El año 2021 será recordado, entre otras cuestiones, por la crisis energética: los precios del carbón han alcanzado máximos históricos; el precio del gas se sitúa cerca de los máximos históricos en Europa y ha alcanzado los máximos de siete años en Estados Unidos; y el petróleo ha superado los 80 dólares por barril, el mayor precio de los últimos 12 años.
Una 'tormenta perfecta' cargada de ironía…
Irónicamente, la actual crisis energética se debe, en parte, a medidas que llevan años siendo solicitadas por los activistas, como el aumento del teletrabajo, que se ha producido especialmente en Europa y Asia —aunque puede que de forma temporal— o la sustitución del carbón por el gas en China para disminuir la contaminación. Factores que, junto a una primavera no tan cálida como suele ser habitual, han provocado un aumento de la demanda, en parte circunstancial, y, a su vez, esta ha provocado una competencia feroz por el gas —la disputa de China con Australia detuvo las importaciones chinas de carbón, lo que unido a las inundaciones de las minas de carbón del gigante asiático provocó que el precio del carbón haya alcanzado máximos históricos y la demanda de gas se haya elevado hasta límites inimaginables hace unos pocos años—.
A todo ello, hay que sumar el agotamiento de los inventarios de gas en Europa, la disminución de la producción en Estados Unidos —solo Rusia ha aumentado la producción gracias a Gazprom, que ha llegado a máximos en 10 años— o el irreversible declive del carbón —Austria, Suecia o Portugal han cerrado o cerrarán este año sus últimas centrales basadas en el carbón y Estados Unidos el cierre de estas centrales no continúa implacable—.
Y más allá de la indudable confluencia temporal de factores, lo cierto es que la actual situación crítica se debe en gran medida a la transición energética con la que el mundo, especialmente aquellos que más contaminan, pretende revertir el cambio climático e implementar un modelo más sostenible y cuidadoso con el medio ambiente. Pero, ante ello, surgen varias preguntas: ¿Podemos realmente cambiar la inercia del tren en marcha? ¿Llegamos tarde? En definitiva, ¿estábamos preparados?
Y de fortuna
Por suerte —o por desgracia, según se mire—, las previsiones al respecto del agotamiento de las reservas de petróleo no se han cumplido debido, sobre todo, a la aparición a finales de los años noventa del 'fracking', una forma de encontrar y extraer petróleo que provocó que, cuando a finales del siglo pasado las reservas de petróleo mundiales estuvieran cerca de alcanzar su pico, un momento absolutamente catastrófico desde el punto de vista económico, las reservas mundiales se elevaron hasta niveles impredecibles. La tecnología nos concedió una prórroga que, seguramente, no merecíamos.
Y es que ya en los años cincuenta se predijo el pico del petróleo de los años setenta —más de cincuenta productores ya lo habrían alcanzado y solo una decena de países tendría capacidad para llegar hasta él—. Fue en ese momento, en los setenta, cuando se anticipó el fin de las reservas de petróleo para 1990 —"Los límites del crecimiento", elaborado en 1972 por el MIT para el Club de Roma—, advertencia que volvió a repetirse durante los años noventa y a comienzos de siglo, cuando el petróleo alcanzó precios hasta entonces desconocidos —de 2005 a 2013—. Setenta años de advertencias.
Sin embargo, para demasiados no fue suficiente y, todavía hoy, los hay que alegan que la llegada de las nuevas técnicas triplicaron las reservas mundiales desde los 600.000 barriles mundiales en 1980 hasta los 1,69 millones de barriles en 2019 —el gas también ha triplicado sus reservas desde los 70 billones de metros cúbicos en los años ochenta a los casi 200 billones en la actualidad—. Un aumento debido al mencionado 'fracking' que ha permitido que la economía mundial obtenga una prórroga —se considera que existen reservas para la demanda mundial para los próximos casi 50 años—, pero que, seguramente, ni siquiera sea tal. Seguramente, no estamos en una prórroga, sino en el descuento.
