apoyo que fue más allá del intento –frustrado– de Juan de Borbón de alistarse para asesinar demócratas y civiles españoles.
Llegados a este punto, el lector podrá preguntarse qué importancia puede tener que la familia de Juan Carlos fuera marcadamente ultraderechista, golpista y antidemocrática o que el propio Juan Carlos naciera en la Italia fascista o en cualquier otro sitio. Al fin y al cabo, estaban exiliados. Y no faltaría razón si se tratara de un episodio aislado, pero lo cierto es que Juan Carlos no solo nació en una dictadura, sino que gran parte de su vida la ha pasado en regímenes autoritarios rodeado de personas, cuanto menos, con gran afinidad con las dictaduras.
Porque lo cierto es que, tras el fracasado intento de Juan de Borbón de conseguir la corona aliándose con los británicos, este aterrizó en 1949 en Portugal. En aquellos años, en Portugal se había instaurado, casualmente, una dictadura. La comodidad de la Familia Real española con los regímenes autoritarios resulta tan irrefutable como recurrente. Juan Carlos no solo nació en una dictadura, sino que pasó su infancia entre dos dictaduras, la portuguesa y la española, pues desde los años comenzó a formarse como sucesor del dictador Francisco Franco, cuyo régimen ya entonces había sido condenado por resolución de la ONU (1946) y que convertiría a España, hoy, en el segundo país con más desaparecidos del mundo tras Camboya.
Cuando decidió contraer matrimonio, casualmente, eligió a una mujer, Sofía de Grecia, cuya vinculación familiar con el nazismo alemán causa escalofríos. La madre de Sofía, Federica de Hannover, formó parte de las Juventudes Hitlerianas, de cuya época todavía existe una fotografía de ella, la abuela del actual Felipe VI, y sus dos hermanos luciendo uniformes nazis. Quizá por ello, la reina Sofía se ha caracterizado por hacer, incluso, manifestaciones abiertamente homófobas.
Llegados a este segundo punto de reflexión, el lector podrá pensar que la cuestión no tiene la menor importancia y que hasta ahora nos hemos movido en el terreno de la causalidad. En parte es cierto, pero recopilemos: Juan Carlos nació en una dictadura, creció entre dos dictaduras y se casó con una mujer que, en el mejor de los casos, tuvo una relación intensa con las dictaduras.
Por si fuera poco, Juan Carlos fue fiel defensor del dictador Francisco Franco en un documental grabado para una cadena suiza en 1969, después de ser nombrado sucesor por el propio dictador: "Franco es un ejemplo viviente para mí". De nuevo, nos desplazamos en coordenadas de la casualidad, cierto, pero no hemos terminado.
Juan Carlos ya como rey de España
Muerto el dictador, Juan Carlos I se convirtió en rey de España y lejos de alejarse, tanto del dictador como de su familia, continuó protegiendo a la Familia Franco, hasta el punto de otorgar la Guardia Real contratos, de forma cuanto menos inmoral, a los descendientes de Franco incluso cuando Juan Carlos ya no estaba en el trono –hasta 240.000 euros facturó un veinteañero de la familia Franco a Defensa durante 2018–. Además, Juan Carlos habló en los últimos años, sin atadura alguna, en términos cariñosos y elogiosos del dictador en un documental en la televisión francesa en 2016: "Conmigo, Franco se reía; con los demás era hermético". Una referencia obscena para cualquiera que se considere mínimamente demócrata.
Si bien hasta la muerte de Franco podríamos justificar su comportamiento e incluso restar importancia a su especial relación con Franco, las dictaduras y personas de su entorno marcadamente antidemocráticas, lo cierto es que desde la muerte de Franco, máxime en los últimos años, ello se complica bastante.
Por si fuera poco, entre el verano de 1980 y el golpe militar del 23 de febrero de 1981, Juan Carlos mantuvo una actitud golpista hasta conseguir forzar la dimisión del presidente elegido democráticamente, Adolfo Suárez. En este momento ya nos adentramos en algo más que relaciones, entramos en el terreno de las conductas. Conductas que quedaron en evidencia en 2012, cuando salieron a la luz informaciones que revelaron que Juan Carlos habló en términos indulgentes de los golpistas con el que fuera embajador alemán durante el golpe del 23F: Lothar Lahn informó en 1981 a Helmut Schmidt, entonces canciller alemán, que Juan Carlos mostró "comprensión" con los golpistas.
Si a ello le añadimos que ha sido señalado como conocedor último del terrorismo de Estado y que ha mantenido relaciones de gran sintonía con dictadores de todo el mundo, especialmente en Oriente Próximo –sus 'hermanos' y compañeros de negocio– y Latinoamérica –Jorge Videla, Gregorio Álvarez o la esposa de Baptista de Oliveira fueron condecorados por el propio Juan Carlos entre 1979 y 1985– o que gran parte de las investigaciones por corrupción económica del rey emérito se encuentran vinculadas con las dictaduras de Oriente Próximo, cada vez encontramos menos defensa.
Pero si, a todo lo relatado ya, añadimos que el destino para el pseudoexilio elegido por Juan Carlos I no es otro que Dubái, donde gobierna una de las dictaduras más crueles del mundo –recientemente Bernie Sanders calificó a Emiratos Árabes Unidos como dictadura–, obtenemos la cuadratura del círculo: creció en una dictadura, simpatizó con las dictaduras, hizo negocio con las dictaduras, la mayoría de familiares han mantenido una especial e intensa relación con las dictaduras y se ha exiliado a una dictadura. Pero, oye, Juan Carlos no solo es demócrata, sino que es el gran salvador de la democracia española.
Porque, ciertamente, en España consideran a Juan Carlos I como el 'Salvador de la Democracia', curiosamente, por el golpe contra la democracia de 1981 en el que participó. Pero no solo le consideran demócrata, también le suponen como un tipo campechano, 'el Campechano'. Sin embargo, diría que un 'demócrata campechano' no se exiliaría en una dictadura ni acumularía, según diversos medios, una fortuna de 2.000 millones de dólares amasada necesariamente de forma irregular, cuando no ilegal. Porque un tipo campechano y demócrata es Pepe Mújica. Juan Carlos I es otra cosa. Es un delincuente múltiple con un amor desmedido por el poder, el dinero, las mujeres y las dictaduras que no se ha retirado en una casa de campo a disfrutar de una vida tranquila, sino que actualmente reside en una de las dictaduras más déspotas que existen en el mundo y que sus últimos años los ha vivido como un playboy multimillonario.