Haití y el intervencionismo de EE.UU.: la historia de un expolio convertido en paradigma
Haití es el paradigma del maltrato de Estados Unidos: está completamente destrozado por dentro. Solo por ello, y porque los norteamericanos han sido los principales beneficiarios del saqueo haitiano, Washington debería hacerse completamente responsable de la situación. Pero no lo hará, a lo sumo ocupará militarmente el país, lo controlará con otra infausta marioneta política que les permita continuar el saqueo colonial o lo tutelará mediante la ONU.
Una página más de la infausta historia de Haití
Cuando el pasado 7 de julio un comando de mercenarios con uniformes de la DEA (la agencia antidrogas estadounidense) –conformado principalmente por exmilitares colombianos–, entró en la residencia del presidente de Haití, Jovenel Moïse, situada en Puerto Príncipe, para torturarle y asesinarle, no interrumpieron de súbito el ciclo democrático del país caribeño, sino que solo escribieron una página más de su infausta historia.
Una trágica historia que tiene su origen en 1915, cuando el país fue intervenido militarmente por Estados Unidos, también después de un magnicidio, y ocupado durante casi dos décadas –hasta 1934–. Una ocupación que de facto duraría hasta nuestros días, como el saqueo que ha situado al país entre los más pobres, los más desiguales y los más violentos del mundo. Baste señalar que más de treinta golpes de Estado contemplan el último siglo haitiano, la mayoría inducidos, permitidos o ejecutados en los despachos de Washington o en las playas de Florida. Un carrusel político colmado de barbaridades para beneficio de los libros contables de numerosas empresas norteamericanas.
Por si no fuera suficiente, el magnicidio de Moïse, que en casi cualquier otro país habría conmocionado al planeta, recuerda sospechosamente a la Operación Gedeón que, en 2020, pretendió derrocar a Nicolás Maduro mediante la incursión de un comando vinculado a la oposición venezolana y relacionado, también, con Estados Unidos y Colombia.
De hecho, también fue una empresa de seguridad norteamericana –Silvercorp– la responsable de la ejecución de la operación y también, según la propia Fiscalía colombiana, tuvo a Colombia como eje fundamental: fue planificada en Bogotá. Queda claro, pues, que Estados Unidos y Colombia (socio especial de la OTAN) son centros neurálgicos de casi todo lo que se trama en América Latina.
La conexión norteamericana
Según las investigaciones hasta ahora reveladas, los principales responsables del asesinato de Moïse serían el médico y pastor evangélico de origen haitiano, Christian Emmanuel Sanon, residente desde hace varias décadas en Florida, Estados Unidos, quien pretendía sustituir a Moïse, y Antonio Intriago, venezolano y propietario de la empresa de seguridad norteamericana CTU Security, conocido por haber intentado en el pasado el asesinato de Nicolás Maduro con drones, según denuncian desde Venezuela.
No menos involucrados se encuentran los empresarios de Florida Walter Veintemilla, ecuatoriano cuya empresaWorldwide Capital Lending Group habría prestado dinero a Intriago y Sanon para forzar el cambio presidencial –según alega el abogado de Veintemilla, de forma pacífica–, y el colombiano Arcángel Pretelt, experto en seguridad. De la misma manera, también se encontrarían implicados James Solages y Joseph Vincent, otros dos norteamericanos de origen haitiano residentes en Florida.
La conexión colombiana
Más allá de los haitianos Joseph Félix Badio, exfuncionario destituido recientemente, o John Joël Joseph, exsenador y opositor al asesinado presidente, las sombras llegan hasta Dimitri Hérard, jefe de seguridad del Palacio Nacional, y Jean Laguel Civil, jefe de seguridad de Moïse, acusados de haber permitido el asalto y el posterior crimen.
Hérard, con documentación ilegal ecuatoriana, se formó en la Academia Militar ecuatoriana Eloy Alfaro y transitó por Colombia en al menos siete ocasiones durante el primer semestre de este año 2021.
De hecho, Colombia es uno de los elementos más importantes del crimen, pues al menos 24 colombianos han participado del mismo –18 apresados, tres fallecidos y tres fugados–. Entre ellos, destacan Duberney Capador,quien sirvió durante dos décadas en el Ejército colombiano y que recibió formación en Estados Unidos, y Germán Rivera, excapitán del Ejército colombiano. Ambos serían los principales responsables del reclutamiento y del operativo.