Por otra parte, aunque algunos autores apuntan que el máximo de las reservas petrolíferas todavía podría seguir aumentando, con lo que la humanidad tendría sobrado combustible como para reducir, definitivamente, el planeta a cenizas, lo cierto es que estos no solo parecen desconocer la crisis medioambiental o que la demanda mundial no parece detenerse, sino que cada vez resulta más compleja y cara su extracción. Por lo tanto, aunque las reservas hayan aumentado y puedan seguir haciéndolo, ello no significa que esos recursos se encuentren realmente disponibles.
Un caso revelador lo encontramos en el fallido proyecto de 'fracking' llevado a cabo en las Islas Canarias por empresas españolas en los últimos años, el cual no ha podido superar los problemas sísmicos originados. Un obstáculo que, en absoluto, constituyó una novedad: hace unos años se informó sobre los terremotos de baja intensidad causados por el 'fracking' en el estado de Ohio, en Estados Unidos —hasta tal punto que el 'fracking' está prohibido en Francia o el estado de Nueva York—.
Negligencia mundial, fracaso español
En cualquier caso, y más allá de si la humanidad dispone de suficiente combustible para inmolarse o no, lo cierto es que existen pocas justificaciones para la nefasta y negligente gestión realizada durante las últimas décadas por la mayoría de los gobernantes mundiales, especialmente occidentales, ante un problema inevitable que, antes o después, tenía que estallar. Gobernantes que han subordinado el beneficio mundial de un cambio energético más ecológico y menos dependiente de los combustibles fósiles en favor del beneficio de las élites y de su posición de privilegio.
Ejemplo de ello es, sin duda, Estados Unidos, país que a principios de siglo consumía la cuarta parte del petróleo mundial con solo un 5% de la población total. A muchos imperios se les responsabiliza de múltiples abusos y barbaridades, pero puede que Estados Unidos pase a la historia por mucho más que ello, por haber dinamitado el medio ambiente.
Porque, lamentablemente, el trabajo por los gobiernos occidentales al respecto de la implementación de energías alternativas a los combustibles fósiles deja tanto que desear para los ciudadanos como réditos para las grandes corporaciones. Basta repasar el caso de España —y en general en todo el Mediterráneo—, donde el nivel de desarrollo de las energías solar y eólica apenas se ha desarrollado en los últimos años y donde el precio de la electricidad se ha disparado en los últimos meses. Pero es que, no solo los gobiernos no favorecieron el desarrollo de las energías alternativas o lo hicieron con enorme timidez, sino que incluso a dificultar el desarrollo de la energía solar —como ocurrió durante el gobierno del Partido Popular entre 2011 y 2018 cuando se implementaron cargas impositivas—.
Y es que el Sol emite en una sola hora la energía necesaria para todo el consumo mundial de electricidad, una fuente energética desaprovechada en la mayoría del planeta, pero muy especialmente en países como España, donde se reciben una media de 2.500 horas de luz solar anuales.
Por todo lo expuesto, que encontremos este mes de junio de 2021 en uno de los diarios económicos españoles de referencia el titular "España busca liderar el nuevo 'boom' de las energías renovables" solo demuestra lo tarde que llega el Estado español, la primacía del interés de las élites sobre el interés general y, ante todo, el fracaso del modelo económico actual. No solo es injusto, no solo genera pobreza y desigualdad, no solo destruye el planeta, sino que ha impedido que un país como España se haya podido convertir en una potencia energética mundial a pesar de saber de la oportunidad con casi setenta años de antelación. Setenta años desperdiciados para una población que sufre pobreza energética para que unos pocos engorden sus cuentas corrientes en paraísos fiscales. Definitivamente, no, no parece que podamos bajarnos del tren que dirigen las élites ni que estemos preparados para un nuevo rumbo más beneficioso para el conjunto de la humanidad o el planeta.