Hace solo unos días que la justicia británica aprobó la extradición de Julian Assange a Estados Unidos, el país abanderado de los Derechos Humanos. La democracia con mayúsculas y Guantánamo con minúsculas. Una extradición que pasó sin pena ni gloria por los medios de comunicación occidentales en una nueva exhibición del funcionamiento de la desinformación occidental. No es que no se cuente, es que se margina hasta el ninguneo, como si letra pequeña de un contrato bancario se tratara. Como en la Atenas antigua. No es que los asesinaran, es que los exiliaban. Ostracismo se llama.
En España, el diario El País dedicó la habitual noticia al respecto, como si de un suceso más se tratara. Un atropello cualquiera, un rescate afortunado. Un evento más en la maraña habitual de la actualidad, tan escondido que era imposible de encontrar en la portada. Y, sin embargo, se trataba de una noticia esencial, crítica. Nada más y nada menos que la ejecución social de un disidente, de un activista, de una garganta profunda que ha hecho mucho más por el periodismo, el activismo, la democracia y la sociedad que varios Nobeles. Sin ir muy lejos, como el que disfruta el que fuera presidente de Estados Unidos mientras se torturaba en Guantánamo, se bombardeaba medio mundo y se perpetraba tragedia humanitaria tras tragedia humanitaria. Un ostracismo todavía más lacerante en un diario como El País que fue, no lo olvidemos, de los que se lucraron, y mucho, con las filtraciones de Assange.
Una extradición por encima de todo
En enero del año pasado, 2021, la jueza Vanessa Baraitser, de la corte penal de Old Bailey, denegó la extradición de Assange a Estados Unidos por considerar "demostrado" que sería confinado y que ello aumentaría el riesgo de suicidio. Ni los Estados Unidos de Donald Trump ni los Estados Unidos de Joe Biden parece que fueran a tratarle de forma considerada. Si fuera Pinochet o Videla o si se hubiera dedicado a electrocutar, mutilar, torturar o ejecutar disidentes izquierdistas, le prepararían un tour político-festivo.
De hecho, comparar el calvario de Assange con la contorsión de los resortes jurídicos británicos en favor de Pinochet, deja mal cuerpo en cualquier demócrata. Y de esto algo nos debería contar El País, que si no lo hace es porque hoy pertenece a fondos de inversión norteamericanos y ayer, a franquistas y estómagos agradecidos del franquismo como Juan Luis Cebrián.
Dio igual entonces, y da igual ahora, que Estados Unidos se dedique sistemáticamente a la vulneración de los derechos humanos de forma masiva, pues, finalmente, la extradición parece que será un hecho. Y el ostracismo, también.
La gran contribución de Assange
Sin embargo, la contribución de Julian Assange a la democracia, a la humanidad, no será jamás recompensada ni aun cuando se le dedique una plaza y una gran avenida en cada ciudad del mundo. Se quedaría corto para la colosal aportación realizada. Julian Assange merece libros de historia y manuales escolares que expliquen que en el año 2010, WikiLeaks publicó material clasificado norteamericano de las guerras de Irak y Afganistán, incluyendo asesinatos de civiles y, hasta periodistas. Algo más que habitual, recuerden en España el asesinato de José Couso, todavía sin resolver. También deberían recordar esos libros los más de 700.000 documentos diplomáticos norteamericanos que demostraban lo que muchos suponían y denunciaban y demasiados callaban, ocultaban o minimizaban. Sin él, hoy seríamos más ignorantes, más inocentes y sin él en los libros de historia y los manuales de colegio, la humanidad lo seguirá siendo.
El infierno de Julian Assange
Pero el precio para Julian Assange ha sido tan alto que desnuda por completo a Occidente y toda su retórica sobre los derechos humanos, la libertad de expresión y la democracia. Una retórica vacía cuando se trata de lo que sucede en sus dominios. Porque aun cuando se consiguiera la denegación de la extradición de Julian Assange, ello no supone reparación alguna, ni tan siquiera en una pequeña parte el enorme sufrimiento padecido. Y es que la denegación de la extradición de Julian Assange es una cuestión de justicia. De razón. Como lo es que no sea marginado en los medios de comunicación occidentales.
Que nadie lo olvide, la vida de Assange, desde 2010, es un infierno, máxime cuando tuvo que ser recluido en la Embajada de Ecuador en el año 2012. Ustedes que, en muchos casos, saben lo que es estar confinados días o meses en sus domicilios por la COVID, imaginen lo que es estar años confinado en un espacio tan impersonal como una embajada. Pues lo que en un domicilio sería un tormento, en una oficina alcanza límites insufribles. Y, por si no fuera suficiente, además, fue espiado, se difundieron vídeos íntimos y, en los últimos años, hasta fue hostigado en la propia embajada ecuatoriana en la que se encontraba cumpliendo prisión. Porque encierro semejante es una pena en sí misma. Una pena tan brutal que lo extraño no es que Julian Assange padezca desdichas mentales, lo extraño sería que estuviera sano.
Además, la venganza contra Assange no quedó ahí. Ese mismo año 2010, Assange fue acusado por conducta sexual inadecuada y violación en Suecia. Un nuevo castigo público aun cuando jurídicamente la denuncia fue abandonada en el año 2017 y archivada en el año 2019. No obstante, la importancia de la denuncia no radicaba en condenar a Julian Assange por ellos, sino en estigmatizarle y desprestigiarle. Lo que consiguieron con demasiada holgura.
La democracia, también ejecutada con Assange
Por desgracia, lo más grave de la salvaje ejecución social de Assange y del injustificable ostracismo de guante blanco con el que le hieren los grandes diarios, como El País, es el terrible daño causado al periodismo y a la libertad de expresión. Los límites que se establecen en cuanto a la censura y la autocensura, en cuanto a los límites de lo correcto y lo incorrecto. Torturar en Guantánamo, correcto; demostrar asesinatos de civiles norteamericanos en medio mundo, incorrecto. Son lecciones que se graban en el subconsciente de los periodistas y los activistas. De todos.
Pero, ante todo, el mayor daño de semejante persecución y maltrato lo padece la democracia en sí misma. Esa democracia que se pregunta por qué la ultraderecha no para de crecer y en Francia ya se sitúa por encima del 40 % y disputa con tanta asiduidad como normalidad la presidencia. Hasta que un día la consiga. La respuesta está en donde los grandes medios no quieren mirar ni mostrar. En Assange, por ejemplo. En la ejecución social de Julian Assange.