Los medios de comunicación en la caída de Afganistán: del silencio a la sobreactuación
El desplome de Kabul en 2021, que es el de Afganistán, guarda muchas similitudes con la caída de Saigón en 1975, que fue la de Vietnam. No obstante, Afganistán es el Vietnam del siglo XXI de Estados Unidos. Y de Occidente.
De hecho, las imágenes de miles de afganos en el aeropuerto intentando subir a un avión para huir del país recuerdan, inexorablemente, a la fotografía de decenas de personas intentando abordar uno de los últimos helicópteros existentes en Vietnam –en la azotea de los departamentos Pittman, residencia de Conrad Lagueux–. Y ello, aun cuando, en abril de este año, el actual presidente norteamericano, Joe Biden, advirtió que nadie sería evacuado desde el techo de una embajada estadounidense en Afganistán –durante años se creyó que la emblemática foto de los departamentos Pittman era una instantánea de la embajada de Estados Unidos en Saigón–. "No es para nada comparable", aseveró. Cierto, las imágenes actuales son todavía más tétricas que las de hace medio siglo, con desesperadas personas cayendo desde los fuselajes de aviones en los que embarcaron como polizones.
Talibanes, hijos de los muyahidines, contra un gobierno poco recomendable
Y es que, con el paso del tiempo, las armas, los millones de dólares norteamericanos y los petrodólares, los muyahidines se convirtieron en talibanes. O mejor dicho, los hijos de los muyahidines se convirtieron en talibanes. Y no es una metáfora, es literal: Mawlawi Matiulhaq Khalis, uno de los líderes talibán, es hijo de Mawlawi Mohammad Yunus Khalis, famoso por asistir a la recepción de Ronald Reagan en la Casa Blanca a los "luchadores de la libertad"; o Anas Haqqani, fundador de la red Haqqani, y Sirajuddin Haqqani, líder supremo adjunto de los talibanes, son hijos de Jalaluddin Haqqani, líder muyahidín aliado de Estados Unidos contra los soviéticos que fue financiado por la CIA.
De aquel anticomunismo, las Torres Gemelas; de las Torres Gemelas, el Vietnam del siglo XXI; y del Vietnam del siglo XXI, el actual desastre de Afganistán. Porque los norteamericanos pretendían dejar al mando de Afganistán a tipos como Atta Mohammed Noor, líder de grupos paramilitares en el norte del país acusados de abusos, o Abdul Rashid Dostum, encausado por secuestrar y abusar sexualmente de un opositor. Casi nada. Y es que, por desgracia, Estados Unidos y Occidente, la OTAN en resumidas cuentas, han mantenido en Afganistán el mismo criterio que en el resto del planeta: amigos antes que demócratas, títeres antes que honestos.
La sorprendente caída de Afganistán…
Más allá de quiénes son unos u otros, la caída de Afganistán era evidente desde hace, no ya meses, sino años, pero ninguno de los grandes medios quiso explicarlo, porque entonces habría que haber cuestionado el fracaso de la Guerra contra el Terror perpetrada contra Irak y Afganistán. Sin embargo, ahora esos mismos medios se preocupan por las mujeres y las niñas afganas y por aquellos que estuvieron trabajando con los occidentales. Con los españoles en el caso de España. Y se martirizan públicamente por el desastre que acontecerá, por la desesperación que asola al país.
El País y El Mundo junto al resto de diarios, las radios o las televisiones se preguntan por qué. ¿Qué demonios ha pasado para que Afganistán colapse si nuestro país y tantos otros llevan años invirtiendo miles de millones en la formación de un gobierno serio –esto es, títere, corrupto y violento– y en la creación de un ejército moderno –esto es, una banda inconsistente que no pasaría ni por guerrilla–? ¡Oh, Dios, no puede ser! ¿Qué clase de cataclismo o fatalidad inesperada ha acontecido?
... que no lo era tanto
Pues bien, así comenzaba en enero de 2019 la crítica sobre el acuerdo norteamericano con los talibanes para la retirada de tropas, ¡con los talibanes!:
30 de enero de 2019: Un teletipo y solucionado. Así han despachado los medios de comunicación occidentales el principio de acuerdo entre los Estados Unidos y los talibanes en Afganistán… La situación solo puede calificarse como incontrolable si tenemos en cuenta que han sido asesinados 45.000 miembros de las fuerzas de seguridad afganas desde septiembre de 2014, más de 28 muertes por día. ¿Qué van a hacer? ¿Se van a dividir el país como si fuera un queso?…
En ese momento, el Gobierno afgano, con la ayuda occidental, tan solo controlaba algo más de la mitad del territorio y las pérdidas y la inestabilidad eran cada vez mayores. Por lo tanto, ya entonces, hace más de dos años y medio, resultaba evidente cuestionar qué podía pasar ante una retirada completa, si en 2019, tras casi veinte años de intervención, la reiterada paulatina de militares occidentales en los años precedentes había supuesto la pérdida de casi la mitad del territorio para las autoridades.
Pues bien, así terminaba la crítica del anuncio de la retirada de tropas españolas en junio de 2020, hace algo más de un año:
10 de junio de 2020: En España, la guerra de Irak dejó, en cifras oficiales, 260 millones de euros y nueve muertos; y la guerra de Afganistán costó 3.500 millones de euros, incluidas las ayudas, y 100 muertos. Cifras muy inferiores a otras estimaciones quizás más cercanas a la realidad, pero, aun así, demasiado relevantes como para que una retirada total de tropas españolas en Irak y Afganistán haya pasado tan desapercibida por los medios de comunicación españoles. Casi 4.000 millones de euros y 110 muertos merecían algo más que una noticia-telegrama. Sin embargo, no causa asombro alguno la ausencia de una mínima reflexión al respecto…
"Teletipo", "noticia-telegrama" o "ausencia de una mínima reflexión" eran las críticas a los grandes medios occidentales ante lo que estaba aconteciendo en Afganistán mientras estos, en especial los españoles, miraban para otro lado. Mientras no prestaban la atención necesaria a la retirada en Afganistán ni realizaban la más mínima reflexión, análisis o crítica al respecto. Y ello para evitar el debate sobre los objetivos de las intervenciones norteamericanas en Afganistán e Irak –la no democratización, la no existencia de armas de destrucción masiva, la no ubicación de Osama Bin Laden en Afganistán–; el coste y la actuación de Estados Unidos o de la OTAN –billones de dólares y millones de muertos, directos e indirectos–; el desastre geopolítico –el Estado Islámico, Siria, la inestabilidad regional o los millones de refugiados–; la sumisión y la falta de independencia de España y de otros países con respecto a Estados Unidos o a la OTAN; el propio desastre que supone Afganistán para la OTAN; o el incierto y terrible futuro al que se enfrentaba entonces y se enfrenta ahora Afganistán.
Por ello, era mejor callar entonces y es mejor representar ahora el papel de sorprendidos, y hasta de ofendidos, por una hecatombe mostrada como imprevisible e incalculable, pero que realmente ha sido más que anunciada. Tan anunciada como silenciada por los grandes medios en los últimos años y tan silenciada en los últimos años como sobreactuada en los últimos días. Cosas del Gran Hermano. Cosas del teatro y de las obras teatrales que son y representan los grandes medios de comunicación –los españoles muy en particular–.
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