En estos momentos, no son pocos los que se preguntan por qué Europa se está escorando a la ultraderecha y qué se puede hacer para detener o revertir el movimiento. Y el problema no son las respuestas, el problema es la respuesta. La respuesta que no queremos leer ni comprender.
Fíjense, hoy en el diario El País, Enric González achacaba el triunfo de la ultraderecha a la desconfianza de la sociedad, lo que le hace consumir líderes políticos con ansiedad. Una versión que reparte las culpas entre la ciudadanía y los partidos políticos. Concita de Gregorio Borràs, en el mismo diario, culpaba a la clase política italiana de izquierdas por no hacer política y entregarse a la tecnocracia. En ambos casos, concluyen lo mismo: los italianos han votado ultraderecha por probar. Menos mal que Hitler no se presenta a unas elecciones en Alemania, porque Giorgia Meloni es una reconocida admiradora de Mussolini. Así está el patio.
Sin embargo, dando por cierto los anteriores y muchos otros argumentos, es muy probable que todo sea más sencillo de lo que muchas veces cavilamos. Creo que, al final, los italianos, como casi todos, son —somos— mucho más primarios de lo que muchos pretenden.
Seres primarios
Porque, al final, según mi experiencia, todo se reduce a lo mismo: el pan. Los italianos —como nosotros— están dispuestos a pasar por muchas cosas, pero que nadie les quite el pan.
Al ciudadano medio le importa un carajo si el Ejército español está atestado de ultraderechistas, el rey Juan Carlos va o no a prisión, España está henchida de cadáveres en sus cunetas o si el PSOE y el PP son organizaciones al servicio de las élites que han perpetrado todo tipo de crímenes y latrocinios. Y si indultan a Griñán o 'M. Rajoy' jamás es encontrado, ¿qué más da? A lo mejor para hacer un meme o un chiste, pero poco más.
Al ciudadano medio le importa un carajo si la sanidad o la educación es pública, de calidad y sirve para otorgar las mismas oportunidades a todos los niños. Es más, cuanto más arriba se sitúen en la pirámide mejor les irá que lo público vaya mal: mejor para sus hijos. Si a mi hijo le va bien…
Al ciudadano medio le importa un carajo si se venden armas con las que masacran a cientos de miles de personas, niños muchos de ellos. En todo caso, si le afecta a su trabajo y lo pueden perder, la cosa cambia. Entonces salen a la calle. Ucrania era la decimosegunda exportadora de armas hasta el año 2018 y no pocas armas las vendía a países en conflicto, sobre todo subsaharianos. No recuerdo que les importara mucho el asunto a los ucranianos. Pero, ojo, que los españoles y todos los demás somos iguales.
Al ciudadano medio le importa un carajo si Ferreras, Maestre, Pastor, Escolar, Maraña, Beni y los periodistas y medios que se sitúan al otro lado de la trinchera, que son iguales o peores que los señalados, hacen su trabajo o realmente están sirviendo al PSOE, al PP o a intereses más siniestros, según lo que a cada uno le reporte más beneficio. En todo caso, ya tienen suficiente con Telecinco o Antena 3, y un montón de plataformas, para entretenerse.
Al ciudadano medio le importa un carajo si el Consejo del Poder Judicial lleva años bloqueado o no o si hay o no realmente separación de poderes en España. En todo caso, le puede importar el día que pisa un juzgado, pero la mayoría no lo harán en su vida o será para cuestiones menores. Y si su problema lo han podido cerrar más o menos bien o ya es agua pasada, qué más da.
Al ciudadano medio le importa un carajo si Estados Unidos está apretando las clavijas para mantener su hegemonía, la OTAN es una organización militar o Europa es una región sometida a los intereses norteamericanos. ¿La OTAN, qué es la OTAN? Incluso que hubiera una guerra mundial solo sería preocupación del ciudadano medio en el caso de que realmente pudiera afectarle de forma directa. Si el apocalipsis pudiera quedar cercado o reducido a una parte de la humanidad o el planeta que no le afectara de forma directa, ni tan mal. Pero es que si se pudiera obtener beneficio del apocalipsis, muchos gritarían: ¡Marchando un apocalipsis!
Al ciudadano medio le importa un carajo lo que pase en Ucrania, Marruecos, Turquía, Yemen, Afganistán, Irak, Siria o Cuba. Incluso lo que pase en su ciudad y hasta su barrio es una cosa menor. Eso es cosa de politólogos o de expertos o analistas geopolíticos. O de payasos o sicarios mediáticos. Da igual. La mayoría son apolíticos, ¿acaso la política da pan? Por no importar, no importa ni el vecino.
Al ciudadano medio le importa un carajo aprender cuando estudia, le importa aprobar y, le importa, sobre todo, el trabajo que pueda conseguir del título obtenido. ¿Leer? Si acaso para pasar el rato. ¿Pensar? Es que estoy muy cansado y llego muy tarde a casa.
Al ciudadano medio le importa un carajo si la ultraderecha gana en Italia, Suecia, Francia, Alemania, Reino Unido o la Conchinchina. Es más, la mayoría no tendría problema alguno en reelegir a Hitler si ello fuera posible y le reportase los suficientes beneficios. Sobre todo, ahora que cada día más personas no tienen ni idea de lo que pasó durante las últimas décadas.
Daría igual que ello provocara el exterminio a otros seis millones de judíos, como importa, de nuevo otro carajo, los nadie que son pisoteados en Melilla, mueren ahogados en el Mediterráneo o perecen sin nada que llevarse a la boca en los rincones olvidados del planeta. Más de 800 millones de personas pasarán hambre este año y, a lo más, quizás importe alguno de ellos por una fotografía o un vídeo que se convierta en viral. ¿Vacunados en el Tercer Mundo? ¿Estoy yo vacunado, sí o no?
Al ciudadano medio le importa un carajo casi todo, menos el pan.
Al político medio le importa todo un carajo, menos su sillón y las encuestas.
Al periodista medio le importa todo un carajo, menos el sueldo y las audiencias.
A la élite media le importa todo un carajo, menos su riqueza y su posición.
Y esto es así en España, Italia o la Conchinchina.
Así pues, cuando en estos días lea algún análisis sobre el crecimiento de la ultraderecha en Italia, Europa o España, piense, sobre todo, en el pan. Los italianos han votado, como todos los ciudadanos desde el que mundo es mundo, por el pan; los políticos han trabajado por su sillón y las encuestas; los periodistas han velado por su salario y las audiencias; y las élites han priorizado su riqueza y su posición.
Por desgracia, hasta que no votemos con el cerebro en lugar de con el estómago, pan, lo que se dice, pan, nos lo puede dar cualquiera. Y a cualquier precio. Y a cualquier consecuencia. A ver, que los alemanes no parecían muy tristes ni muy preocupados ni muy alarmados ni muy insatisfechos el 31 de agosto de 1939. Tenían pan. Y mucho, por cierto.
Por todo ello, la cuestión no radica en si la ultraderecha ha ganado en Italia o no, sino en si un día la élite, los periodistas, los políticos y el ciudadano medio, juntos o por separado, cambiarán el modelo para que el futuro sea más importante que el pan. De lo contrario, estamos condenados a repetir la historia; y a fracasar, una y otra vez; y a perder nuestro futuro. Por eso, ahora toca un poquito de siglo XX, que se ve no fue suficiente o ya lo olvidamos. Hoy es Giorgia Meloni, fascista admiradora de Mussolini, ¿quién o qué será lo siguiente?