La conexión con la oposición venezolana
El mencionado venezolano residente en Estados Unidos, Antonio Intriago, fue, según las autoridades colombianas, el encargado de comprar los vuelos de casi una veintena de mercenarios colombianos desde Bogotá hasta República Dominicana.
Además, Nicolás Maduro ha acusado a Iván Duque de haberse reunido con el venezolano en Florida. Y, ciertamente, al menos se conocieron, pues el presidente colombiano ha confesado en un comunicado que en febrero de 2018 se fotografió con Intriago en un acto de campaña. Una fotografía que despierta suspicacias.
El contexto geopolítico e histórico
Por tanto, el esqueleto del crimen de Moïse arroja pocas dudas: militares colombianos, algunos formados en Estados Unidos, perpetraron el magnicidio organizado por empresarios y opositores residentes en Florida, junto a un opositor venezolano que habría sido responsable de un intento de asesinato del presidente venezolano, Nicolás Maduro.
Y lo hicieron entre Estados Unidos y Colombia. Los principales responsables del crimen. Porque, aun cuando resulta innegable que las élites haitianas habían abandonado a Moïse, como el inversor Reginald Boulos o la familia Vorbe, que controla el sector energético, difícilmente puede contemplarse su asesinato sin tener en cuenta la relación de este con Estados Unidos. La trágica historia de Haití.
Ciertamente, Moïse mantuvo una gran relación con Donald Trump, a quien apoyó en todos su delirios, lo que queda demostrado en la apertura de una embajada en el Sahara Occidental, respaldando así la soberanía marroquí –la única embajada de un país latinoamericano–. Una conexión que, no tan sorprendentemente, no se resquebrajó con la llegada de Biden al poder. Al contrario, se mantuvo casi intacta a pesar de las advertencias de múltiples colectivos, incluyendo senadores demócratas, sobre la deriva autoritaria de Moïse, que estaba cercenando las instituciones democráticas del país y lo estaba convirtiendo en una dictadura ante la complacencia de la ONU y la OEA, ambas financiadas por Estados Unidos. Un esquema tantas y tantas veces repetido a lo largo de los últimos dos siglos y a lo ancho del planeta: dictadura cruel y corrupta en Haití a cambio de cheque en blanco diplomático para Estados Unidos. Incluyendo, claro está, el apoyo haitiano en el intento de derrocamiento de Venezuela, el principal objetivo norteamericano junto a Cuba.
Lamentablemente, el proceder norteamericano en Haití no es nuevo y se basa en una premisa inalterable a coyunturas locales: Estados Unidos no defiende la democracia, defiende sus intereses. Por ello, tanto Trump como Biden apoyaron la deriva autoritaria de Moïse, un tirano que perpetró el destrozo del país y sobre el que recayeron numerosas denuncias de corrupción. Un apoyo en absoluto casual.
Un leve mirada al pasado haitiano muestra la infausta dictadura de los Duvalier –padre e hijo estuvieron en el poder con apoyo norteamericano casi treinta años, desde 1958 hasta 1986–, la cual se implantó cuatro décadas después del asesinato del presidente haitiano en 1915 –Vibrum Guillaume Sam– y la posterior intervención militar de Estados Unidos. Una intervención que duró casi veinte años, de 1915 a 1934. Como en la actualidad, no solo se apropiaron de sus recursos, sino también de sus decisiones geopolíticas, lo que provocó que este país fuera uno de los firmantes de la Paz de Versalles en 1919 o de la creación de la Sociedad de Naciones.
Ahora, un siglo después, con el propio país pidiendo ser invadido, sumido en el caos y en la anarquía, en la pobreza y en la desigualdad, en la violencia y en la corrupción, Haití se enfrenta a un futuro sin futuro con el recuerdo de la cólera introducida por tropas nepalís de la ONU y las violaciones y los abusos cometidas por los cascos azules, unas aberraciones que arrojaron a Haití al infierno del infierno: niñas pobres convertidas en madres a golpe de violación.
Desgraciadamente, Haití se enfrentará solo a sus propios demonios mientras es saqueado; será intervenido militarmente por Estados Unidos mientras es explotado o será ocupado por los cascos azules de la ONU mientras es esquilmado. Pero desde hace más de cien años, cuando Estados Unidos puso sus manos en el tierno país, Haití solo conoce el expolio, la inestabilidad política, la violencia, la pobreza y la desigualdad. Se trata, con seguridad, de una de las historias de maltrato más grandes jamás sufrida.
Porque Haití es el gran paradigma del maltrato de Estados Unidos.
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