Carrera armamentista en el Mediterráneo: ¿quién se está beneficiando de las disputas?
Estados Unidos clama por una guerra. Su industria militar la anhela, su entramado económico la necesita y su inflamable situación interior la suplica. Ante la desesperada situación que padecen los norteamericanos tras casi un año de pandemia, a diferencia de la solvente posición de China, han comenzado los movimientos geopolíticos en distintas partes del planeta con el objetivo de aumentar las tensiones regionales que permitan recolectar los mayores beneficios posibles para superar la crisis. Hay que convencer a los ciudadanos de la necesidad de comprar armas y si no acompaña la dicha de la guerra, que al menos la tensión aumente lo suficiente como para que el disparate quede justificado. Para ello, ha comenzado la representación de una obra de teatro griego que palidecería ante Esquilo, Sófocles o Aristófanes.
No es casualidad, por tanto, que sea justo ahora cuando numerosos países del Mediterráneo se han embarcado en una carrera armamentista al calor de la elevación de interesadas tensiones regionales. En esta representación, los ciudadanos asisten estupefactos al enfrentamiento entre enemigos que son, casualmente, socios y aliados de la OTAN, es decir aliados todos ellos de Estados Unidos, autor del guión de la tragicomedia que se representa. Tal es la situación que dos de los conflictos que acontecen en el Mediterráneo –entre Grecia y Turquía; y entre España y Marruecos– arrojan curiosos paralelismos, como si fueran obras de un mismo autor.
Aumento del gasto militar
El primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, anunció el pasado 12 de noviembre, en plena tensión con Turquía, que "llegó el tiempo de reforzar las fuerzas armadas. Esta iniciativa constituye un robusto programa que se convertirá en un escudo nacional". No bromeaba, aunque los datos de compra, sobre todo en cuanto al origen del armamento, compartiendo compradores y material con Turquía, el enemigo, adquieren tintes surrealistas: inicialmente se comunicó la adquisición de 18 cazabombarderos franceses Rafale, cuatro fragatas –francesas o alemanas–, cuatro submarinos alemanes –para equipararse a los cuatro submarinos también alemanes vendidos a Turquía– y siete helicópteros –con capacidad antisubmarino, también para contrarrestar a los cuatro submarinos alemanes–, así como el aumento de hasta 15.000 efectivos de sus Fuerzas Armadas. En los últimos días también se ha sabido que los griegos adquirirán entre 18 y 24 aviones de combate F-35 norteamericanos –tan costosos como problemáticos–.
Bajo los argumentos de Grecia, que afirma que Turquía amenaza la frontera oriental de Europa y socava la seguridad regional –mientras Alemania le vende armamento–, se encuentra un complejo conflicto regional y centenario que, siempre que interesa, se agita para obtener réditos. Por ello, nadie tiene verdadera intención de resolver el lucrativo conflicto –para americanos, alemanes o franceses– entre turcos y griegos.
En el otro lado del Mediterráneo, España anunció el pasado mes de febrero el aumento de más de 7.000 efectivos en sus Fuerzas Armadas y confirmó durante la pandemia, a pesar de la situación crítica del país, uno de los más azotados por la crisis a nivel sanitario y económico, la adquisición de blindados 8x8 –a una filial norteamericana– por valor de 2.100 millones de euros en un programa que llegará hasta los 4.000 millones de euros; el comienzo de nuevos programas armamentistas, que también incluyen fragatas y diverso material militar –cuyo coste superará los 14.000 millones de euros–; y la propuesta por petición de los tres ejércitos españoles para la adquisición de costosas armas, desde cazas Eurofighter para el Ejército del Aire hasta aviones F-35 para la Armada.
Al analizar estos datos, salta a la vista que, tanto Grecia como España, aumentarán sus efectivos militares y adquirirán material bélico europeo y norteamericano. Un negocio redondo para Estados Unidos y, también, como vemos, para Europa.
