En los últimos meses, la ultraderecha ha confirmado que se encuentra en disposición de asaltar Europa: en Francia, Marine Le Pen disputó la presidencia a Macron y consiguió más de un 40 % de votos —en segunda vuelta—; en Suecia, Demócratas Suecos —embaucadores hasta en el nombre— ha conseguido un 30,5 % de votos en las últimas elecciones y podría arrebatarle el gobierno al partido más votado, el liderado por la socialdemócrata Magdalena Andersson; en Italia, la sombra de la ultraderecha es más que inquietante, con el agravante de haber conformado coaliciones de gobierno con ultraderechistas en las últimas décadas; y en España, la posibilidad de una victoria electoral del Partido Popular, de raíces franquistas, junto a Vox, una escisión ultraderechista del Partido Popular, es cada día más real. Pero ¿cuál será la posición de Europa ante este incesante crecimiento?
La extrema derecha, en auge en Europa
No obstante, nos encontramos ante un escenario de pujanza ultraderechista que corona el aumento de la extrema derecha europea en la última década. De hecho, en la actualidad, la extrema derecha tiene representación parlamentaria en más de la mitad de los países europeos y representación regional o local en toda Europa, salvo en Islandia e Irlanda. Da miedo pensarlo. Para hacerse una idea del avance tan brutal de la ultraderecha, basta con señalar que no tenía representación parlamentaria en el año 2010 en Estonia, Eslovenia, Eslovaquia, República Checa, Alemania, Francia, Portugal o España. Ahora no solo la tiene en estos países, sino que aspira a gobernar.
Este impactante aumento de la extrema derecha ante el padecimiento de la enésima crisis sistémica no es de extrañar, pues la ultraderecha enraíza con las crisis capitalistas. Con el propio capitalismo. Forma parte del sistema. Es la válvula con la que la olla de opresión capitalista libera tensiones y regula la temperatura. Es el batallón con el que las élites mantienen su poder cuando llega la hora de atornillar a la ciudadanía —aumento de la desigualdad y la pobreza mientras crece el número de millonarios—. Y, llegado el caso, la ultraderecha también es un mal menor.
Aunque por lo general, en lo que se ha convertido la extrema derecha, y en lo que cimienta gran parte de su éxito, es en su beneficiosa condición para el sistema de 'mal mayor'. Como demuestra la historia, también en España, la presencia y el crecimiento de la extrema derecha tiene una enorme utilidad para todo el ecosistema capitalista, también para la izquierda —sobre todo, la pseudoizquierda—, puesto que, gracias a su existencia, partidos que se muestran como progresistas, la clásica socialdemocracia, o partidos de izquierdas que han terminado por servir más sus intereses que los de los ciudadanos, pueden presentarse como una solución. Incluso los partidos conservadores obtienen un gran rédito al ser percibidos por la ciudadanía como partidos más moderados e incluso centrados.
Por lo tanto, gracias a la ultraderecha y a sus desvaríos en temas no troncales, normalmente ideológicos —familia, aborto, mujer, LGTBI…—, los actores políticos pueden parecer mejores de lo que realmente son gracias a la comparación con la ultraderecha. De hecho, resulta recurrente que se agite el miedo, por unos y otros, a la posibilidad de un gobierno ultraderechista y sus consecuencias, aun cuando, como vemos, la derecha tiene tan escasos inconvenientes para pactar con la ultraderecha como los poderes económicos y fácticos de apoyarla. Es más, en muchos casos, la ultraderecha nace directamente de la derecha, como en el caso de España, donde Vox es una escisión del Partido Popular.
¿Cuál es y será la reacción europea ante la ultraderecha?
No resulta complejo recordar la reacción de las élites y los poderes europeos ante el auge de la izquierda griega o la española. Porque lo que ha ocurrido en la última década en España —la brutal campaña mediática, policial y política hasta tumbar a Podemos— ha estado autorizado en todo momento por Europa. No olvidemos que episodios tan graves como los vividos en España, como dinamitar y sabotear a un partido político, han quedado sin sanción o amonestación por parte de Europa. ¿Cómo es posible que la Unión Europa no haya intervenido España so pena de expulsión a cuenta de la salvaje guerra sucia del Estado y las élites españolas a Podemos? La respuesta sonroja, inquieta y alarma.
La crisis, el origen
Por ello, pasará lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que demasiados tememos que va a pasar. Se tratará el ascenso de la ultraderecha como una cuestión interna de cada país y mientras no se saquen los pies del tiesto —caso de Polonia—, no habrá problema alguno. Como no lo ha habido con los gobiernos ultraderechistas que ya han formado coaliciones o gobernado en Europa —que no han sido pocos—.
Y es que basta repasar los acontecimientos para cerciorarse que a Europa —Alemania y Francia— no le importa la democracia: no lo importa si Turquía o Marruecos son democráticas, le importa que reprima migrantes; y no le importa si la ultraderecha crece en Suecia, Italia o España, le interesa que los capitales fluyan, que las élites sigan manteniendo su hegemonía y que se puedan cumplir los acuerdos de vasallaje con Estados Unidos. Esa es la triste realidad de Europa, de una Europa vasalla y egoísta. Una Europa de visión muy limitada.
Por desgracia, no, Europa no se opondrá a un gobierno ultraderechista en Italia, Suecia o España, siempre que mantenga las formas y se someta a los intereses de las élites y los poderes europeos, incluido el vasallaje a Estados Unidos. Vivimos en la Europa que compra armas y aumenta el gasto militar para gusto norteamericano mientras más de veinte millones de niños pasan hambre o necesidad en hogares que suman más de cien millones de personas. Así pues, la ultraderecha asalta Europa, sí, pero no han salido de la nada: han sido apoyados y hasta les han abierto la puerta.