Hace muchos meses que el virus contagió sin remedio a los políticos convirtiendo la política en un caso epidemiológicamente positivo y clínicamente grave, tanto en clave interna como externa, hasta el punto de ser, quizás, el ámbito más afectado, en contra del pronóstico de aquellos bienaventurados que predijeron que la bondad sería –en términos positivos– la zona cero del impacto vírico. Y es que la covid-19 no nos ha hecho mejores, ni tan siquiera más humanos, menos aún más humanistas, nos ha hecho más maquiavélicos.
Donald Trump ha sido derrotado en Estados Unidos, en gran parte, por su –nefasta– gestión de la pandemia, un fracaso que, tal vez, podría haber sido evitado si el anuncio de la vacuna de Pfizer sobre su efectividad del 90% se hubiera producido sólo unos días antes. Esto no quiere decir que haya que alinearse necesariamente con la teoría de la conspiración del extravagante expresidente norteamericano, pero sería desacertado obviar que el (no) anuncio de los resultados de la vacuna de Pfizer se convirtió en un arma política… por no participar de la política –intencionadamente o por azar los positivos resultados de la vacuna se comunicaron días después de las elecciones de noviembre–.
En la otra parte del Atlántico, la gestión del impacto del coronavirus ha sido, igualmente, un poderoso artefacto político. De hecho, la –también– nefasta gestión de la pandemia de Boris Johnson en Reino Unido se ha convertido en un pilar básico, junto al Brexit, para la reivindicación de un nuevo referéndum en Escocia. Y junto a la deficiente gestión encontramos, de nuevo, a la vacuna –y la vacunación–, pues que los británicos se sitúen en la tercera posición mundial de mayor porcentaje de ciudadanos vacunados no es casualidad. Como tampoco resulta casual el enfrentamiento del Reino Unido con su expareja durante décadas, la Unión Europea, a causa del suministro de dosis. Un escándalo que ha revelado con nitidez la opacidad de las negociaciones de la UE con las farmacéuticas y ha constatado, nuevamente, la posición subordinada de la Unión Europea respecto a Estados Unidos –y ahora también Reino Unido–.
Vacunación mundial asimétrica, estrategia occidental egocéntrica
Igualmente, que la clasificación mundial de vacunados la lidere Israel, con casi dos tercios de la población vacunada, no parece ser fortuita, pues nos encontramos con un proceso electoral el próximo mes de marzo –el cuarto en dos años– al que Benjamín Netanyahu acude en serios apuros, políticos y judiciales –la clasificación de los países con mayores porcentajes de población vacunada, a fecha 8 de febrero, sería la siguiente: Israel, con el 64,3%, Emiratos Árabes Unidos, con el 43,6%, Reino Unido con el 18,4%, Estados Unidos con el 12,3%, Bahréin con el 11,3%, Italia con el 4,2% y Alemania con el 3,9%–.
Resulta evidente, pues, que la vacunación se ha convertido en un elemento esencial de la política interior y de las relaciones internacionales desplazando en las últimas semanas el eje de la confrontación, que se emplazaba en la gestión de la pandemia, un escenario más local. Y no son pocos los que opinan que, quizás, la vacunación ha quedado marcada de forma irremediable por la acumulación occidental de la mayoría de las dosis de las vacunas norteamericanas –Pfizer y Moderna– y británica –AstraZeneca– hasta alcanzar un nivel salvaje –el 90%– mediante la ley del más fuerte –el más rico–.
Esta monopolista y tiránica decisión occidental, más allá del debate filosófico –que no es baladí, pues fallecerán cientos de miles de personas que podrían haber sido salvadas siguiendo criterios sanitarios a nivel mundial–, ha tenido consecuencias geopolíticas, pues ha generado, como se puede observar en la clasificación de países por población vacunada, unas tasas de vacunación asimétricas en las que Estados Unidos y sus aliados se encuentran en posiciones privilegiadas y lo hacen, curiosamente, casi en el mismo orden que ostentan dentro de la jerarquía norteamericana. Que Israel sea el primer país, Reino Unido el segundo y EAU el tercero no parece casualidad.
