Volkswagen no solo ha sido el 'coche del pueblo', sino que, durante décadas, ha sido una filial de regímenes tan crueles como los nazis alemanes y la dictadura militar brasileña, con la que colaboró de forma demasiado entusiasta. Cooperación por la que acaba de solicitar disculpas públicas. Habrá a quien le pueda parecer una relación inconexa la establecida entre nazis y militares alemanes, no lo es.
El caso actual: entregando a sus propios trabajadores a la dictadura brasileña
Durante la cruel dictadura militar brasileña, entre 1964 y 1985, la empresa automovilística alemana colaboró con el régimen carioca entregando a aquellos de sus trabajadores identificados como sindicalistas y subversivos, lo que le permitió, obviamente, conseguir unas condiciones laborales más desfavorables para los trabajadores y más propicias a sus propios intereses. No ya solo por la eliminación directa de aquellos trabajadores que destacaran en la lucha sindical, lo que descabezó la organización sindical de sus trabajadores, sino generando el consiguiente terror entre aquellos que pudieran estar tentados de sustituir a los trabajadores entregados. Y es que los trabajadores entregados fueron detenidos y, en muchas ocasiones, torturados. Y ello en un momento en el que las torturas policiales eran públicamente conocidas. Peor aún: en algunos casos, los trabajadores fueron torturados en las propias fábricas de Volkswagen.
Este terrible caso de colaboración, como la mayoría de los acontecidos durante el régimen militar brasileño, quedó sepultado por la amnistía, un concepto que, errónea e interesadamente, se asocia en la actualidad a la concordia, pero que más correctamente debería corresponder a impunidad. No fue hasta 2015 cuando, tras una denuncia interpuesta por antiguos empleados y sus familiares, se abrió la correspondiente investigación, la cual se acaba de poner fin con el pago de 36 millones de reales, unos 5,5 millones de euros. Un cierre en falso.
Porque Volkswagen resuelve pagar una cantidad ridícula por unos terribles episodios que le ocasionaron con toda seguridad unos beneficios económicos evidentemente superiores y ofrece una disculpa histórica, que, además, sitúa a Volkswagen en una posición moral excelsa –el historiador Christopher Kopper ha calificado la disculpa como "históricamente innovadora"–. "Lamentamos las violaciones que ocurrieron en el pasado. Para Volkswagen es importante lidiar responsablemente con este capítulo negativo en la historia de Brasil y promover la transparencia", ha afirmado Hiltrud Werner, jefa de integridad y asuntos legales de Volkswagen. No solo es un capítulo negativo en la historia de Brasil.
Volkswagen, los nazis y las dictaduras militares
Hitler y el régimen nazi fueron fundamentales para Volkswagen, pues su auto más famoso y reconocido, el Escarabajo, un proyecto elaborado por Ferdinand Porsche, fue apoyado e impulsado por Adolf Hitler. No es de extrañar este apoyo, pues tanto el dictador como el empresario mantuvieron gran sintonía en sus relaciones, lo que ayudó a que se produjeran muchas más colaboraciones. De hecho, el Escarabajo de Volkswagen fue diseñado para que pudiera transformarse en un vehículo militar, lo que provocó que la empresa alemana construyera vehículos militares antes del Escarabajo, el cual comenzó a fabricarse en 1945 y consiguió un éxito mundial, pues solo diez años después había vendido más de un millón de ejemplares. Una acogida que no se resintió por la acusación de crímenes de guerra que sufrió Ferdinand Porsche.
Como comentábamos al principio, no se trata de una relación inconexa, sino que Volkswagen no fue tan solo un colaborador de la dictadura brasileña, tal y como se pudiera desprender de sus disculpas, sino que se convirtió en una parte más de la dictadura brasileña. La empresa alemana fue parte de la maquinaria autoritaria militar brasileña y nexo de unión con el terrible régimen nazi. Una prueba de ello la encontramos en Franz Paul Stangl, responsable de 400.000 muertes en los campos de concentración de Treblinka y Sobibor y, también, empleado de Volkswagen en la fábrica de San Bernardo do Campo, utilizada para interrogar y torturar a los sindicalistas. Para más señas, San Bernardo do Campo se encuentra en el municipio de San Paulo, en el que vivió Josef Mengele, otro tétrico personaje del régimen nazi.
Además, en la Comisión de la Verdad dirigida por Adriano Diogo, se supo que Volkswagen contrataba preferiblemente a militares brasileños que supieran hablar alemán para su servicio de seguridad. Y es que la seguridad de Volkswagen Brasil se convirtió en unas 'SS' a pequeña escala que se fusionaron con la dictadura militar en una suerte de simbiosis.
¿Y dónde está el Gobierno brasileño?
El Gobierno de Jair Bolsonaro, el encargado de abrir un proceso contra la empresa germana para forzar al pago de una multa millonaria por su reprobable conducta, imprescindible para compensar al resto de víctimas y evitar que, en el futuro, se pudieran repetir este tipo de actuaciones por la favorable relación entre el beneficio y el coste final, lleva años agitando la apología extrema de la dictadura brasileña e, incluso, las torturas.
En abril de 2016, el ex capitán votó a favor del 'impeachment' de la entonces presidenta, Dilma Rousseff, "por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff". Es decir: por la memoria del militar que organizó las torturas durante la dictadura, entre cuyas víctimas se encontraba la propia ex presidenta.
Años antes, en 1999, Jair Bolsonaro explicó en un programa que estaba a favor de la tortura y del golpismo porque la democracia no podía solucionar absolutamente nada y que solo una guerra civil en la que se hiciera el trabajo que el régimen no había hecho se solucionarían los problemas. Aunque ello supusiera la muerte de algunos inocentes, porque en las guerras también mueren los inocentes.
En este contexto, sería más sencillo que Bolsonaro condecorara a Volkswagen por su colaboracionismo a que abriera un proceso judicial contra la empresa alemana. Entre otras cuestiones porque la Ley de Amnistía de 1979, que amnistió tanto a los presos políticos como a los torturadores, supone un freno más que considerable. Un freno que el país no ha sido capaz de derribar ni siquiera en las últimas décadas, en las que fracasaron tanto la Comisión Nacional de la Verdad, impulsada por Lula Da Silva y Dilma Rousseff, como anteriormente la Comisión especial sobre muertos y desaparecidos políticos.
La interminable impunidad de Volkswagen
Pero no solo Brasil es connivente con la gran empresa creada por Porsche, ya que esta también ha sorteado con cierta solvencia el escándalo conocido como 'dieselgate', consistente en la manipulación de las emisiones contaminantes en unos 11 millones de vehículos. Un fraude por el que, si bien en Estados Unidos ha supuesto a la empresa el desembolso de unos 25.000 millones de dólares, en Europa solo ha supuesto el pago de las indemnizaciones en casi un 80 % a lo que se suponía que hubieran debido abonar. Ello gracias a la permisividad de los gobiernos.
Es evidente, pues, que la empresa germana, como la mayoría de empresas occidentales, juega sucio siempre que puede y le dejan. Y en Europa y Latinoamérica los gobiernos suelen ser excesivamente laxos. Pero, en el Brasil del ex capitán Jair Bolsonaro, en el Brasil del orden y el progreso que todavía siente las garras del autoritarismo militar, una empresa como Volkswagen encuentra un paraíso delictivo.