Incontables similitudes
Un análisis a ambos lados del Mediterráneo arroja más similitudes. Tanto Grecia y Turquía, como ya hemos comentado, como España y Marruecos, mantienen conflictos territoriales en los que se disputan peñones, islas y enclaves continentales –Ceuta y Melilla en el caso de Marruecos–. Se trata de disputas longevas que, además, contienen otra semejanza sorprendente: en 1996, Turquía y Grecia estuvieron al borde del conflicto armado por la disputa de Imia/Kardak, un islote poco mayor que un campo de fútbol; y solo unos años más tarde, en 2002, España y Marruecos mantuvieron un conflicto similar por un islote no mucho mayor, Perejil. En ambos casos se rozó lo esperpéntico –y la guerra–, siendo Turquía y Marruecos los que entraron en primer lugar en los islotes. No obstante, ambos países limítrofes con Europa reclaman justicia en cuanto al reparto de territorios con los europeos.
Otra de las semejanzas que dejan ambos enfrentamientos, centenarios los dos, lo encontramos en los desastres europeos en territorio continental en la década de los años veinte del siglo pasado y en las ideas imperiales de dos antiguas potencias que desde hace siglos habitan la decadencia de los suspiros. Del Desastre de Annual en 1921 al Gran Desastre de la derrota griega en 1922 y de la España Imperial a la Gran Idea griega.
Más allá de la cuestión territorial, encontramos otra similitud: la cuestión migratoria. Tanto Turquía como Marruecos, por su posición fronteriza en el Sur de Europa, se han convertido en cuartos trasteros en los que la Unión Europea pretende almacenar migrantes, como si fueran mercancía inservible. Y en cierta forma lo son –para los intereses de la Unión, claro–. Ello ha provocado una debilidad en los países europeos, tanto en Grecia como en España, ya que los almacenes de migrantes, Turquía y Marruecos, también ejercen como control fronterizo del flujo migratorio. Así pues, cualquier conflicto o deseo turco o marroquí tiene fácil solución: abrir la llave de paso a los migrantes y arrojarlos contra Europa. Si Europa hubiera sido más solidaria, ahora no se encontraría presa de la extorsión migratoria, aunque convendría señalar que, tanto Grecia como España, han avanzado mucho más allá del terreno de la insolidaridad, pues son múltiples las denuncias por violaciones de derechos humanos que pesan sobre las autoridades de ambos países.
Aunque podríamos señalar muchas más analogías en estas dos grandes obras de teatro, como la de pueblos sin Estado tanto en Turquía –los kurdos– como en Marruecos –los saharauis– , lo cierto es que convendría señalar un par de casualidades más: 1) tanto Turquía como Marruecos son dos dictaduras gracias al apoyo de Estados Unidos y Europa, que siempre han preferido un dictador a su servicio que una democracia que pudiera ir contra sus intereses; y 2) tanto Grecia como España son dos de los países con mayores índices de desigualdad y pobreza de Europa, incluyendo a millones de niños, y ambos resultaron intervenidos tras la crisis económica de 2008 –Grecia incluso estuvo cerca de abandonar la Unión Europea–. Hecho este último que hace todavía más incomprensible el aumento del gasto militar en ambos países, máxime cuando España está solicitando ayudas a Europa para superar la crisis sanitaria y económica provocada por la covid-19.
Pero es que, además, los cuatro países en conflicto son países aliados de Estados Unidos, compradores de armamento norteamericanos y se incluyen en la esfera OTAN: España, Grecia y Turquía son miembros de pleno derecho mientras que Marruecos es un aliado importante extra OTAN. En definitiva, cuatro aliados de Estados Unidos se están enfrentando, aumentando la tensión regional y embarcándose en una carrera armamentista cuyo mayor beneficiario será Estados Unidos –y en menor medida Europa–, no obstante el armamento de Marruecos y Turquía en su mayoría también procede de Estados Unidos y Europa.
Estados Unidos, la gran beneficiada
Queda demostrado, pues, que en esta disparatada carrera armamentista que han iniciado griegos y españoles junto a turcos y marroquíes al calor de los conflictos regionales solo hay un beneficiado: el complejo militar industrial en poder mayoritariamente de Estados Unidos y, en menor medida, de Europa. Perderán los ciudadanos de los países implicados, que se empobrecerán sea cual sea el resultado, y sus pérdidas servirán para ayudar a salir de la crisis a Estados Unidos. Dos grandes obras de teatro que, aunque no terminen en una trágica guerra, ya forman parte de una cómica carrera armamentista que resultará letal para la pobreza y desigualdad del Mediterráneo.
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