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Twitter, ¿es el fin del último espacio de libertad real en Occidente?

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Twitter, ¿es el fin del último espacio de libertad real en Occidente?

La propaganda occidental dibuja un mundo en el que la libertad de expresión es un bien supremo al alcance de cualquiera, lo que, además, constituye una excepción a nivel planetario: en el resto del planeta este derecho es vulnerado a cada instante. De hecho, la libertad de expresión sobrevive gracias a sus protectores occidentales. Nada más lejos de la realidad. Occidente es un lugar en el que, como en el resto del planeta, ir contracorriente no es nada recomendable.

He ahí las líneas editoriales. No es que no haya libertad de expresión en los medios de comunicación, es que estos deben ceñirse a la línea editorial marcada. Y sí, ¡Oh, sorpresa!, la mayoría de las líneas editoriales pertenecen a una élite, es cuestión del azar. Vamos que cualquiera puede expresar lo que quiera, otra cuestión es que el altavoz esté siempre en manos de los mismos, los cuales, además, tienen las mismas, o muy parecidas, ideas. Un discurso homogéneo, pétreo y único al que se le añade convenientemente alguna voz extravagante, no sin antes cercenarla, atemorizarla o domesticarla —el despido en medios de comunicación no es nada infrecuente en Occidente, como tampoco el cese de programas, aun con buenas audiencias—. La línea editorial, decíamos.

En este contexto de carencia de libertad de expresión real tras el idílico decorado sostenido, en el que, incluso, un cabo demócrata fue expulsado del Ejército español por firmar un manifiesto antifranquista o yo mismo he sido expulsado de esta misma institución por denunciar corrupción, abusos o privilegios. Manifestaciones contrarias a la disciplina lo llamaron: decir que se cometen abusos o corrupción puede ser cierto —y por tanto punible para los responsables— o falso —y por tanto punible para el que lo asevera—, pero jamás puede constituir una manifestación contraria a la disciplina. En fin, libertad de expresión, ¿no?

Pues en este escenario de carencia de libertad, Twitter representaba un espacio en el que poder opinar con libertad. Un medio en el que desbaratar las operaciones más siniestras del Establishment y sonrojar a los burdos periodistas que trabajan para las élites y sus cloacas. Un lugar en el que los grandes embustes de los medios de comunicación occidentales, sus censuras, sus silencios o sus purgas quedaban al descubierto. Un Fiscal General que permitía a la ciudadanía controlar a los medios de comunicación y que estos supieran que no podían cometer una barbaridad sin que esta se convirtiera en viral.

"Da miedo que uno de los pocos espacios de libertad que existen en Occidente quede en manos de un tipo que entra por primera vez a las oficinas de una compañía recién adquirida con un lavabo entre los brazos".

Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en una de esas columnas de opinión que sirven para cubrir la cuota mínima para alcanzar la pluralidad en el diario El País, Eva Güimil escribió: "Me pregunto qué pensó esa España que no tuitea cuando Ferreras miró dramáticamente a cámara, como si en lugar de al minuto de oro aspirase al Globo de Oro, y aseguró que sí, que iba a hablar de los audios de Villarejo. ¿Qué audios?".

Como explicaba, Twitter es esencial para el control de los medios de comunicación. O lo era, al menos.

Y en estas llegó Elon Musk

Las cifras son mareantes, aun cuando han necesitado de siete meses de regateo y no poco esperpento: 44.000 millones de dólares. Tras lo cual, Elon Musk, el hombre más rico del mundo, entró en la compañía con un lavabo en las manos. Da miedo que uno de los pocos espacios de libertad que existen en Occidente quede en manos de un tipo que entra por primera vez a las oficinas de una compañía recién adquirida con un lavabo entre los brazos. Es cierto que se trató de un juego de palabras, pero no resulta lo más higiénico.

"The bird is freed", aseveró el magnate nada más confirmar la adquisición de Twitter. Poco después la cuenta de Amber Heard desaparecía de Twitter, parece que eliminada por ella misma. La actriz norteamericana, actriz principal de uno de los procesos judiciales más seguidos de la historia, también fue novia del magnate sudafricano, por lo que todo tipo de teorías se desataron tras la desaparición de su cuenta.

Sin embargo, aunque todo resulta bastante confuso, como cuando un elefante entra en una cacharrería —un día se despiden empleados y al día siguiente se les llama para que regresen a la empresa—, todo parece ir en sentido contrario: Twitter se convertirá en un espacio de libertad total. Puede que de libertinaje. Veremos. Lo que nadie puede negar es que la red social evolucionará.

Los cambios que se esperan

Es cierto que Twitter no era un espacio libre por completo, por ejemplo, las cuentas de RT fueron identificadas como cuentas asociadas al gobierno ruso. Una identificación que, teniendo en cuenta los episodios acaecidos, bien convendría que también hubiera sido aplicada a otros medios o periodistas, empezando por La Sexta de Antonio García Ferreras o Ana Pastor.

Twitter cumplía una doble función. Por un lado, proporcionaba la libertad de expresión que no existe en los medios de comunicación occidentales y, por otra parte, permitía que la sociedad más concienciada tuviera una vía de escape en la que mostrar su desencanto. 

Pero, en definitiva, Twitter funcionaba y cumplía una doble función. Por un lado, proporcionaba la libertad de expresión que, en realidad, no existe en los medios de comunicación occidentales, dotando a la sociedad, sino de la imprescindible pluralidad ideológica, sí al menos de unas tonalidades que garabateaban en un inmenso cementado gris. Y, por otra parte, permitía que la sociedad más concienciada tuviera una vía de escape en la que mostrar su desencanto. Una plaza pública a la que acudir para desahogarse.

Para bien o para mal, los cambios van a llegar a la plaza, ya que Elon Musk quiere, ante todo, que resulte rentable —perdía millones al día—. Para ello, pretende reducir el número de empleados —sus primeras estimaciones fueron reducir un 75 % de los 7.500 empleados, lo que parece que no será viable—, incorporar vías para la suscripción y, sobre todo, crear 'X', una aplicación que imite la evolución de WeChat, la aplicación china, que se convirtió en una plataforma multinacional para el comercio electrónico, la salud, las suscripciones o las formas de pago desde un simple servicio de mensajería.

Reto mayúsculo que nadie sabe muy bien cómo afectará a los actuales niveles de libertad de la red social, por mucho que el magnate sudafricano se presente como un "absolutista de la libertad de expresión". Porque, aunque sabemos que el nivel de desinformación, noticias falsas y mensajes de odio puede aumentar —ya se habla del regreso de Donald Trump—, este no es el principal problema de la red —los propios medios occidentales son foco de desinformación en múltiples ocasiones—. El principal problema, la trascendental pregunta que millones de personas tienen en la cabeza, va mucho más allá: ¿es el fin del último espacio de libertad en Occidente?

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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