¿Regresará el bipartidismo a España? Los puntos clave del histórico triunfo del PP en Andalucía
En Andalucía empezó todo en diciembre de 2018 y en Andalucía podría haber terminado. Me refiero al principio del fin. El principio del fin de la izquierda, de las apariencias, de Vox o de la fragmentación política en España. O lo que es lo mismo: se acentúa la tendencia del retorno al bipartidismo. Si lo anterior entra dentro de lo posible, el fin de Ciudadanos, salvo improbable giro casi novelesco, se puede catalogar como certificado: en Andalucía han pasado de 21 parlamentarios a ninguno. Levantar semejante losa sería, más que un milagro, una resurrección.
El triunfo del Partido Popular en Andalucía en estas elecciones –con 58 diputados, tres por encima de la mayoría absoluta– ha sido tan histórico como incontestable, pues se trata de la primera vez que el partido conservador español gana en Andalucía, aun cuando durante los últimos años estuvo gobernando —perdió las elecciones, pero la suma con Ciudadanos, el partido liberal, y Vox, el partido ultraderechista, le permitió gobernar—.
Un triunfo impensable hace solo unos años
Andalucía ha sido durante el posfranquismo un feudo inexpugnable del PSOE, el partido liberal español de centro-izquierda que se presenta como socialista y obrero. Un interminable granero de votos socialistas decisivos no solo en Andalucía, sino también en las elecciones generales. Queda por ver si un resultado como el acontecido ayer se puede repetir en unas elecciones generales o, como sostienen desde el PSOE, muchos de los que han votado PP en las elecciones andaluzas votarán por el PSOE en las próximas generales –a más tardar, dentro de un año, en 2023–.
El feudo andaluz se sostenía en varios factores. Por un lado, las trágicas consecuencias de la Guerra Civil y de la dictadura, especialmente brutales en el sur de España. En Andalucía fueron ejecutadas un mínimo de 45.566 personas que se encuentran enterradas en 708 fosas comunes; 50.000 se vieron forzadas a huir; 60.000 fueron saqueados; y unos 100.000 fueron forzados a trabajar como esclavos para el Régimen. Con semejantes cicatrices y el carisma de Felipe González, el presidente español de origen andaluz que consolidó el régimen posfranquista –gobernó de 1982 a 1996–, la tendencia de Andalucía al PSOE era hasta lógica.
Por otro lado, que Andalucía se hubiera mantenido durante décadas como región agraria, con importantes zonas rurales y altas tasas de desempleo –actualmente, sobre el 19 %, unos seis puntos más que la media de España, 13 %–, además de deficitaria en el reparto de impuestos –aporta menos que lo que recibe– y necesitada de subsidios de desempleo, pareció encontrar una simbiosis perfecta con el PSOE y los sindicatos, especialmente UGT. Una simbiosis que se convirtió en una enorme red clientelar que durante años afianzó todavía más al PSOE y que ha dado lugar a múltiples escándalos de corrupción que han supuesto millones de euros.
El castillo se deshace
Sin embargo, el inexpugnable castillo del PSOE en Andalucía se desmoronó como si de un castillo de arena se tratara en menos de cuatro años, los que van de diciembre de 2018, cuando Susana Díaz ganó las elecciones en Andalucía, pero no pudo gobernar, a este mes de junio de 2022, en el que el Partido Popular gobernará en mayoría absoluta. Un vuelco completo en el que el PSOE tiene mucha responsabilidad.
Como muchos recordarán, Susana Díaz, expresidenta de Andalucía hasta la llegada de Juanma Moreno en 2018, desapareció del escenario político andaluz –que no de la política, pues sigue viviendo de los cargos políticos– tras la pérdida de 400.000 votos y 14 escaños en diciembre de 2018 –en 2015 el PSOE de Susana Díaz consiguió 47 diputados, por 33 en 2018–. Aquella pérdida era razonable, pues Susana Díaz había facilitado el gobierno al Partido Popular de Mariano Rajoy en 2016 y venía de perder unas primarias con Pedro Sánchez. Pero todo lo que aconteció desde entonces es responsabilidad del actual presidente español y de Juan Espadas, que lejos de recuperar los 400.000 votos perdidos en 2018 se ha dejado otros 125.000 votantes más en menos de cuatro años.
Un desastre llamado PSOE
El tiempo que Juanma Moreno lleva presidiendo la Junta de Andalucía ha permitido a los andaluces comprobar que el PP no es tan diferente del PSOE. Tan parecidos son que los andaluces han encontrado pocas diferencias entre Juanma Moreno y Susana Díaz –y ya no digo con Juan Espadas–, lo que demuestra las escasas diferencias que existen entre ambos partidos. Y he ahí uno de los elementos del desastre: PP y PSOE se parecen tanto que son intercambiables.
