El Sáhara, la última injusticia geopolítica del neocolonialismo europeo y estadounidense
Los intereses geopolíticos de los poderosos causan dolor, sufrimiento, hambrunas, mortalidad y opresión a millones de personas repartidas por todo el planeta. Millones de personas atrapadas en una asfixiante telaraña de intereses. El Sáhara quizás sea el mejor ejemplo de ello.
La 'Transición' saharaui: de la dictadura franquista a la marroquí
El Sáhara Occidental pasó el 6 de noviembre de 1975 de la dictadura española a la marroquí tras la Marcha Verde impulsada por Hassan II que logró movilizar varios centenares de miles de personas. O más concretamente deberíamos decir que una parte del Sáhara Occidental realizó esta peculiar transición, pues mientras el centro y el norte de la región fueron cedidos a la dictadura marroquí, el sur terminó en manos de Mauritania. Todo ello, claro, con la aquiescencia de Estados Unidos, cuando no con sus susurros.
Este reparto del pastel –de 266.000 kilómetros cuadrados, la mitad de España–, tan típico de los comensales occidentales, no tuvo en cuenta la opinión de los propios saharauis, que vieron cambiar el color de las banderas y la estirpe de su dictador sin su consentimiento. Porque el Frente Polisario, surgido poco antes, en 1973, había reivindicado la independencia del Sáhara Occidental de España, cuya administración colonial ejercía desde finales del siglo XIX, pero no para convertirse en la colonia de otra dictadura.
En este contexto, mientras que el Frente Polisario consiguió llegar a un acuerdo con Mauritania en 1979, tres años después de proclamar la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), el problema con Marruecos derivó en un conflicto armado hasta que en 1991 se conseguía firmar un acuerdo de paz definitivo que contemplaba la realización de un referéndum libre para que el pueblo saharaui decidiera libremente su destino.
Un referéndum que no ha llegado jamás a producirse, lo que ha convertido en permanente el exilio saharaui en campamentos situados en las proximidades de Tinduf, Argelia. Y con un agravante, pues la misión de Naciones Unidas para la celebración del referéndum en el Sáhara Occidental (Minurso), no solo ha resultado ser un rotundo fracaso, sino que a día de hoy ha quedado sepultada por los intereses de unos y otros.
El Frente Polisario declara la guerra
Casi treinta años después del acuerdo para la celebración de un referéndum y habida cuenta de la imposibilidad de realizarlo, tal y como quedó establecido en el alto el fuego alcanzado por la ONU en 1991, varias decenas de saharauis decidieron bloquear la carretera de acceso de Mauritania en Guerguerat como medida de protesta el pasado 21 de octubre. Tras esta llamada de atención se encuentra la desesperada situación en la que malviven 250.000 saharauis y la esperanza que ofrece el cambio presidencial en Estados Unidos en el contexto internacional. Una esperanza como mínimo ingenua si tenemos en cuenta el historial geopolítico norteamericano.
Como represalia, hace solo unos días, el 13 de noviembre, el Ejército marroquí se adentró en Guerguerat, zona desmilitarizada situada en la frontera con Mauritania, al sur del Sáhara Occidental. La incursión terminó en un tiroteo sin heridos y en una respuesta posterior del Frente Polisario a los emplazamientos militares marroquíes situado tras el muro, el más largo del mundo con más de 2.500 kilómetros, en los que aseguran haber causado bajas (Marruecos lo niega).
El reparto europeo y norteamericano
Europa se beneficia de los caladeros de pesca existentes en el amplio litoral saharaui, más de 1.100 kilómetros de costa, en los acuerdos que alcanza con Marruecos. Por tanto, Marruecos y Europa, principalmente España, se reparten sin pudor este importante recurso natural mientras los saharauis viven en condiciones penosas en campos de refugiados habilitados a más de 500 kilómetros al interior de su capital, El Aaiún. Marruecos, además de repartirse con Europa los caladeros de pesca, explota las valiosas minas de fosfato, con el que se elaboran fertilizantes.
De nada ha servido que en el año 2018 el Tribunal de Luxemburgo resolviera que el acuerdo de pesca entre la Unión Europea y Marruecos no tuviera efectos en el Sáhara Occidental, al no ser parte de Marruecos, ya que el Parlamento Europeo aprobó en 2019 el acuerdo pesquero con la dictadura alauita incluyendo al Sáhara Occidental. Europa no hace caso ni a sus propios tribunales ni a sus propios valores.
Por su parte, Estados Unidos contenta a la dictadura marroquí, uno de sus "hijos de puta" –en palabras de Roosevelt y Kissinger– que le ofrecen bases militares. De hecho, a finales de la primera década de este siglo, los norteamericanos barajaron ubicar el Africom (Comando Africano de Estados Unidos) en la base militar en Tan Tan, a escasa distancia de El Aaiún, Canarias y Tinduf. Es decir, cerca de la zona del conflicto actual. De hecho, en estos últimos meses Marruecos ha ofrecido a Estados Unidos el uso de la base de Alcazarseguir, en el estrecho de Gibraltar, como opción a la base española de Rota, cuyo convenio debe renovarse en 2021. Y a la vez, España está trabajando duro para conseguir la ubicación de la base de Africom, cuyo emplazamiento está por decidir tras varios en Alemania.
La dictadura marroquí compra voluntades
Pero no solo de Estados Unidos vive Marruecos. Marruecos ha maniobrado con gran habilidad a nivel internacional, consiguiendo que desde el año 2001 la ONU haya dejado de apoyar la celebración de un "referéndum libre, justo e imparcial sobre la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental" para contentarse con el ofrecimiento de "mayor autonomía" presentado en 2007 por la dictadura de Mohamed VI. Pero de soberanía a autonomía hay un abismo, sobre todo cuando las competencias ofrecidas son, según el Frente Polisario, menores que las que presentó España en 1974. Sin embargo, nada de eso le importa a la ONU, que considera creíbles y serios los esfuerzos de un régimen autoritario que viola los derechos humanos de forma reiterada para solucionar la cuestión.
Además, Marruecos ha conseguido que la misión de la ONU en el Sáhara Occidental sea la única entre las 16 misiones de paz de la ONU que no evalúa los derechos humanos, lo que a buen seguro le habrá costado una gran cantidad de favores y prebendas. Para lograrlo, se sumó en 2017 a la Unión Africana, con el único objetivo de expulsar a la RASD y ha conseguido la instalación de decenas de consulados en el Sáhara Occidental, sobre todo el de Emiratos Árabes Unidos –que recientemente estableció contactos diplomáticos con Israel–.
Los saharauis son un pueblo condenado a sufrir hambre, penuria y violaciones constantes de sus derechos humanos mientras un régimen autoritario se reparte sus riquezas con Europa y Estados Unidos. Una realidad que demuestra, como muchas otras, que los intereses geopolíticos están por encima de lo justo y lo correcto. Una tragedia paradigma del neocolonialismo.
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