Controlar la mente, hackear literalmente los cerebros, fue un proyecto de los servicios de inteligencia norteamericanos que recibió el nombre de 'MK-Ultra'. Eran los años 1950 y, aunque la propaganda y la desinformación habían alcanzado unas cotas inimaginables unas décadas antes, había una parte de la humanidad que se resistía. Y no solo porque existiera un mundo bipolar en el mapamundi, sino porque la confrontación ideológica acontecía en cada esquina, en cada fábrica, en cada bar. Todavía no había caído el Telón de Acero ni habían llegado los grandes gigantes tecnológicos (Facebook, Google, Amazon, Apple y Microsoft) que convertirían las ensoñaciones de la CIA en una tétrica realidad sin que la CIA estuviera detrás: ahora el Gobierno son ellos. Basta con que sustituyan 'MK-Ultra' por 'Cambridge Analytica' y habrán abierto una puerta que va mucho más allá de influir en el voto de los incautos ciudadanos. El Gran Hermano Capitalista lo escucha casi todo, lo sabe casi todo. E incluso es capaz de predecirlo.
Quizás por ello, desde hace un tiempo pasamos por alto el demencial hackeo masivo de cerebros que acontece en los medios de comunicación tradicionales como la televisión. Y sin que haya un solo canal, sino con cientos de miles de canales de televisión en todo el mundo enfocados a un público reducido para que este no perciba que está siendo engañado de forma masiva. Canales y programas a la carta en los que se esconde una realidad incontestable. Una prueba de este lavado masivo de cerebros en las televisiones y medios españoles tiene nombre y apellidos ilustres: Tamara Falcó.
La televisión, ente de desinformación masivo
Encender el televisor es una acción cotidiana en España —y en muchas partes del planeta—, donde el 77 % de las personas ve la televisión todos o casi todos los días a través de un televisor. Si añadimos otro tipo de aparatos, como móviles, tablets u ordenadores, la cifra se acercará a la totalidad. Y no es una excepción, pues hay países en los que el porcentaje es todavía mayor. Para la mayoría de las personas que habitan Occidente —y gran parte del planeta— sería casi impensable no sentarse en el sofá y encender la televisión después de un agotador día de trabajo, limpiar el hogar con la televisión de fondo, comer o cenar visionando el noticiero diario o ese programa favorito que parece más imprescindible que el almuerzo o ver el evento deportivo que desata las pasiones y ocupa las mentes. Hay gente para casi todo, menos para apagar la televisión.
Y, aunque España es el segundo país de Europa con más cadenas de televisión, con 1.180, solo por detrás de Reino Unido, que cuenta con 1.220, lo cierto es que la mayoría de los españoles ven los canales de televisión que pertenecen al duopolio que controla los medios de comunicación españoles: Mediaset y Atresmedia. Tal es el control que ambos grupos ofertan un canal más progresista y otro más conservador, aunque en el caso de Mediaset el matiz ideológico queda bastante más diluido en un contexto circense que en el caso de Atresmedia. Pero da igual: si no fueran ellos, serían otros.
La estrella mediática es la ultraderecha
En ambos casos, como en la mayoría de los medios de comunicación españoles, la indiscutible estrella mediática es la ultraderecha. No es que ellos marquen la agenda política, es que ellos son la agenda política. Que los ultraderechistas se manifiestan en las calles contra el confinamiento, ahí van las cámaras de televisión a cubrir el evento e informar de este evento con una exhaustividad que ya quisieran para sí las manifestaciones por la Memoria Democrática o la restauración de la Monarquía. Y eso que, créanme porque lo he vivido en persona, en más de una ocasión las manifestaciones de los ultras las conforman cuatro y un amigo. Pero son ellos los que marcan la agenda mediática, las estrellas. Como Tamara Falcó.
La marquesa de Griñón es una de tantas ultraderechistas que ocupan espacios privilegiados en la sociedad madrileña —sí, Tamara Falcó es marquesa, ¡qué cosas!—. Así que, si se casa, sale en los medios de comunicación; si la engañan, sale en los medios de comunicación; y si dispensa una charla homófoba, sale en los medios de comunicación. Es un pack ultraderechista de lo más completo: guapa, dulce, elegante, refinada, conservadora, antiabortista, ultracatólica y homófoba. La mayoría, hombres o mujeres, según conveniencia, se quedan con lo primero o lo segundo, pero reciben el lote completo.
Habrá quien afirme, con parte de razón, que si sale en televisión es porque interesa o es una persona que tiene un don especial y resulta simpática a la audiencia. Pero lo cierto es que si sale en televisión es porque es ultraderechista. No es que se trate de ella, hubiera valido cualquiera, pero el requisito es que fuera de la casa.