Y no solo a nivel autonómico, pues el PSOE a nivel nacional ha confluido en múltiples ocasiones con el PP –y con Vox–: ha aprobado la privatización de las pensiones, ha impedido la imposición de un impuesto a los ricos, ha protegido a Juan Carlos I –ha votado 15 veces en contra de investigarle– y a Felipe VI –ha acordado mantener la inviolabilidad jurídica–, ha mantenido la conocida como 'ley mordaza', ha pactado con Marruecos la autonomía del Sahara y la reforma laboral sigue casi intacta para regocijo del PP –en lo que también tiene mucho que ver Yolanda Díaz–. Se trata, sin duda, de decisiones que afectan, y mucho, al electorado progresista de España, del que se habrá nutrido a buen seguro la alta abstención –más de un 40 %, diez puntos más que en 2018–. Ello, además, demuestra que los votantes de izquierda ya no tienen miedo ni a Vox, por lo que el cuento de que viene el lobo se muestra insuficiente como motivación.
Y para concluir el desastre del PSOE, Juan Espadas. Un líder tan poco carismático que ha sido arrasado por Juanma Moreno incluso en su tierra, en Sevilla, donde fue alcalde entre 2015 y 2022 –el PP ha obtenido casi 140.000 votos por 80.000–. Es ese típico líder político que tanto abunda en el PSOE –y en el PP– que ha convertido la política en su profesión y que, tras décadas en el partido, la lealtad a Pedro Sánchez le ha llevado a la cumbre. No es peor que Juanma Moreno, es igual que él. Es el mismo producto con diferente envase.
La izquierda, sumida en el canibalismo
Pero pensar que todo se debe al PSOE sería manifiestamente injusto. El espectáculo ofrecido por la izquierda ha sido lamentable desde el comienzo. Podemos se quedó fuera de la confluencia debido a un problema burocrático por las durísimas negociaciones con el resto de partidos de la izquierda. Negociaciones en las que no se discutía por el programa, sino por los sillones. Y así les ha ido: se pelearon por lo que ni siquiera tenían. Aquel pistoletazo de salida junto a esa política de los últimos años basada en sillones y la campaña electoral, trufada de desaires y puñaladas entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, han sido otro inestimable regalo al Partido Popular: Juanma Moreno les debe más a todos ellos que a él mismo.
Porque de ir juntos, es decir, de no fraccionarse como se han fraccionado, la izquierda aspiraba a conseguir un resultado que podría haber restado escaños tanto al PP como a Vox: Vox ha conseguido 14 escaños con 493.932 votos y Por Andalucía y Adelante Andalucía solo han logrado 7 (5 y 2) con un total de 449.658 votos.
Por desgracia, y contrariamente a lo que nos repiten, lo importante para ellos no era evitar el triunfo del PP o el ascenso de Vox –finalmente por debajo de lo esperado–, lo importante era sentarse. Así lo definía Teresa Rodríguez: "Humildad y satisfacción". ¿Satisfacción? ¿Satisfacción por el arrasador triunfo del PP y el ascenso de Vox? ¿Por el desplome de la izquierda? ¿Por la alta abstención, superior al 40 %, que refleja la enorme desmovilización de la izquierda? ¿Por el peligroso escenario nacional que puede posibilitar al PP gobernar en solitario o con Vox? La única satisfacción de Teresa, y de los demás, es que seguirá sentada cuatro años más cobrando un sueldo público.
Una "satisfacción" que, a buen seguro, está sentando las bases de ahondar todavía más en el fracaso, pues muestra una inquietante falta de autocrítica en los partidos cuyos proyectos han fracasado. Juan Espadas, Inmaculada Nieto o Teresa Rodríguez ni han dimitido ni han mostrado la más mínima autocrítica. Mala, muy mala señal, a la que se añade que Inma Nieto era la candidata de Yolanda Díaz y, esta vez sí, Yolanda hizo campaña –el efecto Yolanda no ha funcionado–. Este es, por tanto, un primer tortazo de realidad política de Yolanda: la amabilidad del diario El País y del grupo PRISA o el aplauso de la fundación de Aznar, el entorno de Rajoy o los empresarios a la reforma laboral no se traducen en votos.
El bipartidismo continúa recuperándose
El desastre de la izquierda y del PSOE en Andalucía demuestra que la degradación del gobierno de coalición parece cada día más incuestionable e inevitable: Pedro Sánchez acusa cada vez más desgaste y Yolanda Díaz no parece una alternativa en una izquierda que se encuentra inmersa en una batalla fratricida de resultado incierto. Además, las declaraciones del PSOE dan muestra de su degradación, del origen del problema y del inquietante futuro, pues, como he señalado al principio, ha deslizado que se espera que muchos de los que han votado al PP en Andalucía en estas elecciones lo hagan al PSOE en las próximas generales. Si ese es el plan, que los que han votado al PP en las elecciones andaluzas lo hagan al PSOE en las generales, ¿qué puede salir mal?
En definitiva, la línea moderada del PP, el parecido del PSOE con el PP cuando gobierna, el desastre de la izquierda o el disgusto de Vox, un partido que no ha crecido tanto como esperaba y que, sobre todo, no ha logrado ser trascendente, refuerzan todavía más la recuperación del bipartidismo. Un bipartidismo que ya puede caminar, aunque con muletas, y que puede que dentro de unos meses, si se desploma Vox y la izquierda continúa a puñaladas, podría estar haciendo vida normal.
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