China y Rusia, multilaterales
Si la pandemia reforzó a China por encima del resto del mundo, pues ha controlado de forma eficaz la expansión del virus, durante el año 2020 ha conseguido crecer a un ritmo del 2% y ha alcanzado cifras récord de exportaciones en los últimos meses del pasado año, la posición multilateral de Rusia y China pueden asestar un golpe al tablero geopolítico mundial. Un ejemplo de ello lo encontramos en México, que debido a la escasez de vacunas norteamericanas no ha tenido más remedio que recurrir a Rusia y China, que le suministrarán dos tercios de las más de 21 millones de dosis con las que vacunarán a 14 millones de personas en los dos próximos meses. No es un caso aislado.
Tanto Rusia como China han optado por una concepción global de la vacunación al considerar las dosis como un alfil del poder blando con el que obtener cuantiosos beneficios. Y es que esta posición de ambas potencias, mucho más cooperativa, no solo se adecúa mejor con la justicia moral, mejorando enormemente la visión mundial de ambas en gran parte del planeta y estableciendo vínculos de mayor confianza con el resto de países al tiempo que lastima de forma considerable la perspectiva del entorno OTAN y sus aliados, sino que supondrá unos réditos comerciales formidables.
De hecho, mientras la Unión Europea mantiene una agria, egocéntrica y desafortunada discusión pública por el suministro de la vacuna, el Gigante Asiático está abasteciendo –o lo hará pronto– a Brasil, Indonesia, México, Emiratos Árabes Unidos, Argentina, Chile, Jordania, Perú, Turquía, Botsuana, Marruecos o Congo. Y Rusia no se queda atrás, tras anunciar un 92% de efectividad, ratificado por la prestigiosa revista científica The Lancet, ha sido autorizada en más de veinte países y se posiciona como suministrador esencial para el despechado Viejo Continente. Y es que a día de hoy nadie puede descartar que la vacuna Sputnik V orbite Europa y aterrice en el considerado de forma despectiva por Estados Unidos como 'patio trasero' –Argentina, Bolivia, México, Venezuela, Paraguay, Panamá e incluso Brasil ya han autorizado la vacuna rusa–.
En definitiva, la desacertada posición egoísta occidental y la acertada posición cooperativa de China y Rusia, unidas a las dificultades que ofrecen las vacunas occidentales para su distribución mundial, un precio más alto y altas dificultades logísticas –llegando a necesitar en ocasiones de refrigeración a temperaturas extremas–, pueden decantar la 'Guerra de las Vacunas' del lado de las potencias euroasiáticas.
Una decisión tan egoísta como letal
Si estaba en lo correcto Zbigniew Brzezinski –y no pecaba de ingenuo ni de pícaro– cuando afirmó en 1997 que el fin último de la política norteamericana debería ser formar "una comunidad global verdaderamente cooperativa, de acuerdo con unas orientaciones de largo alcance y con los intereses fundamentales de la humanidad", la gestión de la pandemia, que ha afectado económicamente más a Occidente –y no por casualidad–, y la actual posición al respecto de la vacunación, que está magullando la imagen occidental a nivel mundial, están dinamitando este objetivo y descabalgando a Occidente de la 'Guerra de las Vacunas'.
Además, la guerra blanda por la consecución y venta de la vacuna en la que se han embarcado las primeras potencias también está demoliendo el que, según Brzezinski, quien fuera consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, debería ser el primer objetivo de la geopolítica norteamericana: impedir el surgimiento de una gran potencia en Eurasia. De hecho, la gestión de las vacunas y la vacunación y la correspondiente guerra planetaria para su venta parece que se puede convertir en un episodio trascendental, en una más de las ruedas que cambien el orden mundial y, aunque a Estados Unidos y a sus aliados siempre les quedará la fuerza, la coacción, probablemente, el daño ya sea irreparable en términos estéticos, morales, económicos y geopolíticos.