Porque, pregúntese, ¿saldría en los medios y resultaría tan simpática Tamara Falcó si, en lugar de considerar a los homosexuales como desviados o exhibiera las ideas ultraderechistas que exhibe, afirmase en público que Juan Carlos es un delincuente al que habría que meter en prisión, España es un país de raíces franquistas que merece unos 'Juicios de Nuremberg' o periodistas como Ferreras o Ana Rosa Quintana son indecentes sicarios mediáticos de las cloacas del Establishment español? Es evidente que no. Sería condenada al ostracismo como le ocurrió a Willy Toledo.
La estructura ultraderechista española
En España hay una tétrica alineación entre todos los poderes del Estado con la ultraderecha porque, hasta cuando parece que se oponen a la ultraderecha, realmente forman parte de ella. España es un edificio con una estructura ultraderechista cuya fachada ha sido pintada de un colorido democracia plena. Un par de ejemplos, acaecidos en los últimos días, lo dejan en evidencia.
En primer lugar, los gritos machistas y neonazis de los chicos del Colegio Mayor de Elías Ahúja a las chicas del Colegio Mayor Santa Mónica. Los chicos gritaron a las chicas salvajadas machistas absolutamente intolerables e insoportables como "Putas, salid de vuestra madriguera como conejas, sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea". Sin embargo, tuvo que ser la embajadora alemana en España la que alertó de que el incidente excede, con mucho, el acoso machista, por muy repugnante que fuera: "Es deleznable con las mujeres y los saludos hitlerianos y cánticos nacionalsocialistas proferidos atentan contra la memoria de millones de víctimas de un régimen atroz".
En la mayoría de los medios españoles esta cuestión se trató como menor, si es que se trató —ejemplo: "El machismo y la retórica del cazador", de Milagros Pérez Oliva, en El País—. Sin menoscabar el repugnante acto machista, ¿cómo pueden haber quedado oscurecidas las expresiones nazis y los saludos hitlerianos? Seguramente porque España está demasiado acostumbrada a la trivialización de estos, porque personas como Tamara Falcó desfilan por los fotogramas televisivos hasta el cerebro de los incautos televidentes.
Un ejemplo de ello lo encontramos en La Sexta, quizás el canal de televisión más progresista del espectro mediático español. Este canal da voz al general Rafael Dávila como analista. Este general retirado es hijo y nieto de generales franquistas. Pero, aunque la genealogía es probable que tenga mucho que ver con sus acciones, no se le juzga por ello. El general Dávila escribió una carta abierta en ABC a Manuela Carmena en el año 2015 de repulsa por el cambio de la calle de su abuelo y años después, en 2021, publicó un libro sobre la Guerra Civil en el Norte de España. En el mismo asevera que la destrucción de Gernika e Irún no fue provocada por los bombardeos nazis y fascistas, sino por "los rojos". Una atrocidad que en Alemania sería delictiva, pero que en España te proporciona un pasaporte para las cadenas de televisión, incluida la de "los rojos", La Sexta (también apareció en Antena 3 o los diarios El Mundo, El Confidencial y 20 Minutos).
Entre la carta abierta y el libro, no tuvo otra ocurrencia que promocionar la asociación legionaria del neonazi Joachim Fiebelkorn, lo que ya relatamos aquí en el pasado. Un neonazi que fue compañero de fatigas del nazi Klaus Barbi, conocido como 'el Carnicero de Lyon'. Cada vez que Rafael Dávila aparece en televisión consigue legitimarse y consolidarse como experto, lo que, obviamente, le permite vender más libros. Libros que difunden sus ideas negacionistas sobre los crímenes nazis, fascistas y franquistas y que llegan hasta la mente de los progresistas que ven La Sexta pensando que es lo más progresista que hay en España sin percatarse que pertenecen al mismo dueño que la cadena más conservadora del país de las cuatro más importantes, Antena 3.
De la misma manera, cada vez que Tamara Falcó aparece en televisión consigue legitimidad y promoción. Promoción para difundir sus ideas ultraderechistas. Y ello es posible porque las élites españolas, en sus entrañas y sus raíces, siguen siendo ultraderechistas. Siguen siendo esos jóvenes cuyas canciones y rituales fomentan la cultura de la violación y las ideas más reaccionarias, aunque ya mayores y de formas más moderadas, como el ex político del Partido Popular Pablo Casado, el excoronel guardia civil Pérez de los Cobos o Javier Tebas, actual presidente de la Liga de Fútbol Profesional. Y, por supuesto, porque los ultraderechistas son las estrellas mediáticas de la televisión española.
En España —como en el resto de Occidente— no hay militares tramando cómo controlar la mente que estén entrenando cómo atravesar una pared o cómo matar a una cabra con su mirada. Las élites descubrieron que no era necesario llegar a tanto. ¿Para qué matar a las cabras con una mirada si puedes convertir a la humanidad en un rebaño con un mando a distancia?