En los últimos años, la mayoría de los países europeos y sus principales ciudades han comenzado a rendir cuentas por su pasado colonial, aunque de momento las devoluciones solo asciendan a una ínfima parte de lo arrebatado. Y es que nos encontramos en las fases iniciales de un proceso de restitución que, de no mediar cataclismo, debería convertirse en uno de los más importantes y emblemáticos del siglo XXI. Sin embargo, cuando he afirmado la mayoría de los países europeos no me refería, lamentablemente, a España, pues este reino impuesto por un dictador suele situarse como una Europa diferente. Spain es –demasiado– different de Alemania, Francia o Países Bajos.
La tímida rendición de cuentas
El pasado 1 de julio, en un acto celebrado en Ámsterdam con motivo de la abolición de la esclavitud, la alcaldesa de la ciudad, Femke Halsema, pidió perdón por el exceso y la ostentación colonial de la capital holandesa, en la que todavía son visibles bustos de esclavos en las fachadas de algunos edificios. Algo que sorprenderá a más de uno y que poco tiene que ver con la imagen actual de la ciudad, una de las más abiertas a la multiculturalidad, pero que muestra una realidad incuestionable y, sobre todo, imborrable: Ámsterdam se cimentó sobre el comercio de personas y su explotación, ya fuera en África o en el Caribe. Este acto, coincide, además, con la recomendación al Estado, por parte del ministerio del Interior neerlandés, de pedir perdón por el crimen contra la humanidad perpetrado por las prácticas coloniales.
Los Países Bajos no solo son un caso aislado, sino parte de una pequeña ola que comienza a expandirse por el Viejo Continente. De hecho, el proceso de revisión del pasado colonial comenzó en Europa con la llegada del siglo XXI, cuando Francia aprobó en el año 2001 una ley –Ley Taubira– con la que pedía perdón por la trata de esclavos, y ha recibido un gran impulso con el movimiento Black Lives Matter. Y es que desde que los blancos, europeos también, hemos descubierto que las vidas negras importan no son pocos los que se acuerdan no solo de las actuales, sino también de aquellas que fueron aplastadas en el pasado. Por ello, Francia ha pedido perdón por el genocidio en Ruanda en 1994 y Alemania ha hecho lo propio con el perpetrado en Namibia entre 1904 y 1908 y ha asumido una reparación de 1.100 millones de euros.
No solo son países, sino que también instituciones culturales como los museos han comenzado a pedir tímidas disculpas y a devolver parte de lo expoliado. Instituciones que se encuentran en una posición muy delicada por el espinoso proceso que se atisba, pues la devolución de lo expoliado supondría para no pocos museos occidentales una merma considerable cuando una quiebra irreparable. Francia ha comenzado la devolución de piezas expoliadas a Benín y Senegal, el museo Británico se enfrenta a varias reclamaciones para devolver gran cantidad de obras expoliadas y Holanda ha elaborado un informe en el que se incluyen 450.000 piezas coloniales robadas que deberían ser devueltas, incluida una calabaza de plata de Curazao. Más de un museo europeo puede quedar convertido en un solar, lo que, obviamente, supone un considerable freno al proceso.
Proceso, además, que no es sencillo, pues, en la mayoría de los casos, los museos se niegan a devolver gran parte de lo expoliado y a lo máximo que llegan es a afirmar que sus exposiciones gozarán de una óptica no colonial. Es el caso de Alemania, donde se encuentra el busto de Nefertiti, una de las decenas de miles de piezas expoliadas de forma aparentemente legal, pues fueron adquiridas mediante transacciones en las subyace un evidente componente de estafa. Como si cualquiera de nosotros tuviera una obra maestra en su casa y se la compraran por una cantidad que para nosotros fuera un dineral, pero que no constituye nada más que una ínfima parte del valor real. Por ello, la única óptica no colonial posible en esta historia es la devolución.
¿Y España?
España no solo no ha restituido las 122 piezas del tesoro de Quimbaya solicitado por Colombia ni ha dado los primeros pasos en el tortuoso camino de asumir la culpa y pedir perdón, sino que ni siquiera guarda silencio al respecto. España, en contra de la corriente europea, está más por la apología colonial, lo que quizá se deba a que todavía no ha asumido, no ya que no es un imperio, sino que no volverá a serlo y, lo que es peor, que de seguir creyéndose Imperio cada día se verá más sola y troceada. Porque España sigue creyendo ser Imperio como el trastornado sigue creyendo que es Napoleón. Igual.
Y es que solo la temeridad, la insolencia o la ignorancia pueden provocar que, tanto el Gobierno español como el rey de España o el Ayuntamiento de Madrid, sigan loando públicamente a la Legión española. Una unidad militar íntimamente relacionada con el franquismo y el fascismo, por un lado, y con el colonialismo, por el otro. Baste señalar las palabras de Margarita Robles en las que afirmó que "la Legión representa lo mejor de la Historia de España", la orgullosa presidencia de Felipe VI del centenario de la Legión, el enorme cariño que la ciudadanía española guarda por esta unidad militar o la instalación de una estatua conmemorativa en la ciudad de Madrid. Una estatua que, además, representa a uno de los primeros legionarios, cuyo pasado quedó trágicamente ligado al colonialismo en el Rif, donde los legionarios cometieron múltiples barbaridades, entre las que destacaron cercenar cabezas y exhibirlas orgullosos. Incluso en desfiles.
Tal es el dislate en España que, recientemente, el Gobierno confirmó –a una pregunta parlamentaria– la existencia de una unidad dentro de la Legión denominada 'Comandante Franco' –algo así como si hubiera una unidad en Alemania denominada 'Cabo Adolf Hitler'–. Lo ha hecho al tiempo que ha advertido que no piensa cambiar tan infame nombre, por increíble que pueda parecer, pues el Gobierno español considera que la Bandera 'Comandante Franco' hace referencia a los inicios legionarios del sanguinario y cruel dictador español –la Legión fue fundada en 1921–. Como si los inicios legionarios, coloniales, no fueran tan terribles, o más, que los años posteriores en los que las violaciones, las torturas, las mutilaciones, los asesinatos y las masacres jalonaron el pecho de la Legión de infaustas medallas al mérito militar. Al fin y al cabo, y por desgracia para muchos españoles, sólo eran cabezas de rifeños las que se cortaron y exhibieron con no poco orgullo.
Una postura española que sorprende a muy pocos en Latinoamérica –e incluso en gran parte de España–, pues cuando el presidente de México solicitó en marzo de 2019 a España que pidiera perdón por su pasado colonial, no solo fue tratado por extravagante, indecente e indocumentado, sino que fue duramente respondido por el Gobierno español de Pedro Sánchez, negando incluso las acusaciones. Una posición de superioridad moral y negación de la realidad ciertamente muy colonial que, lamentablemente, parece que tardará en decaer.
No obstante, España llega casi siempre tarde a todos los eventos importantes, al menos a los más relevantes de los últimos siglos, por lo que no es de extrañar que en cuanto al revisionismo colonial, la petición de perdón o la reparación y la restitución económica, material y moral por el abuso colonial en América Latina o el norte de África ni siquiera se haya aseado. Y es que España sigue creyendo que es un Imperio. Un Imperio sin cordura y sin perdón.